Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 21 de noviembre de 2010

La marea cultural

La llamada “oferta cultural” crece de modo desmesurado e irregular, en Madrid; supongo que como en otras ciudades grandes; y tanto crece que la sensación es la de no poder asumir razonablemente todo lo que va ocurriendo: conciertos, teatros, exposiciones, estrenos de cine, presentaciones, espectáculos... ¿Quién puede mantenerse informado? ¿Quién puede seguir la marea de actos? ¿Habrá que seleccionar y, por tanto, desechar?
Hay que seleccionar y, por tanto, desechar; es cierto; pero sin problemas de conciencia ni reproches: no he leído lo que no he podido leer, no he visto a lo que no he podido acudir, no he escuchado al que no pude oír... y así hasta la saciedad, reconociendo el amplio campo de la ignorancia en donde la maravilla –que otros te cuentan– puede haber sucedido. Es evidente que la “cultura” en cuanto que sucede y nos llega enriquece nuestra condición humana, sedimenta y contribuye a nuestra plenitud  –que, por cierto, no es lo mismo que felicidad. No hace falta que la devoremos, sin embargo. 



Sucede y atraviesa las formaciones sociales, pigmentando individuos, grupos, formaciones sociales, comunidades, etc. No es lo más importante, sin embargo, la cantidad de travesías a las que podemos someter nuestro conocimiento y experiencia, sino precisamente la capacidad que una sola, varias, las seleccionadas, muchas o todas tienen de afectar nuestro modo de ser y de pensar. Y habida cuenta del prestigio que se otorga a ese tipo de experiencias –incluyendo las más dudosas–  parece que cada persona no puede más que fomentar algunas vetas, recorrer unos pocos senderos, cultivar lo que.
Lo que cada uno busca, acepta y cultiva deriva de condiciones sicológicas y sociológicas que andan muy lejos de poderse comentar en estas líneas, provocadas por la aparición simultánea de unas cuantas exposiciones prácticamente al mismo tiempo, y no solo las del Reina Sofía, la Tabacalera, los dibujos del ABC, y demás; sino incluso, ateniéndonos a un esquema mucho más reducido de las artes, la catarata de los ochenta Rubens, el nuevo desembarco de los impresionistas, la reconstrucción pictórica del Salón del Reino...

A lo mejor los impresionistas se van a quedar sin mis ojos, vaya; y no exactamente por esa especie de repulsa modernísima con que los críticos de los que me suelo fiar –en este caso Estrella de Diego, columna en periódico– retroceden ante el avance de flores, cabarés, jardines y calles, no, sino porque es arte asimilado que ya dejó su muesca en mi magín, sobre el que no voy a avanzar nada más ni me va a volver a producir el placer de la contemplación, que suelen ser las dos razones de peso para “repetir”.
Y ya que lo he mentado: no creo que sea motivo de rechazo que el impresionismo sea el modo de regocijarse estéticamente la burguesía, en una de sus épocas doradas, que lo es; no creo que eso aboque directamente a un “no vale”, a no ser que a continuación se lleve ese juicio hasta sus últimas consecuencias: la burguesía como clase social corrompida que reproduce en sus manifestaciones artísticas la perversa situación de la que disfruta. Esas afirmaciones tan radicales se cargan de un plumazo, primero, el valor histórico de aquellas manifestaciones. Y sobre todo, sobre todo, nunca nos explican por qué, aún habiendo desvelado las posibles trampas de ese arte burgués, sigue funcionando como clásico, es decir: sigue provocando emoción y entusiasmo. ¿Permanencia y eternidad de la burguesía, ahora a cien  años vista?
Pero vamos, por el momento, tranquilos: vayamos a nuestro paso seleccionando por aquí y por allá; y hagamos de la necesidad virtud: tomemos esa circunstancia –variedad y deformidad, riqueza y dispersión, publicidad y aislamiento...– como uno de los elementos, y de los más interesantes, para integrar en nuestra experiencia cultural.
Por mi parte, me quedo con este extraño Duque de Lerma del taller de Rubens. Me interesa muchísimo, me inquieta, me trae a mal traer, lo miro y lo remiro...; pero aseguro que yo no me siento individuo de una sociedad cortesana.






1 comentario:

  1. ¡Cómo se van a quedar sus ojos los jardines! ... son una preciosidad, son calma, frescura, belleza, placer, ... muchísimo más que el "sexo despiadado".
    ¿Qué más puede pedir?
    ¡Ande, invite al hijo pequeño a que disfrute él al menos!
    ¿Por qué se fía tanto de Estrella de Diego?, ¡precisamente de ella!, ¡madre mía! ...

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