Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 31 de agosto de 2011

Inquisiciones al joven filósofo (IX)

El sin sentido oculto significa
cuando sabes dejarlo en el lugar
adecuado y a mirarlo vuelves desde
otro punto, Vicente; significa.

Remueves las palabras, quiebras goznes,
evitas referir, cruzas silencios,
remueves la espesura de los libros,
conversaciones, textos, gritos, cantos….

Y observas la criatura deformada
tantas y tantas veces incapaz
y finalmente sometida a ser
el esfuerzo incongruente de llegar

a expresar lo que está urdiendo paciente
mente la espesa red de la ignorancia.


martes, 30 de agosto de 2011

Métrica (12): Combinaciones de los tetrasílabos


En la serie de entradas métricas ya hemos hablado de los bisílabos, trisílabos y tetrasílabos; pero nos falta completar en este último caso sus combinaciones con otros versos, que es lo que va a seguir aquí.

Es, en realidad, el primer verso corto que frecuenta la lírica tradicional, aunque siempre por debajo de pentasílabos y hexasílabos, y normalmente en combinaciones: una tirada de tetrasílabos puros, un romancillo de tetrasílabos, suele ser signo de refinamiento artístico.  
Acepta prácticamente todo tipo de combinaciones en aquellos casos de la lírica tradicional, preferentemente con versos de arte menor, entre los cuales se encuentran el octosílabo y el heptasílabo.

4-5 aludiremos varias veces a esta extraña combinación, típica de Gabriela Mistral, que reaparece en verso libre y poesía de raíz popular. Por la misma razón se da la mezcla 9-10, por ejemplo “El agua”, “Fruta”, etc. de Gabriela Mistral. En los libros neopopulares de hacia 1920-1930 se encuentra uno frecuentemente con ejemplos en los que entra a formar parte el tetrasílabo, así en “Y marcharé hacia la estepa”, de Concha Méndez, o en este otro, de la misma poetisa: Cuando te sueño /eres joven. / ¿Qué le sucede / ¿a mis ensueños? / Es que mi vida / no quiere / saber que ha pasado /el tiempo…?

4-8  como parte de la copla quebrada o manriqueña, que es combinación perdurable, tal y como vemos reaparecer, por ejemplo, en la Rima XIX, de Bécquer:

8   Cuando sobre el pecho inclinas    5.7
8   la melancólica frente,                  4.7
8   una azucena tronchada               1.4.7
4   me pareces.                               3

O en “Batzan”, de Jon Juaristi: Cazador entre los pinos, / al acecho de torcaces. / Otoñada. / Tus recuerdos son caminos / que regresan pertinaces / a la nada.


La estrofa manriqueña es algo más compleja, evidentemente, pues consta de doce versos (hablaremos de ella a propósito de estrofas), pero juega con los versos de 8-4.

3-4-8  en combinación peculiar es la forma tradicional del ovillejo (también, al tratar de las estrofas).
4-9 en Gabriela Mistral (“Serenidad”) para quebrar  finales de sextetos. Es un tipo de cierre frecuente, quebrando a cualquier verso de entre dos y seis sílabas.
4-10 es combinación que aparece ya en Gertrudis Gómez de Avellaneda. Otras poetisas románticas extremaron esa combinación, como Rosario Acuña, que la emplea en estrofas de catorce versos, que abren dos decasílabos (Raro capricho la mente sueña, / será inmodesta, vana aprensión…), a los que siguen doce tetrasílabos (agudos el séptimo y el final).
4-6-10 Unamuno en “Atardecer de estío en Salamanca” (1922), en donde los decasílabos son siempre del tipo himno de iglesia, es decir, 3.6.9; este tipo de combinaciones reaparece en otros casos, variando el metro corto a 3/4/5/6/7-10, como “En el tren”, “Cántico de Navidad”, etc.
4-7-11 en las silvas impares de todo tipo. Es la forma abrumadoramente dominante en toda la poesía moderna, al menos desde Antonio Machado. En épocas anteriores (por ejemplo el romanticismo: Bécquer) dominaba la mezcla 7-11, ocasionalmente aparecían los pentasílabos (como en la Rima IV) y rara vez los tetrasílabos. Se trata, por tanto, de tiradas versales, en las que domina el verso impar largo (9, 11), que puede combinarse con el de 7 (o el alejandrino, 7 + 7) y que modernamente –como también se explicará en su lugar– no tiene empacho en asociar ritmos menores (2, 3, 4....) que no rompen ningún arranque rítmico del endecasílabo, verso y ritmo sobre el que pivotan las silvas modernas.


