– Pues yo querría que me empezara a disminuir la dosis...
– Ten cuidado, ten cuidado, ten cuidado... que yo lo intenté un par de veces y en las dos ocasiones que casi me pongo mucho peor; a urgencias tuve que acudir la primera, porque al segundo o tercer día de no tomarlas, que se me vino su imagen otra vez, primero cosas sueltas, los ojos aquellos oscuros que tenía, azabache puro, el gesto de llevarse la mano para quitarse el pelo de la frente, una media risa que se le quedaba colgando mientras esperaba contestación... Bueno, bueno, bueno. Poco a poco se me fue metiendo en la cabeza, que no lo podía parar, y volvía y volvía a recorrer la escena de aquel día: otra vez su cara, las manos, la ropa, el pelo... Aquel jersey que llevaba colgado como si no lo llevara; esa actitud de tío que se sabe resultón y te mira pero no te mira; las muecas de los morrazos, que si hablaba o no hablaba. Es que era todo, pero todo. En la primera recaída hubo un momento en que empecé a escuchar cómo hablaba, muy despacio, pero con saltos, como si cogiera las palabras de repente y necesitara irlas soltando luego mientras las acariciaba, a ellas o a ti, que lo mismo era; hala, y yo, embobada, incapaz nada más que de volver a mirarle y de recibir aquella voz grave como si cada sonido fuera... yo que sé, ya me entiendes. No lo podía sufrir, pensar en todo lo que había significado para mí, y en que esa noche lo iba a sustituir por un Lexatín; es que no podía. Tenía el sollozo aquí, en el cuello, queriendo salir como una bestia a gritar y llorar... Tuve que ir a urgencias, ya te digo. Y le volví a contar al siquiatra todo lo del primer día hasta que ya no pude más y rompí a llorar. Seis meses entonces, va para dos años ahora. Y no veo el final, no lo veo. Que si era endógeno, me dijo, y ansiedad. Ya sé yo que era ansiedad. Pasión, ansiedad y ausencia... Mire usted es que desde entonces yo no vivo, es que no puedo pasar un par de horas normales y tengo que apoyarme en pastillas para no morirme, doctor, es que se me ha metido esto en el cuerpo y no hay modo de salir; y es que yo sé que no quiero salir, además, porque el día que no me ocupa la memoria y el recuerdo seis o siete horas es como si no existiera ese día para mí, es que con solo aquellos dedos largos, finos con los que se peinaba, solo con ese gesto, yo tengo alimento para toda la vida... Y el doctor te escucha, ya verás; me escuchaba, extendía la receta y, ya está, a otra, y que vuelva si recaigo. Y así casi dos años...
– Bueno, ¿y luego entonces, después de esa primera vez que le viste...?
– Ah, no. Nunca más volví a verle, solo aquella vez, unos veinte minutos aquella vez.
– Ten cuidado, ten cuidado, ten cuidado... que yo lo intenté un par de veces y en las dos ocasiones que casi me pongo mucho peor; a urgencias tuve que acudir la primera, porque al segundo o tercer día de no tomarlas, que se me vino su imagen otra vez, primero cosas sueltas, los ojos aquellos oscuros que tenía, azabache puro, el gesto de llevarse la mano para quitarse el pelo de la frente, una media risa que se le quedaba colgando mientras esperaba contestación... Bueno, bueno, bueno. Poco a poco se me fue metiendo en la cabeza, que no lo podía parar, y volvía y volvía a recorrer la escena de aquel día: otra vez su cara, las manos, la ropa, el pelo... Aquel jersey que llevaba colgado como si no lo llevara; esa actitud de tío que se sabe resultón y te mira pero no te mira; las muecas de los morrazos, que si hablaba o no hablaba. Es que era todo, pero todo. En la primera recaída hubo un momento en que empecé a escuchar cómo hablaba, muy despacio, pero con saltos, como si cogiera las palabras de repente y necesitara irlas soltando luego mientras las acariciaba, a ellas o a ti, que lo mismo era; hala, y yo, embobada, incapaz nada más que de volver a mirarle y de recibir aquella voz grave como si cada sonido fuera... yo que sé, ya me entiendes. No lo podía sufrir, pensar en todo lo que había significado para mí, y en que esa noche lo iba a sustituir por un Lexatín; es que no podía. Tenía el sollozo aquí, en el cuello, queriendo salir como una bestia a gritar y llorar... Tuve que ir a urgencias, ya te digo. Y le volví a contar al siquiatra todo lo del primer día hasta que ya no pude más y rompí a llorar. Seis meses entonces, va para dos años ahora. Y no veo el final, no lo veo. Que si era endógeno, me dijo, y ansiedad. Ya sé yo que era ansiedad. Pasión, ansiedad y ausencia... Mire usted es que desde entonces yo no vivo, es que no puedo pasar un par de horas normales y tengo que apoyarme en pastillas para no morirme, doctor, es que se me ha metido esto en el cuerpo y no hay modo de salir; y es que yo sé que no quiero salir, además, porque el día que no me ocupa la memoria y el recuerdo seis o siete horas es como si no existiera ese día para mí, es que con solo aquellos dedos largos, finos con los que se peinaba, solo con ese gesto, yo tengo alimento para toda la vida... Y el doctor te escucha, ya verás; me escuchaba, extendía la receta y, ya está, a otra, y que vuelva si recaigo. Y así casi dos años...
– Bueno, ¿y luego entonces, después de esa primera vez que le viste...?
– Ah, no. Nunca más volví a verle, solo aquella vez, unos veinte minutos aquella vez.
[Denis Antonio]
¡Madre mía, qué intenso todo en este breve relato!, toda una vida, puede ser, ...
ResponderEliminarEn un café
ResponderEliminarHe vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste más triste que un tintero
Triste no soy o si lo soy no sé
la maldita razón porque no quiero
He vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste en las calles de mi raza
He vuelto a estar más triste que un quinqué
más triste que una taza
Estoy sentado ahora en un café
y mi alma late late
de sed de no sé qué
tal vez de chocolate
No quiero esta tristeza medular
que nos da un golpe traidor en una tarde
Pide cerveza y basta de pensar
El cerebro está oscuro cuando arde.
Carlos Edmundo de Ory
Muy bueno el breve relato.
D.L.
DL. le interesara este enlace.
ResponderEliminarhttp://www.elboomeran.com/blog/8/blog-de-javier-rioyo/