Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 29 de abril de 2014

tardes de versos

versos de amor para tus ojos chinos
remanso que el paso del tiempo templa
para ser de retorno cuando entonces
para ser cuando tú y cuando mientras

historias de las tardes entre versos
atados a los cuerpos que se entregan
las manos que recorren lo que miran
caracoles y arañas y culebras

las palabras se enredan en los labios
no salen a la voz si no las besas
y se rompen y van entre gemidos
o en silencio quebradas se nos quedan

largas tardes de amor frente a los cuerpos
atados y desnudos sin cadenas


lunes, 28 de abril de 2014

Manuscritos, autógrafos, la cultura del ordenador y del teléfono

Cuando la editorial CALAMBUR publique los dos últimos volúmenes de la Biblioteca de Autógrafos Españoles, que se corresponden a los siglos XVIII y XIX, habremos completado una de las tareas que nos impusimos hace años en el transcurso de la catalogación de una parte del fondo manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, la más rica quizá: la que contenía la poesía de los siglos XVI-XVII. Discernir los autógrafos era, en la travesía, casi una tarea previa y obligada, que así se completa, al menos en la parte histórica, ya que con anterioridad al siglo XVI pocos son los autógrafos que pueden encontrarse detrás de los grandes nombres –cuando los hay– de nuestra historia literaria: anonimia y concepto no formado de "literatura" nos dejaron sin ese soporte; aunque el profesor y reconocido medievalista Francisco Javier Hernández nos tiene prometida una perla al respecto, quizá mucho más valiosa por única.

La Corrala, en Madrid
Todavía contesto a mis alumnos, cuando preparan trabajos o redactan algo, que prefiero que me lo entreguen a mano y no a ordenador, aunque como es natural admito este formato, como el más usual, preciso y rápido actualmente. Y también les explico que escribir a mano entraña un quehacer distinto, más completo, en el sentido que recorre un proceso en el que no falta la actividad artesanal del escritor, que mueve la mano y dibuja su escrito. Se me suele contraarguir entonces que el proceso en ordenador mejora otras facultades, como la digitación, la rapidez, la exactitud de la imagen, etc. Es verdad: nunca diré que los dos procesos sean incompatibles; pero uno solo significa renunciar a las bondades del otro.

PAPEL MÁGICO, PARA ESCRIBIR CON AGUA Y PINCEL

EL TALLER DE ESCRITURA CHINA EN CONFUCIO (MADRID)

EL profesor Zonghui XU termina de fechar y sellar lo que escribimos
Convencido como estoy –y más aun por el trabajo histórico de reconocer autógrafos– de las bondades de la tarea artesanal en el caso de la escritura, tantas veces personal, íntima, derivada de unas circunstancias tan únicas como son las personales, estoy cuidando muy mucho las mías y las de las personas que a mi alrededor se forman. Quizá eso –entre otras cosas– explique que hoy por la mañana haya acudido al Centro Cultural La Corrala de Madrid, sede del centro de cultura china Confucio, para seguir un taller de escritura, que nos ha enseñado el profesor Zonghui Xu  倊 宗 谞.
Con cuidado, lentitud, apropiadamente fuimos trazando todos sobre el papel mágico, primero, los ocho trazos (héng, shù, piê, nà, diân , gôu, tí, zhé), es decir la raya horizontal, la línea vertical, la cola, la escoba, la tilde, el gancho, el clavo y el doblado. 
Seguimos enseguida con 
十 木 金 火 
para terminar con los compuestos
春 扌人 夏
Después de cuyos ejercicios en los que todos ensayamos nuestra escritura, elaboramos, ahora de verdad con tinta china, dos obras de arte de la caligrafía, una de las cuales se expone en la foto. Mejoraremos. La otra, en la que actué yo, es algo mejor, eh. No me imagino a la juventud universitaria –pongo por caso– empleando un par de minutos en escribir cada palabra. Los teléfonos van en dirección contraria.
A la salida visité el pequeño Museo de Arte y Tradiciones populares que allí se trasladó (estaba en la UAM). Y me encontré con don Francisco de Quevedo, vestido de gigantón, entre otros cabezudos. Lo que no sé es si con esa pinta se pasea en las fiestas del Corpus o en otras. 





domingo, 27 de abril de 2014

Pascua de Resurrección: armonías poéticas

Uno de los últimos apuntes orales que pedí a mis alumnos que pensaran y comentáramos era el de las lecturas armónicas o contradictorias: buscar una lectura que asiente nuestro modo de pensar –incluyendo nuestra estética más o menos inconsciente– y rechazar aquellas que parecen repugnarnos por cualquier razón (ideológica y, por tanto, también estética). Las lecturas armónicas satisfacen y fluyen sin muchos obstáculos produciendo en el lector una especie de complacencia; las lecturas que contradicen resultan más difíciles de digerir; necesitan del esfuerzo del lector.