4+14  Jorge Guillén, “Junto a un balcón”, en secuencias pareadas: 

Por la tarde,                                 3
el rayo de sol agudo y preciso, ya amante, 2.5.7.10.12
Se detiene                                   3
sobre el lomo de algún volumen visiblemente... 3.6.8.(11).13=3.6+1.(4).6

Con el ejemplo de Guillén nos abrimos al mar de la poesía del siglo XX y actual, en donde el tetrasílabo –en realidad como cualquier metro– puede aparecer ocasionalmente; lo más frecuente es que el poeta o versificador no tenga conciencia de que los está escribiendo o combinando, es decir, que aparece como uno más de los versos libres que va hilvanando:

8     Pero no callo por miedo
5     a esos zumbaos
7     que se beben la sangre
7     de todos los caídos.
6    Callo (si es que callo)
7     porque no hay que decir,
9     nada que ocultar tras tanto tiempo
8    dando tumbos, tumbos, tumbos,
4    tantos tumbos.

(Violeta C. Rangel)

Motivos más generales y vagos parecen regir, en estos casos, su aparición combinada; por ejemplo Julieta Valero (en Los heridos graves,  2005), los emplea para cerrar o abrir poemas: en un fragmento de la "Canción del empleado" (el III), que cierra también con otro ("libertad"); abre "La sentencia", cierra "La falla oral", etc. Se emplea en ese libro ocho o nueve veces, conservando siempre precisamente ese valor de cierre o quiebro.

Se trata de modos retóricos nuevos, más despectivos con las rígidas formas tradicionales, pero que conservan sutilmente parte de esa retórica, quizá sin ser conscientes de ello o, de otra manera, sin darse cuenta de que versos y ritmos traen debajo del brazo funciones. Nótese como en este caso de Antonio Martínez Sarrión (Poeta en diwán, 2004) el tetrasílabo ejerce esa función retórica de quiebro en el transcurso de un poemilla que conserva la forma de silva moderna:

7     Escasos los momentos
11   (y cortos) en que la felicidad
7    del amor es posible
11   en su más alto grado de fulgor.
7    Nunca, no dejes nunca,
4    sin embargo,
11  la ribera del claro corazón,
7    cuando la de la vida
7    pinta fría y extraviada.

Inquisiciones al joven filósofo (VIII)

Los humanos van creando soledades
alrededor, Vicente, sin remedio,
conservan solo trastos de buhonero,
mientras que les devora la ignorancia;

barruntan que algo se les va y quisieran
o conseguir o ser otro artilugio
que sobreviva cuando –siempre– mueren;
llaman a su invención, a veces, “arte”.

Los humanos, que somos, y pensamos
–eso es lo malo–, que construimos sin,
en el vacío, en la imaginación,
con las habilidades del espíritu,

como este poema en que te inquiero y pido,
Vicente,  compartir perplejidades.


Mil entradas

Durante este mes  de agosto este cuaderno de pantalla ha sobrepasado las mil entradas.
Setiembre es un mes tradicional para empezar unas cosas y terminar otras, poniendo orden por aquí y por allá. Así será en este cuaderno, cuyas series van a continuarse, al menos hasta que se logre coherencia de cada campo. Y así, volverán a aparecer de manera sistemática:

– las entradas sobre poesía actual
– las entradas sobre el Madrid viejo
– las entradas sobre métrica
– las entradas sobre poesía de Quevedo
– las entradas sobre manuscritos
– las recetas
– las entradas sobre lugares de investigación
– las referencias sistemáticas de revistas profesionales

En la faceta mas creadora, parece inevitable que el rapsoda mande versos. Le he pedido a Denis Antonio que siga, de la misma manera, con sus colaboraciones. El cuaderno terminó todo un libro, China destruida, que he de preparar para imprenta, pero que se está puliendo y ha de ser leído previamente por un par de lectores con autoridad.

Y desde luego, seguirán las entradas intempestivas, circunstanciales, las debidas a ramalazos y contingencias, las indecentes, las etcéteras. Seguirán siendo autores en los que insistiré documentalmente –es decir: de los que mantengo fondo documental inédito y brújula investigadora: Quevedo, Villamediana, Luis de Carvajal, Diego Hurtado de Mendoza, fray Martín Sarmiento.... Y alguno más que pueda aparecer.

