Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

sábado, 31 de agosto de 2013

Pantin, surf





Todos los años se celebra en la playa de Pantín una competición de surf, que ese año es –suele serlo– puntuable para el campoeonato de mundo, sobre todo en su modalidad femenina. La playa habitual, de agua fría, limpia, virgen, se suele llenar de gente, que ocupa la colina frente al mar y contempla desde por la mañana hasta el atardecer la competición. Para los profanos tiene alicientes que los organizadores no calibran de igual manera: color, exotismo, los nuevos fotógrafos –con cámaras voladoras que graban desde el cielo– y, particularmente, una verdadera exhibición musical, de música moderna, que difícilmente se encuentra –y menos reunida– en establecimientos comerciales. Hubiera preguntado títulos y nombres, pero hay una cierta aglomeración, regularmente organizada por el ayuntamiento de Valdoviño, entusiásticamente proclamada por los devotos de este deporte, que exige amor al mar, fuerza, juventud. Hermoso deporte, del que doy un breve reportaje fotográfico.


Normalmente la competición aprovecha las mareas altas. Pantín suele suministrar buenas olas; pero en alguna edición recuerdo que mal horizontal y a los organizadores desesperados. Los competidores vienen de los cuatro rincones del mundo: brasileños, australianos, franceses, americanos, nórdicos, asiáticos.... y entre ellos, algunos gallegos, cántabros y vascuences, que suelen hacer buen papel.



Resbalan sobre el mar, en la cresta de la ola, trazando semicírculos con rapidez y balanceándose sobre la tabla, que mantienen en tensión, con los dos pies en posición característica. Es un bello deporte, la verdad.






viernes, 30 de agosto de 2013

vida breve tendrán



Por laderas, terlices y baladros
han brotado tardíos los brezales;
vida breve tendrán si viene otoño
y apacigua la luz en los maizales;

que con pereza el sol detrás del monte
se deja ver sin pulso entre los árboles:
ni despoja de niebla el horizonte
ni consigue el color de los bancales.

Con un ramo de brezo bien compuesto
trabajo a la caída de la tarde,
los versos no podrán nunca lograr
lo que el brezo sugiere entre cristales.

Pero dicen e intentan y recogen
lo que ven, lo que sueñan, lo que saben.



jueves, 29 de agosto de 2013

tiempo de verano el que se marcha




Barcos dormidos en el puerto mecen
la mansa lentitud de las gaviotas;
atardecer de agosto en la bahía
que va dejando el arenal en sombra.

Villarrube a lo lejos, todavía,
la luz recoge y las montañas dora,
las grises nubes que se lleva el viento
las copas de los árboles coronan.

Es tiempo de verano el que se marcha
y el paisaje sutilmente transforma;
nadie podrá fijar las estaciones,
ni los juegos de niños, ni las olas.

Las nubes van donde las lleva el viento.
Las costumbres del tiempo el tiempo ignora.





martes, 27 de agosto de 2013

Niebla en la ventana


Niebla en la ría de Cedeira
he tenido a la vida como extraño
que desde siempre ocupó la casa
conmigo de un lado a otro se venía
mientras lejos yo no sé qué buscaba

hasta que un día la miré en tus ojos
y fresca apareció y apaciguada
como el hogar donde dejar cansancio
y el pozo de silencio en la mirada

allí aquello que nunca se sabría
otro tiempo otro espacio otra casa
allí la habitación que estaba dentro
con un balcón al mar iluminada.

 Y me he sentado a ver cómo anochece.
La niebla gris detrás de la ventana.





lunes, 26 de agosto de 2013

La repugnante marcha de la historia


No hace faltar ir muy lejos dar testimonio de las miserias de la condición humana que, según qué circunstancias, gradúan su intensidad: nada comparable a la radicalidad de los miles de emigrantes que cruzan mares o desiertos para morir o alcanzar el mínimo que les permita sobrevivir; ni comparable a los que padecen una guerra que o no saben o se les ha enquistado sentimentalmente (“ideológicamente”) por motivos religiosos o raciales o patrióticos (“fanatismo”). Y de ese tenor todo un decálogo de calamidades con sus causas, que desde las sociedades desarrolladas y bienpensantes se sabe bien que se podrían evitar: que si investigación y vacunas, que si comercio justo, que si educación.... Se ha dicho tantas veces ya que con un solo avión militar se alimentarían diez mil niños de los que cada año mueren de hambre que la frase se ha convertido en una especie de oración absurda.
En esas mismas sociedades ricas y establecidas nos hemos acostumbrado a admitir que el timón necesario para cambiar las cosas no nos pertenece, lo manejan entidades abstractas (grandes compañías, entidades financieras, consorcios colectivos, asociaciones suprapersonales, partidos políticos, consejos de administración...) que se han escapado definitivamente a nuestro control y seguirán acumulando poder y riqueza a costa del hambre, el sufrimiento, la postergación y la injusticia, que se producirá –sencillamente– allí donde sea necesario para que aquel poder prevalezca y siga aumentando su riqueza.

