Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 31 de enero de 2012

Madrid, 1606


Entre los muchos documentos con los que voy conociendo la historia del Madrid histórico a partir de sus fuentes –en este caso las del AHPM–, me gustaría hoy reproducir  uno de los más interesantes, probablemente conocido o por este mismo documento o por algún otro semejante, por ejemplo, del archivo de la villa. El original, de todas maneras, resulta tan simple como aleccionador.  Es un documento de 1606 cuando ya se ha decidido la vuelta de la Corte desde Valladolid, y a mí me interesaba sobremanera porque me suministraba datos de tres protagonistas de mis investigaciones: Luisa de Carvajal, que también se había trasladado de Madrid a Valladolid y que en 1605 se va a Londres; Francisco de Quevedo, que se mueve con su tutor Agustín de Villanueva, protonotario, de un lugar a otro; y el futuro conde de Villamediana.  El concejo de la Villa de Madrid, reunido como es habitual, firma un acuerdo para favorecer la vuelta de la corte a Madrid, en el que se comprometen a ayudas, exenciones y facilidades que llegan incluso hasta suministrar los carros necesarios para el traslado de muebles, enseres, etc.
Comienzo la transcripción, que luego es fácil de proseguir:

Sepan cuantos esta carta de poder vieren como nos el concejo, justicia y regimiento de la noble villa de Madrid estando juntos en la sala de nuestro ayuntamiento según lo habemos de uso y costumbre de nos juntar para las cosas y casos tocantes a la dicha villa, especialmente llamados, conviene a saber …… [relación, que son  los que al final firman…]  se suplique a su majestad se sirva demandar se vuelva y mude a esta villa su real casa y corte, atento la necesidad que a causa de su mudanza ha padecido y padece y que cada día padecerá más y al mucho empeño que la dicha villa tiene, e porque es justo que para ayuda de los gastos que en esta se han de hacer se le sirva con lo que pareciere más conveniente a su real servicio asi para la mudanza como para poder estar villa y reparar sus alcáceres y casas reales, otorgamos y conoscemos por esta presenta carta [...y se  comprometen a asientos y convenios que se harán sin dilación ni regateo para poder financiar la mudanza y sus circunstancias. También a un "servicio" en consonancia con las necesidades de su Majestad. Son fáciles de leer las dos páginas que siguen].

La fecha que antecede a las firmas: diezyséis de enero de 1606




Si te cortas las uñas con la mano....


Si te cortas las uñas con la mano
izquierda y eres diestro, te darás
cuenta de que es difícil la tarea
por mucho que te afanes y concentres;

seguramente quedarán dañadas
las más rebeldes o las más curvadas;
más vale que no intentes apurarlas,
podrías hasta terminar sangrando.

Hacer las cosas uno mismo siempre,
jugar a ser independiente y libre
bien puede producir problemas nuevos,
inesperados o sin solución.

No creo que se pueda resolver
con los catorce versos de un soneto.















domingo, 29 de enero de 2012

La curva del Arno



Mientras desayuno, veo por los ventanales el prado, quizá huerto, de la iglesia románica de San Sixto, que tiene la elegancia de la sencillez; a mi lado –también está en la habitación de al lado– Abraham B. Yehoshua, el  escritor israelí, con el que comparto las dificultades para manejar la máquina de café y un inglés chapurreado, bastante malo, el mío al menos. 