Durante el verano, y particularmente durante los últimos días de agosto, los lectores han ido descendiendo, en algún momento han llegado a la mitad de lo usual –cien. Su distribución geográfica sigue siendo la que en algún momento expliqué, con audiencia muy amplia en Madrid –dentro de España–, en Argentina, México, Colombia, Venezuela –en América del Sur– y en Estados Unidos. Lamentablemente siguen sin aparecer lectores de Japón, Corea, China....

domingo, 28 de agosto de 2011

Inquisiciones al joven filósofo (VII)

Capacidad no tiene la memoria
para recuperar lo más lejano,
siquiera de los años de la historia;
y si acudimos a las leyendas… son

las que nosotros mismos inventamos.
De modo que, si fuimos algún átomo
perdido en huracán de fuego o gas,
que se cayó en un agujero negro,

nuestra memoria no lo habrá guardado.
Nos produce insufrible sensación
de vacío vivir y ser a ciegas.

Vicente, ¿puede ser que terminemos
por admitir inexorablemente
la inmensidad de la ignorancia? Dime.








Travesías de Mahler

Anda Mahler al retortero, por su centenario. Oí pasajes de sus sinfonías por primera vez hacia 1961, 1962.... cuando estudiaba filosofía y letras en Madrid. Había muy pocas grabaciones, tan pocas que con mi compañero más musical, José García Blanco, con Julio Linarejos, no sé si con Pilar (J.G.) y Aníbal G.P.), escuchábamos música en unas cabinas de la Biblioteca Nacional, donde tenían grabaciones y vinilos. Apenas la primera y la cuarta, pero también algun canción de sus ciclos más conocidos. Yo estaba prendado de aquella música que me daba un horizonte romántico y existencial muy extenso: un movimiento lento de Mahler era como la continuación del tercer movimiento de la novena beethoveniana, o la continuación del amanecer wagneriano (en la “Titán”, por ejemplo), o como la continución de mis fracasos amorosos, la meditación que seguía por horizontes inciertos de estratos rojos cuando françoise hardy no me hacía caso.


