Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

jueves, 24 de octubre de 2019

Llueve en Santiago


Llueve en Santiago. Normal. Así se mantiene el verde de jardines y alrededores, la piedra gris de casas, fachadas y edificios; el aire apresurado de vecinos, que conviven con la multitud de peregrinos -cada vez hay más.





Reunión de quevedistas en la Facultade deFiloloxia. También normal, pues aquí se asienta uno de  mayores grupos de quevedistas, formados por Alfonso Rey, ahora profesores prestigiosos, que continúan su labor.













China en la Complutense


miércoles, 16 de octubre de 2019

Con San Francisco


Llegué hoy al archivo de San Francisco el Grande y me recibió el padre Pedro Gil, de extraordinaria amabilidad, con el que hube un buen rato de charla. No podré empezar a ver papeles hasta noviembre, pero algunas de las pistas que me me ha dado he de consultarlas antes, desde luego. O sea que tarea tengo. Ya ven ustedes la elegancia de la escalera que me subía, por una puerta lateral, a la conversación.


Otra vez que San Francisco me ha dejado con la mañana colgada. Pero Madrid, y sobre todo Madrid viejo, me tienta, de manera que resolví, primero, asomarme otra vez a San Francisco, ya que la verja estaba abierta y el "¿hermano?" de las entradas me dejaba entrar por lo de venir recomendado por Pedro Gil. ¡Qué maravilla! San Francisco iluminado, San Pablo blanco, los frescos de Goya, los angelotes de las pilas bautismales, el coro, el par de púlpitos.... aquella cúpula –de las más grandes del mundo, sobre todo para la época–. Tuve un arrebato de colores, que no se terminó con los enrejados soberbios ni con las tallas de madera de la puerta.


Borracho de colores salí dispuesto a recorrer el barrio y, sobre todo, a visitar Cava baja 4, en donde se acaba de descubrir un torreón de la vieja muralla, que por allí discurre (lo acaba de contar Mercedes Gómez en su estupendo blog). Conozco bien la zona, que ha tenido acceso a este blog muchas veces (casas nobiliarias, multitud de edificaciones mudéjares –de ladrillo rojo–, San Andrés, la vieja casa del Conde de Paredes (de Nava), las calles de San Isidro y Tabernillas, etc. En todas me fui parando, y aun entrando. ¿Sabía ustedes que la guardiana del Museo, en la casa del Conde palentino, que está en el llamado depósito del último piso –colmillos, cerámicas, vidrios....– escribe? Allí estaba abandonada pegando la hebra conmigo, que le contaba los inventos de San Isidro. Yo le conté, para su relato de miedo, que en la BNE encontré un manuscrito de finales del siglo XVI que se inventaba, haciéndose el viejo, lo de la invención de un patrono labrador para una urbe en la que se podía pasar hambre.

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Recorrí la Cava Baja, tan distinta ahora, tan tranquila; y me encontré con todo cerrado, incluyendo los números 4, 6, etc. incluso el que hacía esquina a Puerta Cerrada. Deambulé un poco a la buena ventura, sin éxito, y me dirigí a San Miguel –la del opus y la fachada comba– en donde había un bicimad, para volver a Madrid cruzando el Retiro.


















martes, 15 de octubre de 2019

En busca de San Francisco


Hace tiempo que este investigador vagabundea por Madrid buscando papeles que pueda leer con los que redactar la cuarta entrega de las "Fuentes para la historia común de China y España". Descubrí no hace mucho que los de los franciscanos, históricos, referentes a China y oriente, podrían estar en una parroquia de Madrid, la de la calle Duque de Sexto, que de ellos dependía; y durante algún tiempo allí que me fui para preguntar. Dependiendo de a quién y cómo, las contestaciones eran diversas, hasta que supe que el franciscano que guardaba los papeles –¿archivero?– andaba "muy" enfermo, y que no era posible ver aquellos papeles. En una de las últimas visitas, antes del verano, la persona que me atendió me dijo que los papeles se habían guardado en cajas y se habían enviado a "San Dámaso", es decir, a la gran biblioteca eclesiástica de Madrid, sita en el Seminario Conciliar, al lado de San Francisco el Grande, en Madrid. 

Allí que programé la mañana del lunes. Me fui a mi parada de bicimadrid, ahora que parece que el nuevo Ayuntamiento se las va a empezar a cargar, empezando por una "privatización" en ciernes, y tome la derrota de Atocha, Embajadores y Bailén. Delante de San Francisco había un aparcamiento de bicimadrid, pintiparado. A pie, encarrilé la calle Buenaventura y, después de admirar el juego de pinos centenarios, en los aledaños y en el jardín de la entrada, entré al claustro, el de las fotos. Al fondo estaba la biblioteca, canija, con dos amables señoras que atendían, en lo que a todas luces era la hemeroteca. Husmée las revistas  (el lector debe saber que en algunas, por ejemplo en "Mayéutica" he publicado cosas) y me preguntaron las damas, sucesivamente, de menos saber a más saber, amables pordemás. Hube explicaciones con la más sabia, que me aseguró que allí no estaban, que probablemente estuvieran en el archivo de San Francisco, del templo, que ya había visto que andaba en obras y medio cerrado.  