El viejo lema machadiano, que tanto me gusta, "mi corazón está donde ha nacido, no a la vida, al amor...." ha vuelto a cumplirse generosamente en esta ciudad apacible, que me despierta por las mañanas con las campanas del caballero San Stefano, donde se guardan banderas, pendones, faroles, etc. recuerdos de la batalla de Lepanto. 
Quizá Cervantes hubiera preferido descansar en esta iglesia de trofeos mejor que en las trinitarias madrileñas de la calle Huertas, donde al fin y al cabo han perdido sus huesos. No sé. Si así hubiera sido hubiera tenido la comprensión sobre todo de ese admirable grupo de hispanistas que van en bici o andando a la universidad –cuántos placeres he perdido en esta vida–, colegas que conocen al dedillo el Libro de Buen Amor, romances viejos, a Castillejo, a Quevedo y la picaresca, a Góngora, a Lope, a Montalbán, a Espronceda, al teatro actual....  
Lamentablemente no he podido ver  los fondos antiguos de la biblioteca universitaria; ni el botánico de Lucca, ni las iglesias que estaban cerradas.... el juego de horas y actividades no encontró el hueco mínimo para curiosear en algunos rincones: pero amenazados quedan con un vuelo futuro de low cost cosas como los madrigales de Guarini musicados por Palazzoto o el libro musical de Cerone, que Quevedo hubo de canturrear. Y amenazada queda aquella toscana desconocida de ojos verdes que me ayudó a comprar quesos artesanos en la piazza della pera, de la que no hubiera querido despedirme nunca.
Tampoco pude proseguir las charlas –Espronceda, la carta al Papa de Quevedo– con mi buen amigo y colega Alessandro, que anda recuperándose de una caída, para volver a coger la bici, ya que la estructura irregular del suelo pisano le joroba más que el rodar apacible de las bicicletas. ¡Quién hubiera podido hacer un comentario semejante! Ni he podido canturrear romances mientras ayudaba a cuidar el jardín de la foto, en esa hermosa casa en donde hay muchos libros, mucho jardín y dos personas admirables. Nos hemos emplazado para Madrid. Bicicletas y campanas en esta mañana limpia de domingo.


De abadas, torres y frescos

Inevitable es que aparezca en uno de los paseos por Pisa el impresionante conjunto y negocio de la catedral;  porque es verdad que la torre se inclina que se cae, como muestra esa chinita a quien pedí fotografiar. 
Y así, la ciudad apacible y hermosa, conserva este milenario parque de atracciones, en donde son muchos los rincones que admirar. Eso sí, me extrañó sobremanera que en una de las puertas labradas se conservara el retrato de un viejo decano de mi facultad, disfrazado de hipopótamo o abada, como bien se ve; 
o que en los maravillosos frescos del cementerio –el triunfo de la muerte y el juicio final–, de mediados del s. XIV, se hubiera representado con tanta fidelidad un departamento de la UAM. 
E incluso que hubieran captado mi vergüenza y mi bochorno, que así resulta todavía más vergonzante, como habrá de ser confesarse en esta catedral, con esos confesionarios abiertos, con pecador y pecadora a cada lado.
Belleza sobrada la de este templo inmenso, mármol blanco, columnas, armonía, grandeza y buena idea de espacios verdes para aislar los edificios.
Al final, tanta armonía embota la sensibilidad del espectador, que sale disparado y busca un árbol o una flor o unos ojos que se muevan, que la emoción le venga espontáneamente de algo que no se haya construido con tanto arte, trabajo, esfuerzo, historia....
Y lo encuentra, ese palmera que estalla encima del muro, esos ojos verdes e inteligentes que serenan. Lo que pasa. Pero también lo que pasa emociona y duele, precisamente porque se hubiera deseado retener.




sábado, 28 de enero de 2012

Naturalmente somos inclinados a saber....




[A B.P.]


Naturalmente somos inclinados
a saber, no esperemos premio en balde;
que sin estudios ni cuidados solo
conseguiremos números vacíos;

siempre han de continuarse las mejores
ocupaciones, en cuyo ejercicio
las humanas felicidades vienen;
y que no se nos pase un día sin

una línea a lo menos, que se roba
al tiempo cada instante sin trabajo,
aunque sea en tareas las más simples
que no por eso pierden los estudios.

Te mandaré semillas de hierba luisa
para que aromen la camelia, blanca. 