En aquellos tiempos de Mari Castaña –heroína gallega, por cierto– los arriba mentados, y algunos más, hacíamos guardia durante noches enteras para poder sacar entradas en los conciertos del Monumental. Allí escuché la novena, dirigía Igor Markevich, seguida de una gran pitada; pero allí no sonaba Mahler, que yo me acuerde, cuyos discos y grabaciones perseguía con poco éxito, y sobre todo con poco dinero. Cuando me tuve que ir de Madrid –cursaba segundo de carrera, fue el año de las grandes manifestaciones y yo era alumno de García Calvo–, a Salamanca, llevaba grabadas en un magnetofon mis cintas predilectas, y en un piso de la calle Libreros que compartía con vaskos y canarios –estudiantes de medicina y derecho– me daba atracones del repertorio para combatir el frío y la soledad de aquella ciudad de piedra, dominio de un decano peligroso, que me daba clase: Lázaro Carreter, en lucha desigual con las fuerzas locales. El aprendiz de médico canario llegaba todas las madrugadas completamente borracho, enseñaba como trofeo a sus compañeros de piso las bragas obtenidas aquella noche y nos despertaba, si hacía falta, a todos para contarnos detalles de la hazaña. Y hazaña era, porque conseguir unas bragas –solían ser rojas, además– hacia el año 1965 en Salamanca, era probablemente mucho más difícil que aprobar anatomía patológica.
Una noche en la que venía menos cargado y más triste me pidió por favor que le pusiera aquella música que había oído otras noches en mi cuarto, y que la pusiera muy alta. Como no la identificaba, hice pruebas con los preludios de Liszt; con la incompleta de Schubert, con Dvorak, con los tres conciertos de violín clásicos, con algo de Grieg....; cuando le puse la cuarta de Mahler me pidió que la quitara, que eso no le gustaba.... Lo encontré finalmente: era la Patética. Ya se ve por dónde iban nuestros amores.
Mi siguiente encuentro con Mahler –menos sustancial– fue  tres o cuatro años más tarde, después de atravesar la mili (¡donde nos ponían por los altavoces la sinfonía clásica de Prokofief!), y una larga estancia en Bretaña, donde me enamoré de Dominique, Debussy y Ravel –conjunción cuya trascendencia todavía no he superado–, mi siguiente encuentro, decía, fue en Gandía, con la cátedra de instituto recién obtenida –fui joven precoz, “escandalosamente precoz” al decir del director general que recibió a los doce cátedros de mi promoción. El caso es que mi compañero de filosofía del instituto nuevo de Gandía era José Iborra, persona de bien, de cualidades y conocimiento, joven, creo que catalanista –nos daba clases de valenciano–, con el que hacíamos huelgas, y ¡tenía vinilos de Mahler! ¡Y yo había conseguido algún otro! Nos prestamos la sétima durante algunos días. Me acuerdo de su comentario al chalanear con el vinilo: “Demasiado digresivo”, “La falta algo”. Estuve de acuerdo. “Lied der Nacht” tiene un primer movimiento, un “langsam” de unos veinte minutos. Lo de citar en alemán el “lento” de “la canción de la noche” viende de porque con mis colegas citados (Pepe G.B., Aníbal G.P., Julio L.S. y José G.Y.) estudiaba alemán. Estudiábamos alemán siempre, todos los años, todos los meses, todas las semanas. Y hasta un verano nos fuimos los cinco a Stuttgart, para aprender alemán con los emigrantes griegos, turcos y yugoeslavos de las fábricas y supermercados. Y hasta tuvimos un profe particular que nos daba clase en la cafetería Viena e íbamos al Instituto Alemán de la calle Zurbano, en donde cantábamos villancicos y el coro de la novena. Y así durante años y años. Mi edición alemana de las obras de Kafka lleva mi firma del 12 del 12 de 1966. Desprecíabamos el inglés, claro: cosa del sistema.
No tengo ya ni idea de alemán y mi inglés –tardío y remolón– asusta a mis colegas anglosajones.
Luego vino un periodo de inflación y descubrimientos cuyos hitos son bien conocidos: “Muerte en Venecia” –que vi en un cine de Granada, un domingo por la tarde, con el patío de butacas revuelto (“¡Maricón!”), y el adagieto de la quinta con el fondo de las pipas, los amores de Alfonso Guerra, las primeras colecciones de sus sinfonías.... Da un poco de vergüenza contarlo, pero incluí en mi lista de bodas –esas cosas se hacían–, en Gandía, la edición de las sinfonías de Mahler, recién publicada en España por la Deutsche Gramophon, interpretadas por la orquesta sinfónica de la radiodifusión bávara, dirigia por Rafael Kubelik –de vuelta de Chicago–, que además terminaba con el “andante-adagio” de la décima sinfonía (1910), que en colecciones posteriores no aparece. El álbum lleva ilustraciones de Gustav Klimt (de la Galeria Welz, de Salzburgo) que, aunque de época, tampoco son referente armónico, me temo: sugieren –ismos y no esa llamarada en las alturas que parece no terminarse nunca, que son los mejores momentos de Mahler, es decir, el final de un tiempo que no quiere que se termine.
Y a partir de ahí comenzó otra aventura auditiva, que se mezcla ya con lo que le ha venido ocurriendo a Mahler durante los últimos treinta años. Hace muy poco, al investigar los fondos quevedianos que Fernández Guerra dejó a su sobrino Luis Valdés, y Luis Valdés a sus herederos, Javier Miranda, uno de ellos, se me presentó como el presidente de la asociación de amigos de Mahler. Y el compositor y don Francisco se dieron la mano. Intenté escuchar a Mahler mientras leía algunos poemas serios de Quevedo: no funcionaba la armonía, sino el contraste. Quevedo consuena muy bien con el padre Victoria y alrededores; Mahler va de la mano con los beatles, moustaky y el dúo dinámico, mal que les pese a los mahlerianos. Y así anda en mi vieja viniloteca, con otras muchas armonías, de cuya conjunción sale el retrato musical de hace años.
De modo que cuando leo –en uno de los suplementos culturales de este sábado, el de La voz de Galicia, entrevista a Norman Lebrecht– que Mahler está desbancando a Beethoven en el favor del público y que si patatín y patatán, me pregunto si esta resurreción a paisajes musicales de tonos wagnerianos, adelgazados hasta lo sublime a veces, no nos está devolviendo a un lugar que creíamos superado, abandonado. Lo que nunca significará que la música de Mahler no haya de gustarnos, ¿eh?
Y que el tiempo no es obligaroriamente “progreso”.

sábado, 27 de agosto de 2011

"Me voy a reunir con la tristeza...."