La naturaleza de un texto no debería ser motivo de rechazo en ninguno de los dos casos. Ya hemos dicho algo en este blog sobre la literatura y el mal (a propósito de las Furias del Prado, en exposición reciente). Tampoco deberíamos descartar un festival de placer intelectual –o del que sea– por leer a Juan Ramón Jiménez en primavera (Baladas de Primavera) o en un barco (Diario de un poeta y mar), por disfrutar de Gerardo Diego mientras escuchamos los Nocturnos de Chopin, por pasear por las calles del Rastro madrileño (por la calle Mira el sol) con los versos de Blas de Otero repicando, por leer con la brisa del Puerto las canciones marineras de Alberti, etc.  De hecho, esa grata compañía nos ilustra a veces tanto que no habría que prescindir de ella. 

Cuando llega la Pascua, este rapsoda recuerda –otra vez– un viejo poema de Antonio Machado, Pascua de Resurrección, que antaño leía con mis alumnos como motivo más de emoción que de inquietud. Confieso que ha producido casi un libro (¡qué horror!) y que ando tras la publicación de la primera edición de Campos de Castilla, sin conseguir que los herederos me contesten a mi petición, por la cuestión de los derechos de autor, que se acabarán pronto. 

El poema tiene más de un siglo (se escribió en 1909) y Machado lo insertó en Campos de Castilla (1912), es decir en la edición castellana (la de 1917, que es la que se suele leer ahora, es la edición completada con los versos que redactó, camino de Andalucía y en Baeza, entre 1912-1917). Esta es la edición primitiva (tomada de uno de los pocos ejemplares que he localizado de la humilde edición primitiva, el de la Biblioteca que fue de Ramón Menéndez Pidal, del que conservo el índice y la disposición con página en blanco, encabalgada sobre el vuelto de la página. Todas las ilustraciones, por cierto, recogen ejemplares de aquella preciosa biblioteca:)



Mirad: el arco de la vida traza              
el iris sobre el campo que verdea.
Buscad vuestros amores, doncellitas
donde brota la fuente de la piedra.
En donde el agua ríe y sueña y pasa,
allí el romance del amor se cuenta.
¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
atónitos, el sol de primavera,
ojos que vienen a la luz cerrados,
y que al partirse de la vida ciegan?
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!
Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas
y escriben en las torres sus blancos garabatos.
Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
Entre los robles muerden
los negros toros la menuda hierba,
y el pastor que apacienta los merinos
su pardo sayo en la montaña deja.

Nada tocó Oreste Macrí en su edición  (II, p. 511), porque nada había que retocar para que el poema siguiera sonando, con la claridad del agua de la fuente. Machado logró así una vez más la fluidez del verso y atravesó con pinceladas simples una expresión sembrada de tópicos clásicos, empezando por el más obvio: cantar la llegada de la primavera a través de una escena en la que asoma la emoción del amor. Eso sí, todo insertado en sus circunstancias: un paisaje castellano simple. Machado caminó y sintió por donde todos lo hemos hecho, sin despreciar sensaciones, experiencias y emoción, que llevó a sus versos mediante el único procedimiento para que no se sintieran como gastadas y viejas: las inscribió en lo que miraban sus ojos, en lo que vivía.

Su ductus poético está lleno de sabiduría, para sortear la estridencia y lograr, sin embargo, la dosis necesaria de música. El poema –una silva moderna, de ritmo par– se abre con una sencillo sáfico que termina en encabalgamiento (traza) para que el lector se detenga y con esa pausa trace la amplitud del paisaje lleno de color. El ritmo dominante es  el del sáfico clásico (4.8.), quizá el más elegante de todos los del endecasílabo (lo son los versos 6º, 9º-10º, 12º-14º y dos del terceto final), que ocupa todo el corazón del poema, para abocar, quizá porque el exceso de armonía necesita quebrarse, a los cinco alejandrinos clásicos (15º-19º), que rompen con el ritmo anterior; aunque todavía el primero arrastra la consecuencia de esa ruptura (¡es uno de los poquísimos alejandrinos de A. Machado con el ritmo hemistiquial melódico, 3.6, madrecitas en flor!). El exceso de materia poética de los cinco alejandrinos se reduce mediante el único heptasílabo del poema (entre los robles muerden). El remanso del verso y de la emoción nos devuelven al ritmo de los tres endecasílabos finales, dos de los cuales vuelven a ser sáficos (de 4.8, esencial). Equilibrio y serenidad que Machado había leído muy bien en fray Luis de León, para que los versos apaciguaran, al cabo, la emoción que se había apoderado del poema.