Dulces y alcachofas


Siempre tuvieron las plazas y los alrededores de los mercados un sabor peculiar; de hecho, en muchos lugares de la Península el mercado se llamaba "la plaza", y antes se decía "voy a la plaza" por 'voy a la compra'. 
Callejeando por Pisa he atravesado varias veces la "plaza" y los andurriales, he husmeado los puestos de fruta y verdura, he visto los escaparates de las tiendas y observado los mostradores de carnicerías y pollerías. Todo el barrio, entre el Palacio Garibaldi y el Palacio Agostini, parece ser lugar de puestos del mercado; de hecho, las mayores fruterías y verdulerías quedan abiertas hasta muy tarde, ya noche cerrada, cuando la plaza se ha vaciado y limpiado. 

El viajero, a quien le ha dicho hace tiempo que sea moderado con el azúcar, se para a contemplar dulces y pastelerías (Pisanine di San Ranieri, Buccellato, Panforto....) Y luego se queda ensimismado ante la variedad de alcachofas y las diferentes verduras, algunas de las cuales conoce, desde luego, pero revisten formas (¿y sabores?) caprichosos, como las tres modalidades de achicoria para ensaladas. 
Espero que alguna buena cocinera me explique cómo se guisan –y si diferentes– esas alcachofas largas o las elegantes o las moradas...., que parecen ser verduras normales y corrientes en estas tierras. El tema de las alcachofas –de las que hay una receta en este blog–, ya fue motivo de profunda meditación a propósito de Roma y su barrio judío, y recuerdo todavía los puestos de alcachofas flotando en cubetas de agua en Venecia. A ver si en las librerías de viejo de Lucca me encuentro algún libro de recetas como dios manda; o quizá le pido a Natalie –que ha traducido a Nola al francés, también dimos noticia en este blog– que me busque un recetario con solera. 
Las he comido ávidamente hoy en el limpio comedor de la Escuela Normal, eran las de siempre, hervidas y luego aderezadas con aceite y vinagre; pero Valentina, que comía a mi lado, me ha comentado por encima que es usual comerlas crudas, bien peladas, desde luego. Así las recuerdo yo, hace tiempo, en Bretagne, las enormes alcachofas cuyas hojas mojábamos en una vinagreta y mordíamos.
Es muy rico el tema de las alcachofas, parece. Y se reitera.






viernes, 27 de enero de 2012

Jardín botánico de Pisa


En el mismo centro de la ciudad –como en Madrid, Lisboa, París....– Pisa conserva su "ortus botanicus", que data, he leído, de hacia 1512, con vaivenes y cambios históricos diversos. Se jacta el "ortus" de ser el más viejo de Europa y, por tanto, supongo, del mundo europeo y americano. Algunas avenidas de flores llevan denominación y fecha de siglos hace. ¿Y el jardín? Nunca había visto un ginko como el de este botánico, desde luego, aunque sospecho que los habrá en China; y los magnolios centenarios, a uno de ellos le dan fecha de nacimiento de mil setecientos y poco –apuntalado está, desde luego. Otro tejo, de la parte posterior, se ha convertido en todo un bosque. Otros ejemplares espectaculares: una encina, un tilo, el "bagolano", más alto que todos los edificios de Pisa, las palmeras y unos cuantos plátanos, uno de los cuales, ha desarrollado un pedestal monticuloso que nunca había visto antes.

El jardín estaba desierto –normal por las fechas– y parecía algo descuidado, ropaje que no sé si le caía bien, entre esos muros –algunos apuntalados– desnudos y las edificaciones ocres que se asomaban a mirarnos por encima. Había también cierto descuido en los dos invernaderos, algo pobres. Apunto he estado de regar algunos tiestos....