Me voy a reünir con la tristeza
esta tarde de agosto calurosa,
que vea lo que llevas por detrás,
así, como quien no quiere la cosa;

y que se fije en si al marchar te dejas
un par de lunas, un bombón, una ola,
o si tiene por fuera o por adentro
el muelle que le mueve en que reposa;

no es posible jugar con la tristeza
mientras exista un ave tan hermosa
que si descansa, que si al sol se tiende,
luce dos picos en montañas rosas.

Acabaré, tristeza, por la rima,
persiguiendo en su ombligo mariposas.





Andrés, el colmenero


Cuando se acerca el final de agosto me voy a ver a Andrés el Colmenero, en A Ribeira, enfrente de mi casa, como quien dice, que además fue él quien me libro el verano pasado de la colmena que se me había instalado en el patio; es  verdad que, como está prohibido deshacerse de colmenas y como, a fin y al cabo, él es colmenero, tardó unos veinte días en convencerse de que no habría modo de sacar a la reina, ya que la colmena, muy crecida, ocupaba algún lugar dentro de los muros de piedra, con acceso por decenas de ranuras. La sentencia vino con el “polvo de escarabajos”; pero antes, pasamos muchas tardes viendo partidos de los mundiales de fútbol y tapando ranuras, por si había otra solución.

puesto de feria hoy en Cedeira 
Andrés tiene colmenas por varios lugares, como cumple para tener variedad de mieles con sus sabores, y cuando he ido a verle –Lamela, Covo, Arrasa, Carreiro....– estaba en algunas de Faro reogiendo miel, de manera que he charlado con su madre y hemos hablado de cómo va la miel. La nueva este año es de “flores silvestres” y me la ha dado a probar: riquísima, sin duda. Se prueba con un palillo, por cierto. Le he comprado cuatro quilos, uno de cada variedad y me he llevado las etiquetas para ponérselas en casa; también he tomado la foto de su casa, en donde se ve la ría de Cedeira. Colmenas, a la derecha (según se mira).
Dice Andrés Laguna en el Pedacio (manejo la edición de 1566) que la mejor es la de ajedrea –bueno, la de tomillo–, luego la de romero (¡mieles de Cuenca!) y solo al final concede que la de brezo (“erica”, en su lenguaje latinoide). Las que le compré el año pasado fueron todas de eucalipto –son las de color más claro– y me dijeron que era excelente. Me dijeron, porque no he conseguido averiguar si tienen azúcar –glucosa– y me han dicho que no me siga atiborrando de dulces con esa sustancia. De manera que las llevo en prenda a amigos y vecinos, de la misma manera que llevo retoños de laurel, hortensias, heliotropos, nueces y avellanas del país, judías verdes.... Parezco un frutero el día de feria. No lo digo a humo de pajas: los sábados hay feria y el cuarto domingo de cada mes (¡qué fecha tan rara!) “feirón”, que atrae a todos los gitanos de la comarca y a algún labrador. En la pequeña feria de los sábados he comprado la mayoría de los productos; y aun me he comedido para no comprar unas preciosas azaleas a tres euros: habíalas rojas, gitanas, inmaculadas....


El español tiene alma de mercadito. Pero para mercados callejeros, los parisinos: alianza definitiva entre el campo y la ciudad, con la elegancia francesa. Estos de Galicia son más rudos, claro, y los gitanos se empeñan en vender ropa interior de señora de tallas gigantescas, y zapatos, muchos zapatos; aunque una vendedora hoy tenía un saquito de alubias blancas –judiones– que llamaban la atención.
– A nueve el quilo....
– ¡Bufff...!
– Estaban a diez, y he bajado....
– Si probablemente lo valgan, pero son muy caras....
– Las semillas me costaron a ocho....
– Deme dos quilos de judías verdes.
– ¿Y unos pimientos?
– No, solo eso, que ya llevo de casi todo. ¿Y a cómo tiene las nueces?
– A cuatro.
– También llevo un quilo, aquí.
– ¿Y a cómo se las han vendido?
– A cinco. Creo que son francesas.
– Ya ve.