Me perdí un poco por allí, sin mala intención, hasta que un amabilísimo (¿sería franciscano?, van si hábito) caballero, Fernando, que estaba con un grupo preparando paquetes de comida, quizá para gente sin recursos, me dijo dónde tendría que preguntar y por quién. Pedro Gil se llama el archivero. Sin comentarios, porque el nombre es bien conocido históricamente, y además hay un pueblo, creo que de Jaén, que lo lleva, junto a "La Torre". En ese lugar redactó Machado un poemita...
Volví a admirar el juego de pinos, esta vez en un campito recuperado frente al templo, con su placa del Ayuntamiento y un montón de multinacionales patrocinadoras. La verdad es que estaba rodeado de historia y religiosidad y capitalismo.


Logré hablar con el "hermano portero" (yo lo llamo así, no sé....), quien por su parte llamó, por teléfono, a Pedro Gil, para que yo me pusiera ("no sé si está, sí que ha venido, pero a lo mejor ya se ha ido"). Nos pusimos y le expliqué, mientras el "hermano portero" (ya se va a quedar con ese nombre) vigilaba mi conversación, lo de la vieja parroquia, pero equivoqué el nombre, porque yo vivo muy cerca, y le dije que estaba en Lope de Rueda. Me corrigió sin reprenderme; pero no me podía recibir ni enseñar nada, porque no le había avisado y claro....; pero nos concertamos para que vuelva el miércoles.
Salí. Madrid estaba yéndose al otoño, y yo tenía media mañana y las Vistillas al lado. Fue mucha la tentación para que no encarrilara por el callejón de ese nombre, el de la foto, y me asomara a la plaza de Gabriel Miró, que es la de las Vistillas. Siempre que lo hago, recuerdo a Stefano Arata, que allí tenía su vivienda en Madrid: qué bien lo eligió. Las Vistillas y alrededores cambian según la estación, el sol, la noche y el día... Los viejos cafés y la Morería (que ahora tiene una estrella, de los franceses) estaban cerrados, el parque solitario, y la catedral, con lo fea que es, majestuosa. Lo dicen las fotos.


Me paré un rato delante de la oscura "violetera" en la esquina del parque, en donde no había mendigos acampados, como la última vez; –es una estatua más bien fea–, desde allí se veía el Seminario, y sobre la vega, el engendro que detrás de la catedral han construido ¿quién? La gracia seguía estando en aquel espacio, ahora recogido, de árboles y arena, que mantiene una terraza desde la que uno se asoma a las puestas de sol, velazaqueñas, de Madrid.

Chispeaba cuando volví, y hube de andar hasta el Circular, lejos, al lado del Jardín de la Reina, que se estaba remodelando (¿...?) y de mi viejo Instituto Cervantes, donde cursé el bachillerato. Me acordé de mis amigos, que me ganaban al futbolín, ahora que hacen campeonatos mundiales en León: Manolo Ariza, Jose García Blanco, Bernal, Yepes....







lunes, 14 de octubre de 2019

Quevedo y Santiago

domingo, 13 de octubre de 2019

Marta y MIcó en Lavapiés

viernes, 4 de octubre de 2019

El puerto de Santísima Trinidad

Keelung es un nombre que ha pasado por todos los idiomas, y al final anda desfigurado. ¿Quién diría que es el puerto que los españoles a comienzos del siglo XVII bautizaron como de "Santísima Trinidad"? Mal pudieron haberlo "fundado" o encontrado los portugueses hacia 1592, fecha que se da, porque para entonces Portugal formaban parte de la llamada Monarquía Hispana (desde 1580). El caso es que el viajero tomó el tren del norte desde Taipéi, en la estación de Guangnan (es decir:  puerto del sur) para ir en un tren "local", parando cada dos minutos en estaciones, apeaderos y lugares, porque quería ver alguno de los lugares en donde los españoles anduvieron, buscando oro, ya que había oído hablar de restos de castillos, fortalezas, incluso de haberse asentado en alguna de las islas cercanas. Van mapas, el primero de todos los lugares que he recorrido:




Una de las cosas típicas de la tierra de Taiwan es que, por mor de su orografía, pocas tierras hay deshabitadas, está todo lleno de casas, lugares, gentes, etc. Y así el recorrido hasta Keelung, que resultó ser un amontonamiento de calles y casas al borde de un puerto en donde había un enorme trasaltlántico, "Princess". El viajero, como es su deber, pateó todo aquello, intentó descansar en un parque, que resultó ser una montaña para la que había que subir unos 140 escalones –los conté– y buscó desesperadamente un buen café en donde, además de alimentar el cuerpo, desplegara mapas. Lo encontré, agotado, y vi que el lugar al que tenía que ir estaba a unos seis kilómetros. Una especie de península junto al mar del norte.  Fue en esos momentos cuando decidí darme un buen masaje de pies antes de emprender la caminata; era tiempo de no masajes, porque todos los masajistas –la mayoría hombres– discutieron ampliamente sobre las posibilidades de ir andando a aquel lugar. Decidieron que tomara el autobús 103, en la central de autobuses, y allí que me fui, junto a la estación de trenes, para esperar y subir al 103 (15 céntimos) y esperar que el camino me fuera abriendo el horizonte.

El camino no me abrió ningún horizonte: todo el camino, la península, el puerto, etc. estaba superpoblado, lleno de gente... Solo al encarar la península, al final, desembocadura del río y mar daban un respiro al espacio. Eso sí, el lugar –río, puente, barcos, sol de poniente...– era pintoresco, espectacular, muy hermoso, es con el que he intentado encabezar esta entrada. 




No pude ver las minas de oro; pero intenté hablar con la dueña del último restaurante que me ofreció comer todo tipo de crustáceos, vivos, que allí se exponían.  Le comenté "wo chi shu" ('soy vegetariano'), y se dio la vuelta riéndose y mascullando algo que no entendí.