Ejemplar dedicado por Alberti de  Marinero en tierra
Muchas más cosas había leído en fray Luis Machado, por ejemplo la de emplear los juegos tonales (admiración e interrogación) en el cuerpo de un poema que se abrió con la mirada serena y que se termina con una pincelada objetiva. El lector actual quizá no percibe el lenguaje artístico del taller machadiano; pero, por ejemplo, en ese final remansado, que tanto debe al impresionismo de época (pinceladas descriptivas en vez de conjunto detallado: musgos, robles, toros...) aparece el locus amenus, el de Machado, incluso con su adjetivación platónica (negros toros, menuda hierba, pardo sayo....), que explicita en adjetivo lo que es inherente o habitual al sustantivo afectado (el toro suele ser negro, la hierba suele ser menuda, etc.), es decir, que presenta la idea de los objetos, y de la escena.

Escena, en la que, muy de Machado, súbita y necesariamente, aparece al final la figura humana: el pastor.







viernes, 25 de abril de 2014

Quevedo sigue defendiendo España, "Ocasión y causa del libro"


Ocasión y causa del libro. Así encabeza Quevedo su libro –truncado–, en un gesto creador muy suyo, con el que suele anunciar el libro en el primer boceto o las primeras páginas, aunque luego no pase de esbozo o de borrajear su contenido. Esa vehemencia creadora se mantendrá hasta en sus últimas obras, por ejemplo en el esbozo de la vida del jesuita Marcelo Mastrilli, que emprende en la prisión de San Marcos, unas hojillas que se conservan autógrafas y que, probablemente, no siguió porque el prestigioso y activo padre Eusebio Nieremberg se le adelantó, con información más completa (Nieremberg era también jesuita). 

España defendida, sin embargo alcanza la categoría de libro incompleto, como veremos, como una de las numerosas tareas que Quevedo emprende durante aquellos años, las más afectadas por el intento lipsiano de ser un humanista-consejero de la Monarquía Hispana.  El tema es largo. He aquí ese pasaje liminar. El estilo es apresurado y vehemente, necesita de algún remanso editor –espaciado y puntuación– que lo acerque al lector actual sin tergiversarlo.

Y recuerdo brevemente que continúo la edición del autógrafo de Quevedo, hito de la leyenda negra, de difícil lectura, como dije en entrada de hace unos días.


No ambición de mostrar ingenio me buscó este asunto, solo el ver maltratar con insolencia mi patria de los estranjeros y, los tiempos de ahora, de los propios, no habiendo para ello más razón de tener a los forasteros invidiosos y a los naturales que en esto se ocupan despreciados; y callara con los demás si no viera que vuelven en licencia desbocada nuestra humildad y silencio.
¿Qué cosa nació en España buena a ojos de otras naciones, ni qué crio dios en ella que a ellas //

les pareciese obra de sus manos? Paciencia tuve, hasta que vi a los franceses con sus soldados burlando de España; y vi a Josepho Scalígero, por Holanda, hombre de buenas letras y de mala fe, cuya ciencia y dotrina se cifró en saber morir peor que vivió, decir mal de Quintiliano, Lucano y Séneca, y llamarlos “pingües isti cordubenses”; y a Mureto, un charlatán francés, roedor de autores, llamar en un comento  


a Catulo, con el cual, en lugar de darle a entender a otros, muestra que él no le entendió, y lo confiesa así en muchas partes; y le va mejor al poeta que, en las que pensando le entiende,  le levanta testimonios y le deshonra; dice, pues, en el prólogo, comparando con su veronés Catulo a Marcial español, y con Virgilio mantuano a Lucano el cordobés, no con pureza, que son sus poetas mejores, sino, blasfemo y desvergonzado, trata a Lucano de inorante y a Marcial de bufón y ridículo y sucio  // 

solo por español; que el Mureto, de todos cuatro autores, para decir bien o mal, solo entendió que los unos eran hijos de Roma y los otros de España.
Más me enojo ver que cuando ligeramente pasábamos por estas cosas,  como buscando lo que mas debíamos sentir, salió otro atreviéndosenos a la fe y a las tradiciones y a los santos, y no quiso que Santiago hubiese sido patrón de España ni venido a ella. Y espero a cuando otro escribirá  que para los españoles no hay dios //
 