Y hablando de las nueces me he acordado de Grenoble –“nueces de Grenoble”, anuncian los supermercados franceses–, y al acordarme de Grenoble se me ha venido a la mente Ana Cayuela, que allí enseña, compañera y amiga desde hace mucho tiempo, que ayer me envió un recuerdo con el que pasé con dulzura de miel todo el día, y un artículo, con el que pasaré la siesta, para irme haciendo a asuntos de corte, que ahí están a la vuelta de la esquina.
¡Qué confundido va todo!







viernes, 26 de agosto de 2011

Inquisiciones al joven filósofo (VI)


Puedo hablar de manera intrascendente,
conversar sobre nada y sobre todo
como si me importase realmente,
mientras con exquisita educación

oculto la verdad de lo que pienso,
disimulo si atisbo el cuerpo hermoso
de esa vicedecana de ojos negros;
cómo mueve los labios Clara, si habla;

o que ayer por la noche lloré un poco
y luego hice el payaso con posturas
extravagantes mientras me ponía
el pijama y cantaba en italiano.

¿Esquizofrenia, educación, renuncia….?
¿Por qué escondemos tanto lo que somos?








Un ramalazo patriótico me sube por las venas

belén esteban, la duquesa de alba,
arnaldo otegui, el opus, contador,
telecinco, lamela, paco rico,
rouco varela, camps, ana obregón,

borja tisen, bisbal, ortega cano,
senadores, marbella, la razón,
ribera ordóñez, jesulín de ubrique,
julio iglesias, cesc fábregas, garzón,

la pantoja, esperanza aguirre, bono,
macarena, la cuatro, óscar, pons,
florentino, sara montiel, piqué,
casillas, salt, corazón-corazón.

Yo también quiero ser independiente.
Mi país y mi patria. Una nación.


Hacia el final del verano

El temporal en el valle de Santalla

El temporal que atravesó los valles
ha dejado cosecha de avellanas;
he tenido que recogerlas pronto
para que no se pudran con el agua;

higos también cayeron y limones,
soles maduros que en la hierba aguardan
a que los lleve dentro y ponga en fuente
que perfumen la luz dentro de casa.

Agosto se termina, dice el viento,
setiembre asoma y el otoño avanza;
las hojas diminutas de los guindos
son las primeras en vestir doradas.

Habrá que recoger; y despedir
los mares que vinieron a las playas.



jueves, 25 de agosto de 2011

Inquisiciones al joven filósofo (V)

A veces el humano, en su versión
animal, se refugia en un rincón
y manipula el sexo con vergüenza,
y en la imaginación, como pantalla,

evoca escenas de otros animales
de su especie en haceres semejantes,
en situaciones que no admitirían
los hábitos sociales de su tribu.

En esos menesteres bien que emplea
lo que se tiene como parte noble
–esto es: la que se llama reflexiva–,
que al dicterio del cuerpo se somete,

y se enciende, y alcanza plenitud.
¿Qué conjunción, Vicente, se produce?

Los sonetos de Louise Labé

Se ha publicado recientemente una edición de los Sonetos y elegías, con versión de Aurora Luque (Barcelona: Acantilado, 2011). No es versión erudita –Labé tiene muchos problemas históricos, empezando por el de su identificación–, ni lo pretende, pero es versión lograda en muchos casos, hecha con mimo.
He aquí dos ejemplos, con versiones mías en este caso:

XII
Lut, compagnon de ma calamité,
De mes soupirs témoin irreprochable,
De mes ennuis controlleur veritable,
Tu as souvent avec moy lamenté:

Et tant le pleur piteus t´a molesté,
Que commençant quelque son delectable,
Tu le rendois tout soudein lamentable,
Feignant le ton que plein avoit chanté.

Et si te veus efforcer au contraire,
Tu te destens et si me contreints taire:
Mais me voyant tendrement soupirer,

Donnant faveur à ma tant triste pleinte:
En mes ennuis me plaire suis contreinte,
Et d´un dous mal douce fin esperer.


Laúd, de mis pesares compañero,
testigo irreprochable de suspiros,
de mis tristezas testimonio cierto,
tantas veces conmigo te has quejado

y mi llanto te ha importunado tanto
que si arrancaba mi canción jovial,
la desviabas tú hacia la elegía
y huías de aquel falso tono alegre;

así que si te obligo a lo contrario,
desmayas y sugieres que me calle;
mas si ves que suspiro blandamente,
me concedes la gracia de la queja

y me dejas plañir mis desventuras.
De dulce mal espero dulce fin.