De vez en cuando, una tímida nota de color: ya hay narcisos, amarillos y blancos; en la zona de las salvias, la roja; las camelias, que no eran muchas, pintaban de carmín algún rincón, sin pasarse.... y poca cosa más, tan pocas que he podido recoger prácticamente todas –hasta las flores de cactus–, entre las cuales un llamativo membrillo del japón, de los que primero dan la flor –roja– y ya vendrán luego las hojas.  Aquí se llama "cotogno del Giappone" (Chaenomeles Japonica, es la flor roja que ilustra estan entrada). No era lo más interesante, desde luego, habrá que venir cuando salte la primavera y los mil cartelitos sobre la tierra desnuda dialoguen con lo que dicen. 
encina


plátano
Entre las curiosidades de las que quedan restos, nunca había visto llamar a la hierba luisa "lippia", como aquí. He estrujado sus hojas secas con la mano y me las he guardado en el bolsillo, de manera que al salir he ido oliendo a hierba luisa, pero no he encontrado a nadie a quien dar la mano, que hubiera sido lo suyo. Mucho verde y poco color. Mucho verde y poco color he repetido. Y la maldita condición humana ha derivado el pensamiento hacia donde no debía. De manera que vuelvo a mirar el lugar, y me doy cuenta que es parte de su gracia: no solo el viejo edificio cubierto de conchas que está dentro, sino los que rodean el jardín y el que sirve de sede central, supongo que la facultad de botánica o algo así, de la universidad, porque algunos botánicos italianos –recuerdo el de Nápoles, por ejemplo– pertenecen a la Universidad.
Y al salir las dos damas de la taquilla –no había absolutamente nadie más– me han vuelto a hablar en inglés. Y les he vuelto a decir que prefiero que me hablen en italiano. También estaban en inglés todas las publicaciones de la entrada, en la taquilla. Vaya.

Ortus Botanicus


Salvia, unos narcisos, las camelias,
los ojos verdes en los que he mirado….
en el jardin de invierno los colores
las brasas de la vida se han dejado;

las magnolias más viejas se mantienen,
encinas, robles, ginkos centenarios;
el huerto está vacío, las cartelas
dicen lo que podrá traer el verano;

las sombras de esta tarde dulce y triste
los árboles alargan, deshojados;
el muro se quitó su primavera:
ladrillos rotos, viejos, desconchados…

¿dónde los mirtos y las rosas dónde?
Este huerto parece abandonado.



jueves, 26 de enero de 2012

Dos luces en Pisa


Doy noticia de actividades quevedianas en Pisa; en realidad debería decir del encuentro que tendrá lugar en La Escuela Normal Superior de esa ciudad sobre las relaciones entre Italia y España durante el barroco, en este caso a partir de viajes, actividades, obras, etc. de Quevedo.
Nadie va a descubrir a estas alturas tan hermosa ciudad toscana, que estoy recorriendo, admirando y queriendo durante el puente de santo Tomás. El sol del atardecer –con el que di mi primer paseo– deja esos juegos de luces y sombras, de los que son protagonistas las torres de la ciudad y los inmensos plátanos, podados muy arriba, como garabatos gigantescos en el cielo azul, así en la plaza de los Mártires de la Libertad, cuando el sol de la tarde se emborracha con el ocre de las fachadas.
En cuanto anochece, la ciudad cambia de estilo e ilumina su arteria fluvial –el Arno–, flanqueada de palacios y casas antiguas. Es admirable el respeto con que Pisa se ha tratado: ni un solo hormigón que rompa el rojo de los tejados o que quiebre la luz de un horizonte limpio.




Como hace frío, el viajero busca las plazoletas del centro, o se pierde en las callejuelas que confluyen en la parte vieja en los soportales de las ciudades lluviosas.
Calle del moro

Palacio Puteano
Y al final, noche cerrada, vuelve a la piazza dei cavalieri, donde se aloja; desde la ventana de la Escuela se ve la estatua de Fernando de Médicis, la fachada de Vasari, la iglesia de San Stéfano... el ruedo de esa hermosa plaza tan quevediana, pues la mayoría de los edificios –el de Vasari es de 1556, claro– son de hacia 1600-1605, cuando Quevedo termina el Buscón y el primer Sueño. Empezamos bien.
Escribiendo y trabajando llega el amanecer. Y la luz cambia primero las siluetas de los edificios, despeja luego la niebla. Aparecen los primeros estudiantes que van en bicicleta. Aquí también es tiempo de exámenes.