Entre nosotros –digamos: la llamada civilización occidental y sus aledaños– ocurre, sin embargo, que la ambición y desmesura ocasiona de vez en cuando erosiones irritantes indeseables para los que gustan de la serenidad de los tiempos, y entonces sube el paro, aumentan las emigraciones, asoma el hambre, hay colectivos que agitan viejos fantasmas –porque el sistema educativo no debe perderse del todo, solo hacerse descender selectivamente–, etc. Corregir ese tipo de problemas no debe de ser fácil, porque los grupos sociales pueden descontrolarse, porque hay individuos a los que les da por pensar y gentes que quieren saber y conocer, o porque los pueblos con arraigo de elementos ideológicos extraños –religión, raza– pueden darse de bofetadas, todo lo cual puede ser conveniente o puede no serlo para quienes tienen la capacidad de torcer la marcha de la historia. La repugnante marcha de la historia –y sí, estoy parafraseando a un conocido pensador, que todo el mundo cita-, que hemos lavado para poder sobrevivir sin que nos aplaste su memoria.

El noticiero cotidiano, sea de la clase que sea, concede ya bastante más espacio entre nosotros a la alineación de Casillas que a los miles de muertos en Egipto o Siria; y todo el mundo lo acepta como normal. El único grado de normalidad reside en que necesitamos vivir, mantener una temperatura vital que haga posible tomarse un café con las imágenes del horror, y que en esa circunstancia se basan quienes viven en la injusticia y practican el horror; pero eso no quiere decir que no nos importe. A veces la sociedad despierta momentáneamente y busca espitas y caminos para manifestar su repulsa o gritar su asco, aunque en estos casos tampoco sirve de mucho en tanto no llegue a mayores, a la revolución, profundamente anestesiada precisamente por esa llamada a conservar la calma necesaria para seguir siendo, precariamente en muchos casos. La precariedad moral de nuestra sociedad es otro de los signos de nuestra sociedad.

Es sintomático lo que acaba de ocurrir –nivel internacional– en Siria, por ejemplo: han muerto más de tres mil personas por un ataque con bombas químicas. ¿Lo decimos de otra manera?: Hay que matar con cuidado, se puede hacer desaparecer una barriada, pero que sea con bombas y disparos, quemando, cortando y desguazando cuerpos: no importa que los niños queden mutilados o que los muertos sean irreconocibles, un amasijo de carne; no se puede permitir que matar y destruir no esté bajo control (¿de quién, cómo, por que?). Como cuando hace unos años se explicaba en los telediarios que las tribus africanas organizaban matanzas a machetazos –¡qué horror!–.... porque no tenían dinero para comprar ametralladoras. Y eso que nuestra sociedad civilizada construye y vende sofisticadas ametralladoras, que compran las tribus de todos los pueblos subdesarrollados para matar con más rapidez y limpieza. Que la ONU dictamine los modos legítimos de matar.

En Madrid, este verano, he sorprendido una escena que muestra, de otra manera y adecuada al nivel de nuestras circunstancias, la precariedad de la condición humana. La foto adjunta muestra a dos personas adultas, de noche (era de madrugada) al lado de dos contenedores de vidrio y cartón, de los que el ayuntamiento deja. La foto no muestra sin embargo que, dentro de uno de esos contenedores, por la estrecha abertura superior que sirve para meter cartones o vidrios, se ha subido y ha entrado un niño: desde dentro va dando a los dos adultos lo que selecciona del contenedor, para que se lo lleven y lo vendan como traperos. La operación duró casi una hora, al cabo de la cual cargaron una furgoneta y se fueron a la esquina siguiente. No dejarán rastro en la historia.