Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 23 de noviembre de 2010

Quevedo y Alonso Cano

[Esta nota sobre el busto de Quevedo que se conserva en la BNE debe bastante a Concha Huidobro, Pilar Picavea y Mercedes Sánchez, que me han ayudado en diversos momentos de la investigación, investigación que terminará con un artículo sesudo y  documentado, que haremos Mercedes y yo, sobre lo que aquí se refiere a modo de primicia, con menos lastre erudito.]

Quevedo vuelve a Madrid durante el verano de 1643 (la fecha del documento de  excarcelación es del 7 de junio), y allí sobrevive –cuidado por el duque de Medinaceli– durante casi un año. En algún momento hubo de encontrarse con un viejo amigo, el pintor Alonso Cano, a quien había conocido directamente en 1638, ya que el granadino había modelado, además, una soberbia escultura de su busto, en terracota, que probablemente entonces pensaba terminar, pero con la caída en desgracia de Quevedo, se quedó a mitad, sin rematar ni pintar. Con toda seguridad se deterioró aun más durante la última guerra (la de 1936) y algo ocurrió que nunca sabremos, pues perdió el busto –el que ahora tiene es funcional y moderno–, que todavía se ve en la fotografía de Astrana a la vida de Quevedo (1945, pero la foto es anterior). De otros bailes y deterioros de esa cabeza he hablado en otras ocasiones y lo expondré por menudo en el trabajo sesudo de marras.
Alonso Cano había llegado a Madrid durante la primavera de 1638, en el momento en el que el prestigio y el reconocimiento de Quevedo han alcanzado cierta importancia hasta el punto de que pudo haber sido pieza en alguno de los bandos políticos que zarandeaban al Conde-duque; es razonable que fuera entonces cuando el escultor trabaje con el modelado de su cabeza, y que en el su taller de Madrid le ayude su buen discípulo Sebastián de Herrera Barnuevo, al fin y al cabo los encargos que le han hecho al granadino conectan con universos muy quevedianos, así el de los cuadros para San Isidro (una Virgen de Belén y un San Ignacio) –mundo de jesuitas, hay dibujos de entonces de san Estanislao de Kostka– y otro par de cuadros para el Salón Dorado del Alcázar. Sin embargo conviene recordar, a efectos de atribución, que es muy pronto para el discípulo la tarea, que hubo de hacerse necesariamente antes de 1639: la tradición que se lo atribuye yerra en ese dato.

Sebastián Herrera Barnuevo, Retablo de la Sagrada Familia, Colegiata de San Isidro


La detención de Quevedo y del duque de Medinaceli primero, los estertores del privado antes de su definitiva caída enseguida, las guerras, etc. hubieron de pensar en el escultor para que, prudentemente, abandonara el proyecto del busto y cabeza de Quevedo, que quedaría arrumbado por ahí, probablemente en su taller o en alguna dependencia del Alcázar, de Palacio, de donde se lo lleva un capellán cultivado, que lo vende en 1725. Lo que hoy se conserva –en el Museo de la BNE– es solo la cabeza, en ese estado de inacabada, pero con signos evidentes de haberse modelado del natural, y con detalles muy nobles de gran fidelidad: el cabello y las entradas, el bigote, las cicatrices, la miopía... que todavía conmueven, como conmovieron a Menéndez Pelayo, que la juzgaba de gran valor, aunque sin percatarse de la más que probable autoría.


Mientras Quevedo es conducido a su cárcel de San Marcos, en León, y allí padece los rigores del invierno y las penas del apartamiento, Alonso Cano viaja con un  antiguo amigo, Diego Velázquez, pintor del rey, por Castilla buscando pinturas, prácticamente como agentes artísticos del rey, que anda en la jornada de Aragón y en las guerras de Cataluña... ¿pasaron por León? No lo sé, mis investigaciones tienen fronteras que ya no me atrevo a cruzar. Cano, todavía en 1643, todavía en la corte, pinta en Loeches uno de sus estremecedores Cristos crucificados, seguramente para Olivares. En modo alguno está en Loeches entonces don Francisco de Quevedo, como he visto que vuelven a repicar ahora los historiadores del arte, otra vez confundidos por un homónimo por el que Elliott atribuyó a Quevedo, el escritor, protagonismo en las dominicas. No, no es Quevedo el escritor, esta vez es un notario del santo oficio, hace tiempo identificado por Crosby y por mí en una colección documental.
Quevedo ha vuelto a Madrid, por fin, en 1643, a comienzos del verano, y allí va a pasar el año con el que abríamos esta nota. Muchas son las novedades de la Corte para el escritor cansado e ilusionado a partes iguales. Una de ellas la provocaba el escultor granadino, como nos cuenta Pellicer (leemos su autógrafo de los Avisos en la BNE):