X

Quand j`aperçoy ton blond chef couronné
D`un laurier verd, faire un lut si bien pleindre,
Que tu npourrois aà te suivre contrenidre
Arbres et rocs, quand je te vois orné,

Et de vertus dix mile environné,
Au chef d`honneur plius haut que nul ateindre,
Et des plus hauts les loingenes esteindre:
Lors dir mon coeur en soy passionné:

Tan de vertus qui te font estre aymé,
Qui de chacun te font estre estimé,
Ne te pourroient aussi bien faire aymer?

Et ajoutant à ta vertu lousable
Ce nom encor , de m`estre pitoyable,
De mon amour doucemente t`enflamer.


Cuando miro tu rubio pelo ornado
de laurel verde y canta tu laúd
de modo que pudieras hechizar
rocas y árboles, cuando así te veo,

de gracias y virtudes rodëado
en aquel pedestal que nadie alcanza,
en la cumbre de toda admiración,
me dice el corazón apasionado:

“Tantos rasgos de ser amados dignos,
y tantos que nos mueven uno a uno,
¿no podrían llevar a que tú amaras?

¿Podrías añadir a tus virtudes
la que te diera el nombre de piadoso
y en mi amor abrasarte dulcemente?



Inquisiciones al joven filósofo (IV)


Carpe Diem

No dejes de la mano lo que pasa,
terminarás por ser un accidente;
desecha dignidad, ve con la gente,
no descanses la voz, que el tiempo arrasa;

no te dejes caer si te traspasa
la dolencia de amor, si de repente
el montón de amiguetes se resiente
y ya solo la tele queda en casa.

Discute el ojo de mouriño, alerta,
pide un poco de sal a la vecina,
y muéstrate como eres: indecente.

Hazte una paja en la ventana, abierta,
o lo de la sal haz en la cocina.
Y habla siempre que puedas con Vicente.




O PAZO DE BALTAR



O Val es una de las comarcas más hermosas que cruza el Camino de Santiago (inglés), antes de llegar a Narón y poco después de dejar Santiago do Lago; normalmente no consta en los itinerarios, porque no mantiene ningún hito monumental o histórico; pero el extenso valle, con el juego de lomas que lo separan del mar, es fértil, verde, cuidado, y mantiene su panorama limpio de destrozos, aunque cerca ya hayan abierto un campo de golf. Hacia el centro de ese valle se encontraba el pazo de Baltar. El pasado imperfecto es el resultado de haber muerto sus propietarios, en 1914, sin herederos, y haber pasado por fundación de la última rama a ser propiedad de los misioneros del Corazón de María (en 1919), que reconviertieron el Pazo en casa profesa o monasterio, no sin añadir pegotes arquitectónicos y cambiar otras muchas cosas del viejo Pazo, que a juzgar por los restos, debía de ser muy antiguo, pues el título de su poseedor data de comienzos del siglo XVI, el señor de Baltar, don Xuan Pardo do Lago e Andrade, cuya descendencia maridó con el marquesado de san Sadurniño. Familias nobles de Galicia, como se ve.


Llegué a visitarlo el día de las fiestas de O Val y tuve la fortuna de que el padre misionero que me vio husmear, y con el que conversé brevemente, me enseñó, antes de revestirse para la misa mayor, algunas de las cosas que yo quería ver, particularmente una fuente velazqueña –barroca– que según mi documentación estaba viva. También pude ver la iglesita, pues estaba abierta esperando fieles, aunque ya me avisó él que los dos sepulcros laterales estaban vacíos, pues los marqueses prefirieron una sepultura distinta.
El huerto interior era grande, apacible y descuidado –mentas, manzanos, sauces..., hubo de haber labranza– y a la fuente barroca le había nacido un árbol delante y le andaban enredando zarzas y enredaderas.
  

Si no se remedia, poca vida le queda; pero el padre me advirtió que aquello ahora ya es muy grande y cuesta demasiado cuidarlo. O sea que. A la salida de la capilla, enfrente, una estructura de columnas de piedra, hueca, sobre una base alargada, testimonia que hubo allí un hermoso hórreo, hoy viento. De manera que ya se va extinguiendo todo, mientras se renuevan las flores. No está mal que deje el testimonio, ya que los blasones que se han conseervado en la fachada (y que fotografié, como la fuente y la capilla) indican, sin duda, que aquello había sido noble y rico en un lugar privilegiado.
Cerca de donde hubo hórreo se habían instalado unas camas elásticas y se vendía rosquillas. Me volví a mi lugar, y en la playa de la Magdalena me encontré con este sol.