Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

lunes, 30 de marzo de 2015

He llegado a Suzhou

Queridos amigos, compañeros, lectores, hoy 30 de marzo he llegado a Suzhou, la ciudad de los jardines, en donde os dije que me despediría de vosotros, con un mensaje que quiere ser sencillo y cariñoso y una última foto, también sencilla, de una de las calles típicas, del canal.



domingo, 29 de marzo de 2015

los almendros de Yangszhou





Jardines de Jechun. Final de marzo.
Cada vez que tú cruzas, te recuerdo;
eres tú que apareces cuando cada
y no dejas de marcharte todo el tiempo;

otra vez primavera irrumpe y dice
con las manos completas de silencio
que eres tú la que espero cuando escribo
que eres tú la más cierta voz del verso;

yo no supe que así ya te quedabas,
que eras tú quien me estaba construyendo;
todo pasa y tú vuelves como siempre
desde entonces tú vuelves desde dentro;

descanso y traen tus ojos el rocío
el rocío que baja del almendro.






jueves, 26 de marzo de 2015

barrios, andurriales

De sobra sé que es un error viajar con programa y no salirse de él; quizá también lo sea viajar y no enterarse de dónde está uno. Entre las dos opciones, lo que el cuerpo y el apetito viajero en cada situación digan, alertas para no perder algo que pudiera ser sabroso. Ese parrafillo anterior es para justificar que me voy, que me voy y que se han quedado tumbas, lugares, jardines, paisajes, etc. por ver. Que otros las disfruten.
Hoy he consagrado el día a los arrabales, a los barrios, con ese procedimiento harto sencillo que consiste en echar a andar sin perder demasiado la orientación e ir eligiendo calles, luces, edificios, tiendas, oficios.... hasta que las luces empiecen a vacilar y aparezca la neblina azul. Hoy no ha aparecido la neblina azul, sino la lluvia gris; y yo he salido sin paraguas. El modo de proceder ha sido el siguiente: alguna de las personas que me han mirado feliz y me han sonreído al paso han sido colegiales de la salida de algún colegio cercano (van todos uniformados de azul y blando, supongo que en toda China, pues así los he visto en otras ciudades), a quienes les he devuelto la sonrisa: enseguida me han hablado en inglés y yo les he pedido que, si seguimos hablando inglés (el mío es horrible) tiene que ser con la condición de que me ayuden a comprar un paraguas en cualquiera de las muchas tiendas de los alrededores; también les he explicado que así nadie me engaña. Ha estado bien: me hablaban en inglés y yo les contestaba en chino. Diez yuanes el paraguas (más o menos un euro), que me han elegido de color azul y sin flores, a ruego mío.
Y luego he seguido por los barrios, que, como en todas las ciudades grandes, son variados, diferentes, a veces sorprendentes.... Del centro urbano –el más turístico y conocido– pasa uno a los barrios residenciales, los más parecidos a los europeos, que poco a poco se van convirtiendo en hervideros humanos, en barrios, de tiendas o lugares cada vez más pequeños, abiertos, a veces continuando y mezclándose unos con otros. Las señas de identidad vienen dadas por la gran cantidad de motos y bicicletas, frecuentemente compartiendo barrio con coches de altísima gama (audis, mercedes, bmw....) y por la constante reaparición –estemos donde estemos– de los pequeños comedores (así se llaman, xia chi) y de las tiendas de comida, principalmente frutas, hortalizas y verduras.
El viajero deja la voz a las fotos, que está cansado de escribir y mañana se va, pasaré por Yangzhou y me despediré en los jardines de Suzhou:









miércoles, 25 de marzo de 2015

juegos de sombras chinas


El peregrino se sentó a media tarde a ver cómo hacíamos millones de fotos al sol poniente, que en un día de azul limpio, como el de hoy, nos tiene a todos enajenados. Y según iba cayendo el sol, refrescaba; pero el paso incesante de gente se iba convirtiendo cada vez más en el desfile de siluetas que la luz cortaba con nitidez. El peregrino siente cierta plenitud, pero por mucho que se disfrace, le resulta difícil pasar desapercibido: los niños miran descaradamente a ese señor tan raro, y algunos nativos –se adivina que turistas– le piden fotografiarse juntos, a lo que siempre accedo, desde luego, y además suelo pedir que añadan una foto en mi propia máquina, como la que va. 


Otras veces, de tapadillo, cuando es alguna dama la que se queda mirando a ese señor, le saco una foto –como la muestra– y entonces ya no sabe qué hacer, mirando entre curiosa y contenta. Si me hubiera dicho algo, le requeriría de amores, pero ¿se pueden ustedes imaginar lo difícil que resultaría requerir de amores en chino, con el sol yéndose al Pacífico, y teniendo que terminar un soneto que he querido que tenga una rima como la de las pipas, contundente, al borde del cachondeo? Mejor que nos separemos para siempre. Las cosas se van ya siempre para siempre.

 

El peregrino, que ya no sabe si es vate o peregrino o qué, reconoce que se le va el verbo cada vez más a sus jaranas, y en su irse arrasa con todo, sin respetar diccionarios ni malas costumbres. 