que un aborrecimiento tan grande y tan mal fundado no hará mucho en llegar a hereje un invidioso.
Llegose a esto ver que, cuando aguardaban ellos a tan grandes injurias alguna respuesta, hubo quien escribió, quizá por lisonjearlos, que no había habido Cid; y al revés de los griegos, alemanes y franceses, que hacen de sus mentiras y sueños verdades, él hizo de nuestras verdades mentiras, y se atrevió a contradecir papeles historias y tradiziones y sepulcros con sola su incredulidad, que suele ser la autoridad mas poderosa para //

con los porfiados. Y no solo han aborrecido esto los mismos hijos de España que lo vieron, pero hay quien, por imitarle, esta haciendo fábula a Bernardo, y escribe  que fue cuento y que no le hubo, cosa con que por lo menos callaron los estranjeros, pues los propios no los dejan qué dezir.
¡Oh  desdichada España, revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales y no he hallado por qué causa seas digna de tan porfiada persecución! Solo cuando veo que eres madre 


de tales hijos, me parece que, ellos porque los criaste y los estraños porque ven que los consientes, tienen razón de decir mal de ti. Demos que se halle un libro u dos u tres que digan que no hubo Cid ni Bernardo, ¿por qué causa han de ser creídos antes que los muchos que dicen que les hubo? Si no es que la malicia  añada autoridad, no sé cuál tengan mas; cuando la tuvieran para el estraño, para nosotros no había de ser así, que el enemigo no es mucho que se muestre curioso, que es lo mismo que malévolo. Así lo dijo el poeta: “Curiosus nisi malevolus”; //

pero el hijo de la republica lo que le toca es ser propicio a su patria.
No nos basta ser tan aborrecidos en todas la naciones que todo el mundo nos sea cárcel y castigo y peregrinación, siendo nuestra España para todos patria igual y hospedaje. ¿Quién no nos llama bárbaros?; ¿quién no dice que somos locos, inorantes y soberbios, no teniendo nosotros vicio que no le debamos a su comunicación dellos? ¿Supieran en España que  ley había para el que el lascivo ofendía las leyes de la naturaleza si Italia no se lo hubiera enseñado?; ¿hubiera el brindis //



















repetido aumentado el gasto a las mesas castellanas si los tudescos no lo hubieran traído? [Copiado en nota al final de la hoja:]  Ociosa hubiera estado la Santa Inquisición si sus Melantones, Calvinos, Luteros y Zuinglios y Besas no hubieran atrevídose a nuestra fe.
Y al fin nada nos pueden decir por oprobio si no es lo que ellos tienen por honra y, averiguado, es en nosotros imitación suya.
Ya pues es razón que despertemos y logremos parte del ocio que alcanzamos en  mostrar lo que es España y lo que ha sido siempre; y juntamente que nunca tan gloriosa triunfo de las letras y armas como hoy, [el siguiente pasaje aparece tachado:] a pesar de los discursos del padre Mariana , que desde su celda quiso, no gobernar el mundo, sino escandalizarlo, con saber que la advertencia es permitida, pero no la sediciosa murmuración, y más de hombre que ni trata el estado ni la razón del hombre apartado de todo arrepentimiento. Pues si de la histoira que hizo le hubiera tenido, no hubiera atrevidose a cosa en que le tendrá tarde y por dificultoso camino; pues en esto paran los que. Pues tenemos]  gobernada por don Philipe III, nuestro señor.
Dos cosas tenemos que llorar los españoles: la una, lo que de nuestras cosas no se ha escrito; y lo otro, que hasta ahora lo que se ha escrito ha sido tan malo, que viven contentas con su olvido las cosas a que no se han atrevido nuestras cronistas


// escarmentadas de que las profanan y no de las celebran.
Y así, por castigo, ha permitido dios todas estas calamidades, para que con nosotros acaben nuestra memoria. Pues aun lo que tan dichosamente se ha descubierto y conquistado y reducido por nosotros en Indias está disfamado con un libro impreso en Ginebra, cuyo autor fue un milanés, Jerónimo Benzón, y cuyo título, porque convenga con la libertad del lugar y con la insolencia del autor, dice: Nuevas historias del nuevo mundo, de las cosas que los españoles han hecho en las Indias Occidentales hasta ahora, y de su cruel tiranía entre aquellas gentes. Y añadiendo la traición y crueldad que en la Florida usaron con los franceses los españoles.
Causas son bastantes todas para tomar la defensa de España a cargo, y de lástima y de amor quien la viere así afligida.

[No se trascribe la segunda hoja, que es el comienzo del capítulo I, objeto que será de otra entrada].