Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 22 de febrero de 2011

Literatura y lugares comunes. De la REC, 4

Iba a contar en la entradita a  REC 4 de qué manera las páginas de aquella primera novela salvaron una tarde de adolescente aburrido y encendieron la pasión hacia un mundo mágico que la imaginación fue conquistando al compás de las lecturas; iba a describir una vez más la gozosa e inquietante emergencia de ese mundo interior que se agazapa esperando multiplicar la vida; pero recordé, mano en mejilla, las veces que ya había leído pasajes semejantes (de Garcilaso, Lope, Quevedo, Iriarte, Zorrilla, Martí, Unamuno, Carvajal, Bolaño…), las veces que había admirado cómo se expresó la emoción de la lectura; y preferí renunciar. Antes de abandonar esa primera idea, con todo, pensé en la posibilidad de rehacer el breve texto y justificar el abandono, precisamente, como motivo de esa situación, abocado a decir lo que ya se dijo mejor, justificando mi renuncia; pero cuando ya me encontraba decidido a hacerlo, se me representó nuevamente la lectura de momentos semejantes en mis lecturas: cuántas veces acompañamos al héroe melancólico que renuncia a la travesía del destino porque sintió que aquello no era ya ardua senda sino lugar de todos, y cuántas el silencio repitió con su blancura lo dicho y repetido, cuántas veces el silencio es la comunión con lo sabido, la aserción con lo leído y divulgado. La renuncia en señal de solidaridad con lo existente: ser y mirar. El desplazamiento me volvía a situar en un lugar deliciosamente concurrido de la historia literaria, en donde no tenía nada que hacer. Acudió en mi auxilio, entonces, produciendo un nuevo quiebro en mi voluntad, la posibilidad de justificarme nuevamente con la verdad, la de no rendirme: expresar, contar porqué el silencio era la mejor manera de decir; y entonces podría contar cómo, a pesar de todo, esa situación de lugar común experimentado tantas veces, amortizando la voluntad expresiva de nuestra experiencia, conservaba unas briznas de verdad, las que se habían reunido para que cada individuo se sienta, a pesar de todo, único en un lugar exclusivo del tiempo y del espacio. Poco me duró la ilusión, pues enseguida recordé que aquella visión entre romántica, burguesa y cristiana era un nuevo lugar común, sobre el que se habrán escrito varias tesis doctorales, posiblemente francesas. Tampoco podría enfrentar lo real a todo lo demás, enfrentar la vida a la literatura, al sueño, a la imaginación, a la creación; resolución que hubiera justificado un texto breve sobre la Literatura. Nada que hacer frente a esa ilusión, que terminaron por banalizar las ruinas circulares de Borges y su prole de epígonos. Terminé por pensar que lo mejor era, como estaba haciendo, escribir una introducción sobre las dificultades de la introducción, y claro, allí estaba nada menos que Cervantes, para empezar Cervantes. Camino vedado.


Ningún camino parece habérsele escapado a la literatura en su reflexión imaginaria sobre la vida. ¿Pasará lo mismo con cada tema, cada motivo, cada detalle de todo lo que te entregamos ahora a la lectura? El proceso, así encadenado, puede llevarnos a un punto lejano, desde el cual yo no sea posible distinguir realidad y literatura, al fin y al cabo porque a esa capacidad humana para dilatar su imaginación y su mundo interior en sucederse sin límites hemos convenido en darle un nombre hoy intocable: será literatura cuando lo expresamos. No existe la literatura como verdad objetiva, desde luego –y este texto se ha de insertar en la serie que lo va exponiendo–  pero sí que existe un fenómeno cultural, derivado de las condiciones humanas, al que hemos denominado −en momentos de exaltación− históricamente “literatura”, y que luego nos hemos afanado en adjetivar con lo que, en cada caso, se nos ocurría, para desesperación de teóricos sesudos. 
Y todo parece haber ido a parar a ese inmenso lugar, tanto o más ancho que la misma vida, y sin embargo perteneciente a ella, que nos empecinamos en calificar de modo peculiar, como ocurre con tantos vocablos, de esos que se nos deshacen cuando se analizan con unas migas de sensatez (patria, fe, literatura…), que se nos deshacen en la coyuntura histórica que los produjo y en el aferramiento de los individuos a su parte irracional, para justificar condiciones de su existencia.
No hay modo de defender el contenido de luna revista literaria o de una actividad académica con estos supuestos: todo lo que sigue son repeticiones, amagos de renovar la dicción hasta encontrar el modo más ajustado de relatar conductas y sentimientos, malabarismos lingüísticos para que provoquen algún hallazgo feliz, considerandos sobre lo que se mantiene en el mundo imaginario de quienes transitan constantemente por él, diálogos con quienes intentan salir del atolladero de nuestras sociedades… 
Todo, en efecto, todo son repeticiones; nuevamente menos un accidente: el del hito histórico en que se producen. Y aunque el universo juegue a repetirse en el infinito espejo del tiempo, del cosmos, y nosotros con él, “nadie me quitará mi dolorido sentir”, todos habremos de cumplir un segmento del tiempo –ese fenómeno incomprensible—y necesitaremos asumir desde esa minúscula parcela el gigantesco proceso al que nos parecen haber arrojado. Sin embargo, sin embargo, cuando acabo de incurrir en esa frase contundente, dramática y aparentemente conclusiva, recuerdo la cantidad de veces que el buen escritor nos ha llevado a experimentar una situación semejante, cuántas ha levantado un mundo imaginario para que experimentáramos el pánico de un individuo asido a un tiempo exiguo frente a la vastedad, la inconsistencia, el vértigo; cuántas ha intentado salvarlo mediante pilares eternos, o destruirlo como barro… Todas las posibilidades parecen haber sido recreadas por la literatura. No parece que podamos escapar. 

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