He pedido pipas con el café, porque la gente las toma, como en España; eso sí, aquí son negras y no tienen la contundencia de las de Cuenca o Palencia, lugar de robustos girasoles, casi como los de Rusia. Rusos, chinos y españoles hermanamos en muchas cosas. Añádase lo de las pipas.


Un buen poema al borde de este lago
tendría que versar sobre el poniente,
que no hay dama que ocupe ya mis sueños
y se escribe no más lo que se siente;

en un café sentado miro todo,
la estela de este sol llega a mi frente;
adoro este país, me siento nuevo,
hay cierta plenitud que se presiente;

como locos estamos con las fotos;
los niños miran descaradamente;
primavera nos tiene atolondrados;
mientras, la luz se va y la noche asciende.

Colgaré en facebook algunos versos.
Juego de sombras chinas es la gente.



Bronces, sedas, tes, caligrafías....

El sol se ponía en la calle "Gaoyin" cuando yo terminaba una larga jornada husmeando en tiendas, museos, calles de Hangzhou.



El viejo arte europeo se disuelve en la marea oriental, en la que sin embargo es obsesiva la imitación de la modernidad técnica y seudo cultural que viene sobre todo de Estados Unidos y de países de habla inglesa: cantantes callejeros de rock, modas juveniles, coches, la imposición de los viejos hábitos de las clases acomodadas: aunque no todo ha llegado a todos lados y, además, yo conozco solo ciudades, y del este, y pocas. En algún momento la cultura china urbana se replegará sobre ella misma y buscará raíces en su propia identidad y no en la ajena, cuyo poder económico y comunicador ha subyugado a todas las clases y gentes. Quizá yo mismo haya buscado algo de eso cuando he intentado adentrarme en la historia de la ciudad –de la ciudad en la que ahora estoy– y de este país –a través de los relatos lejanos que llegaban a Europa hace cuatrocientos años–, porque he visto, con placer, desde luego, que se han recuperado casas, calles, hasta algún barrio, incluso con lápidas conmemorativas –de elegante diseño, por cierto, como se verá por los ejemplos. 



Voy a vivir un tiempo en algunas ciudades distintas de los alrededores. Al margen de ese barrio y de lo que la naturaleza ha regalado a Hangzhou, la ciudad nueva es de una modernidad apabullante, aunque no alcance el grado casi sublime de Qingdao, en la costa. Con esa actitud he visitado el museo municipal, el museo de la farmacia tradicional, la tienda museo de forjados metálicos, los santuarios del té y de la seda.... que de todo eso tiene fama Huangzhou y no de todo puedo dar razón, máxime cuando ya este blog se encarrila a su cumpleaños final, con el mes de marzo. Me iré a un nuevo blog anónimo, para castigo de mi vanidad.


Todo un símbolo de los nuevos tiempos es una de las fotografías de esta entrada: la de los dos jóvenes, sentados a la entrada de uno de los edificios de museo, con un remolino de carpas a sus pies en el estanque, pero incapaces de ver más allá de su teléfono, cuyo arte dominan: historia, naturaleza y vida reducidos a un artilugio moderno, muy funcional y de indudable capacidad de atracción. 

El museo central tiene tres plantas y se distribuye en varios pabellones que salpican los alrededores del lago y la "colina solitaria" (así se llama). En el edificio central se exhiben restos arqueológicos, cerámicas, porcelanas y objetos lacados, todo expuesto con exquisito primor y, en casos, delatando un importante tarea detrás, por ejemplo en las excavaciones y recuperación del patrimonio arqueológico. En otros pabellones cercanos he visto exposiciones ocasionales de pintura, juegos de propaganda del propio museo, etc. He entrado en una sala en la que se exhiben manuscritos, por vicio mío inmemorial, para envidiar la caligrafía oriental, al borde mismo de la pintura, cuando no lo es de verdad. 
Por cierto, unas veces va "pavellones" y otras con la b oficial de burro; la verdad es que calza mejor la v.





he bing ren rong yi zhan (exposición del arte del forjado)

Además de en este museo, que me ha llevado una mañana preciosa, pues cada vez que salía hablaba con el lago y miraba a los barqueros, he visitado otros, entre ellos, el que más me ha interesado, la casa taller de bronces y forjados metálicos en la parte vieja de la ciudad –recuperada con bastante dignidad–, que en armonía con el resto de estos lugares derrocha todo: son metálicas las escaleras, los techos, las puertas, no sé si hasta los empleados.... 


No le ha quedado animal o planta que forjar, y la imaginación se ha desbordado hacia muchos campos –hasta se ha imaginado a Gabilondo, como saben los lectores de este blog–, en simbiosis que conjuga a Picasso con la guerra de las galaxias. En muchos casos el resultado acierta con la estilización perfecta; en otros se va a la grandielocuencia –tronos, pedestales, escenas colectivas...–; o desciende desde la grandiosidad (una sala de bonsais metálicos; otra para un campo de trigo que germina...) a la mínima expresión de un detalle, un adorno, casi nada, que es lo que a mí me ha parecido más interesante. Dejo a continuación foto del campo de trigo:



La muestra que doy resulta pobre para la exageración del artista quien, como en otros casos, es autor también de fachadas, puertas de edificios, cúpulas, antenas colectivas, alminares de todo tipo, etc. es decir, colabora con arquitectos y urbanistas.

