Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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martes, 10 de mayo de 2011

Métrica española (7). Componentes y estructura del verso

El verso se produce por la peculiar expresión de un discurso, al conjuntarse una o varias cadenas melódicas con los grupos métricos seleccionados para la expresión, es decir, el lenguaje con la forma necesaria que lo soporta. Líneas melódicas y grupos fónicos o métricos pueden estudiarse teóricamente, incluso como universales del lenguaje, pero solo se realizan en el momento de producirse esa comunión, que los matiza y trasforma.
Lo primero que observamos es la disposición de la cadena lingüística de manera peculiar: la continuidad de grupos fónicos y pausas, el especial relieve o cuidado de la entonación, aquellos caracterizados por la presencia de, al menos, un acento de intensidad fuerte. La propia lengua suele suministrarnos una primera guía para la realización de esos grupos, cuando nos habla de palabras (artículos, demostrativos, preposiciones...) normalmente enclíticos o proclíticos, es decir, que difuminan su acentuación para supeditarla a la de otra palabra de mayor contenido semántico (verbo, adverbio, sustantivo...), de la misma manera que en asociaciones típicas ocurre con elementos gramaticales (verbos auxiliares en las perífrasis, el adjetivo junto al sustantivo que califica...). La realización oral de esos segmentos, sin embargo, no obedece casi nunca a leyes constantes, sino a posibilidades de realización, que dependen a su vez del contexto lingüístico, de la cadena versal o de los efectos especiales, entre otras cosas. Lo que sí es una constante es que en la lectura de versos aparecen de modo inequívoco —con mayor relieve que en el habla normal— esos grupos fónicos, métricos. El verso castellano suele realizarse por la sucesión de grupos fónicos o métricos en torno a las cuatro o cinco sílabas, en agrupaciones de una a tres palabras. El grupo  que supera las cuatro sílabas desarrolla naturalmente acentos secundarios, hasta un límite que no suele desbordar las ocho sílabas. Es muy difícil encontrar secuencias de mayor extensión formadas por un solo grupo fónico, es decir, en las que solo apreciemos la existencia de un acento de intensidad fuerte. La poesía en verso potencia estilísticamente esas secuencias silábicas extensas o muy reducidas, que cuando no se trata de extrarrítmicos (contigüidad o acumulación de acentos de intensidad) pasan a crear estereotipos versales, como los versos “vacíos” o “difusos”, de los que será cuestión en otro momento. Tales juegos tonales nos están sugiriendo explicaciones fonéticas a rasgos métricos elementales, como los que definen a los versos de arte menor, sencillos, frente a los versos de arte mayor, compuestos; o los que explican la aparición del hemistiquio en los versos largos.
La cadena de grupos métricos supone la presencia necesaria de acentos y pausas que se distribuyen en el cuerpo de un poema de modo organizado; y de una línea melódica en la que se integran. No se trata de organizaciones perfectas —que las hay— sino de recuerdos, proximidades, alternancias, lejanías, reiteraciones, etc. que en su conjunto forman la melodía, la imagen sonora del poema. De hecho, algunos tratadistas distinguen como unidades básicas no solo la de grupos fónicos, rítmicos o métricos, pausas y entonación –como hemos hecho nosotros—, sino también las junturas entre las dos unidades anteriores o la presencia de tonemas para señalar la eminencia de una pausa, entre otras cosas. Este aspecto de la métrica está en pañales: es evidente que habrá que investigar la relación entre unidades melódicas (tonemas),  y acentos rítmicos.
Como los componentes esenciales de la sonoridad del poema –y de las artes musicales en general– se asientan en la repetición, que la memoria capta, para trabar una serie de sonidos que se van perdiendo en el tiempo, ya que los nuevos recuerdan a los que ya han soñado (es lo que Machado llamaba "palabra en el tiempo"), los versificadores potencian esa cualidad para que su lenguaje no sea "fungible", no se pierda totalmente según se va realizando.
A veces, depende de la tradición de cada lengua, ciertos elementos ayudan a señalar tales estructuras o las señalan de modo inequívoco: la rima, la absoluta igualdad silábica, la perfecta simetría acentual, etc. se cuentan entre los medios tradicionales de la poesía española para señalar el sistema métrico que el poeta ha adoptado. Se trata de elementos redundantes.
El verso, normalmente y en cualquier caso, se configura como una secuencia lingüística que engloba uno o varios grupos métricos. El verso tiene la tendencia a convertirse en versículo cuando sobrepasa una cierta extensión (de más de dieciséis sílabas, por lo general; o si se prefiere: de más de seis a ocho acentos de intensidad), pierde su conciencia de fragmento sonoro mensurable por la memoria. A los versos se les reconoce por dos cosas: la presencia inequívoca de un límite (el final de verso) y las asociaciones que establece con unidades semejantes con las que se ha formado la poesía en verso, lo que significa etimológicamente versum (‘surco’, ‘vuelta’). La esencia del verso estriba en esa sutil llamada a la línea melódica para que termine, aunque desde la sintaxis y el sentido no se pida la cadencia tonal; y en la conciencia del lector de que se están sucediendo unidades de ese tipo. Incluso en el caso de versolibrismo –de lo que ya hemos hablado y volvermos a hablar en este blog– se suele dar una presencia de segmentos homologables a los metros clásicos.
La estructura morfológica de los versos no es pertinente para su definición. Puede haber versos formados por sucesión de palabras monosilábicas, o versos cumplidos por solo una o dos, como en los ejemplos endecasilábicos de Claudio Rodríguez:

