Y sin embargo también son distintos, no sé si hermosos, porque eso de la hermosura depende de un tilín interior que, a su vez, depende de nuestra particular historia. Mi buena colaboradora y colega, Diana, dejó en voz alta hace poco una creencia que yo he llevado dentro y no siempre he podido actuar de acuerdo con ella: “La inteligencia es belleza”.
El problema es cuando esa señora, que también depende de ciertos subterfugios –palabra para mí llena de resonancias misteriosas– se mezcla hábilmente con lo que yo suelo llamar querencias animales, que suelen asentarse en rasgos físicos y terminan por invadir, probablemente desde el sexo, todo. Y ahí entra en juego nuestra pequeñez –¿o es nuestra miseria?– porque el animal prefiere oscuramente a veces lo que le es propio, es decir, la embestida, al refinamiento que pasa por el magín y embadurna las acometidas con deleites del espíritu, tal la música, la reflexión, el asentamiento verbal de la confusión. No siempre se logra, por ejemplo, la concordia de las partes, y no quiero hacer chistes malos.
El asentamiento verbal de la confusión, cuando se puede, alivia, pero no calma del todo, me temo. Existe –voy otra vez a esa palabra– el subterfugio de quitar empaque, importancia y sacralidad a las apariciones invasoras del animal, es decir, verbo y gracia, a las tareas del sexo y al comercio pornográfico. Pero ninguno de estos subterfugios nos salvará, salvará aquella parte de la condición humana que, cuando llega lo que llega, casi siempre desde una emoción que nos recuerda nuestra condición de seres vivos, baila con nuestra voluntad y se ríe de nuestras buenas maneras. Y en esos momentos de sensaciones nadie se fija en los troncos.
Los troncos me fascinan. Siempre empiezo por el tronco antes de llegar a la copa del árbol. Pero nunca me lo habían explicado así de claro... Habrá que leer el texto de su colega.
ResponderEliminarEs la antigua lucha de Melibea (¡”tan breve deleite y en tan poco espacio”!) y el bruto de Calisto (“Perdona, señora, a mis desvergonzadas manos... Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas”)
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