Lápida urbana, muy reciente

La exposición, situada en la parte vieja de la ciudad, no aparece en guías ni similares, lo mismo que buena parte de la restauración, pues he visto lápidas e inauguraciones que llevan la fecha del 2014, demasiado pronto para que se describan los encantos de la nueva cara de Hangzhou.



De todo eso hablaré, sin embargo, pues antes de viajar a otras ciudades, tengo que recorrer todavía un par da barrios ("distritos" traducen aquí), hasta los andurriales, sobre todo para degustar la parte vieja reconstruida, que llega hasta el mismo lago del oeste. Y también tengo que entregar un día a las barcas y a los barqueros, para descansar en la colina solitaria, quizá dejando que el atardecer me conmueva; luego, cansado, como todo los días prácticamente, buscaré un buen masaje para antes de dormir. Ayer, por ejemplo, en una casa de masajes "japonesa" (tendría que contarlo más despacio), una dama se ocupó de mis pies durante media hora.... Parece que hoy ando más ligero.
Termino con otra imagen distinta de la ciudad, recorrida por ríos y canales:




lunes, 23 de marzo de 2015

Tres retratos de Gabilondo por Zhu Bingren


Para que el lector anónimo que –de todas las maneras y se diga lo que se diga con su etcétera va a votarle– voy a ofrecer los tres retratos del metafísico, pero crecido de pelo, para que no se tome como chacota degradante. Lo encontré haciendo bulto –nunca mejor dicho, no hay que olvidarse de que yo soy un filólogo, si él un metafísico– en una de las espléndidas salas del museo taller de ese gran artista chino que es Zhu Bingren; obra suya es, no sé si porque se conocieron o porque Zhu intuyó en un arranque de pasión que aquella era una cabeza con las primarias ganadas y el verbo vacuo. 
Me sobrecogió verlo allí y le espeté: "¿Eres tú, Ángel?" "¿Eres el de Foucault, ese que tan bien sabe no decir nada?" No me contestó, siguió con el pelo fruncido cayéndole sobre la frente, como en sus mejores sueños, y la barba adelantada de los austrias, signo de empecinamiento socialista, o resabio y baba de ministro, no lo sé.


Más tuve un de pronto: no me entiende porque se lo había dicho en chino –me vigilaba el portero–:  你 是 我 的 好 朋友 吗?Me miró 按期儿。 ¿Eres tú mi buen amigo? 
Durante un momento nos miramos a los ojos; si hubiera tenido mano se la hubiera tomado y de consuno hubiéramos entablado un coloquio gentil sobre nuestros destinos, tan crecido y sublime el suyo, tan menguante el mío; pero era solo cabeza, bulto, hierro y cobre retorcido. Le tomé tres fotos, me sonrió, le dije que me gustaba, ella me estaba escuchando, que en primavera el amor fuera vestido de blanco. 
Cantamos juntos la marsellesa y clavelitos. Luego volvimos a recitar la canción del pirata, pero él metía morcillas de Gadamer, como quien no quiere la cosa. Estaba sublime: se le escapaban los verbos sin conjugar como versos de amor conceptos esparcidos. Recordando la sala en la que le han ponido tan bien puesto a veces lloro sin querer. Mucho muy más mejor hubiera estado al lado de la Cibeles, coronado con la bandera blanca por Raúl. O haciendo pis, como cualquiera de los angelotes de Rubens, en el Prado, al lado de Carlos V venciendo a los infieles, con la dura coraza cubriendo sus partes. ¡Qué destino, Ángel, qué destino! En una sala de forjas metálicas de Hangzhou, peludo y enfadado, donde nadie te reconoce: he tenido que pasar yo por allí para saber que eras tú, piedra pequeña, canto que rueda por las calzadas.


No quiero adornar tus retratos con nada que no seas tú mismo, caro amigo, que las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere, con la sangre injuriada por el peso de inviernos, primaveras y veranos. No quiero terminar con esa rima, ni con la tuya; hagamos un esfuerzo final: que nadie pierda.

El puente de Jindai

Los sauces empiezan a brotar
con el aire que llega perfumado
las nuevos brotes de las hojas tiemblan
la luz descubre el verde    que renace
otra vez      otra vez          la vida abierta

el puente de Jindai  cruza los lagos
se confunde la lluvia con la niebla
cruzo el puente     la tarde     los caminos
es mucho lo que anduve    ¿cuánto queda?

el aire se humedece     con la lluvia
fragilidad del sauce en primavera
lo que vuelve   lo que asoma     lo que viene
se olvidará de todo lo que deja

recojo el tiempo en los bolsillos rotos
y sigo andando    sigo   casi a ciegas