“Sucedió quatro días ha que Alonso Cano, pintor de gran fama, tenía un pobre que acudía a su casa para copiar del los cuerpos que pintava. Y estando él fuera de casa, y su mujer en la casa sangrada (virtuosissima criatura) el pobre se quedó cerrado en el obrador, y saliendo al aposento de la mujer, la mató con quince puñaladas con un cuchillo pequeño. Escapose; y a ella la hallaron con matas de los cabellos del pobre en la mano. Vino su marido y por los indicios de disgustos que tenía con ella sobre mocedades suyas le prendieron y han dado tormento. Negó en él haberla hecho matar y hase recibido la causa a prueba; y se cree está sin culpa”.


No vamos a poder seguir con la novelesca actividad de Alonso Cano, que después de pasarse más de un año en la cartuja de Portaceli, en Valencia, asustado quizá por la experiencia reciente, vuelve a Madrid en 1645, cuando ya Quevedo ha viajado a La Torre (en octubre de 1644), para bien morir. El "pobre" modelo que apuñaló a su dama, ¿sería uno de los Cristos?  Las fechas coinciden. Mejor no pensarlo. 
Alonso Cano el 20 de setiembre de 1645 firma el contrato para hacer el retablo de la Magdalena, en Getafe, que se puede todavía admirar, particularmente el Ecce Homo en la puerta de madera del Sagrario; allí por cierto empieza la colaboración más seria con su discípulo Sebastián Herrera Barnuevo (1619-1671), que conviene que no perdamos de vista, porque, como ya dije a él también se va a atribuir el busto de terracota de Quevedo. No está mal la competencia, hasta Felipe IV fue un día expresamente a la vieja parroquia de Santa María (no existe hoy, estaba frente al Alcázar) para contemplar El Milagro del Pozo (circa 1640), que hoy está en el Prado. Alonso Cano volverá a Granada en 1651, y ahí le dejamos por ahora. A lo mejor fue por aquel cuadro por lo que Felipe IV nombró a Herrera “maestro mayor de obras reales”. Una peregrinación por el Madrid de la época nos ofrecería todavía las deslumbrantes pinturas de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en el claustro de las Descalzas Reales (1653), pintadas sobre espejos; o la Sagrada Familia que estaba en el retablo de la iglesia de San Isidro y que fue una de las pocas cosas que no se quemaron allí durante la guerra civil. Mi buena alumna Diana y yo estamos preparando un itinerario para recorrer estos lugares que voy citando: las Descalzas, San Isidro, el Prado... Daremos duenta de él.

Cuando en 1648 Diego Díaz de la Carrera edita, a costa de Pedro Coello, en Madrid el Parnaso español..., la primera edición de la poesía de Quevedo, al menos los grabados de Clio, Polymnia, Melpómene y Erato, llevan el “A. Cano delin.”, al que quizá también se deba el de las nueves musas, con dos figuras de Quevedo, pero con las inscripciones distintas de “D.J. A. Inv.” y “Iuan de Noort Scu.” Es probable que de ese modo el escultor granadino se reconciliara  espiritualmente con el viejo escritor, fallecido, del que se separó con el destierro.
Antes y por todas estas circunstancias, yo no puedo por menos de pensar que el poeta coronado que dibuja Cano en 1645, tan parecido a un Quevedo "intemporal"... es Quevedo, desde luego. Se guarda en el Museo del Prado, y allí iré este viernes, si me dejan entrar guardias jurados, a recabar más datos, después de haber consultado la monografía de Wehtley.
Alonso Cano, cuya biografía está tan llena de leyendas casi como la de Quevedo, pintó una de las “Marías” más hermosas que nos ha dado la pintura, casi tanto como la talla en madera de cedro de la Inmaculada que estaba o estará en la sacristía de la catedral de Granada; quede para otra ocasión seguir con el tema.




Pueden verse estos enlaces:
 http://www.patrimonionacional.es/Home/Programas-Culturales/Publicaciones/Otras-publicaciones/INVENTARIOS-DOCUMENTALES-DE-LOS-ARCHIVOS.aspx
Sobre las Descalzas Reales 

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