11 Por el que sé que no me crees solo       4.6.8.10
11 Destronamientos, desmoronamientos    4.10

Aun en el caso de un solo verso, la asociación se establece, in absentia, con el esquema prefigurado de aquel verso: un solo endecasílabo puede, por tanto, ser un verso, y un poema:

La vida es vida. Ay, la muerte es muerte.   2.(3).4.6.8.(9)10
(Jorge Guillén)

Hay varias cosas que se deducen de esta primera definición de lo que es verso. Primero y ante todo la extraordinaria conjunción lingüística a que se obligan las formas métricas, que descansan sobre estructuras fonéticas reconocibles lingüísticamente. Es el resultado de una conjunción histórica entre formas prosódicas y formas métricas, definitivamente convergentes a partir del siglo xvi. En segundo lugar: el verso del castellano no sufre de intensas modulaciones rítmicas o –lo que es lo mismo– de rupturas rítmicas, de organizaciones hemistiquiales claras; antes bien, parece poseer una naturaleza rítmica sin cambios bruscos, cuyo efecto más llamativo estriba en su corte o pausa final, con la modulación tonal que anuncie ese corte. Todo lo que antecede a ese corte final se limita a una serie de grupos métricos, que en los versos sencillos o de arte menor no establecen aparentemente sistemas prefigurados entre ellos (como el francés, por ejemplo). De manera que es posible leerlo como una secuencia regular de sonidos silábicos solo modulados por los acentos de los grupos métricos, los mucho más suaves de los acentos de apoyo, las pausas y los cambios de entonación. Cierta gravedad, una posible monotonía, su alejamiento de formas rítmicas mas complejas, como las de otras lenguas, puede derivar de este hecho, que a su vez, probablemente deriva de la parquedad acentual.
Lo más importante es que el verso ofrece una estructura rítmica o acentual esencial que no cambia por mucho que las variaciones tonales, la reestructuración de grupos métricos, los juegos de pausas y junturas varíen. Eso es lo que permite decir que el verso español tiene una estructura acentual o rítmica esencial, basada en los acentos de intensidad, a veces con llamadas a la cantidad, pero permanentes y fáciles de distinguir a pesar de las variaciones que impongan la entonación y el recitado. Precisamente la variación tonal puede llegar a distorsionar el ritmo de modo tal, que las sílabas tónicas se acojan a procedimientos de identificación aparentemente extraños (descensos del tono y aumentos de la cantidad), hasta el punto de pronunciarse en tono más bajo tónicas que átonas. En otras palabras: el ritmo acentual prevalece a pesar de los vaivenes melódicos, del juego de pausas, de los exabruptos sintácticos, etc. Por eso el ritmo acentual del verso es muy importante en la configuración de un poema.
Como el acento va asociado a una sílaba, hemos adoptado la costumbre de distinguir los versos por la posición de las sílabas que marcan el ritmo, lo cual es perfectamente lógico: así apuntamos directamente al rasgo esencial configurador de un tipo de verso. Definimos cada verso por uno de sus constituyentes fijos; también se puede definir por la “posición” que ocupan.
En mi teoría del verso, para no confundir demasiado con denominaciones y aceptar parte de la tradición, llamo "heroicos" a todos los versos –sean de la medida que sean– que llevan su primer acento esencial en 2ª sílaba; con "melódicos" me refiero a los que lleven la primera sílaba esencial en 3ª sílaba; en tanto que reservo  el nombre de "sáfico" para los que lleven la primera intensidad hiriendo a la 4ª sílaba y que, lógicamente, habrán de tener una de estas dos estructuras: sea (ó)ooó....    sea  o(ó)oó...., en donde el paréntesis señala el acento secundario o de apoyo, lo que podría anotarse así  (1).4....    (2).4..... 

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