Auto de fe (Pedro de Berruguete. Museo del Prado) |
Al comentar la decisión del gobierno francés de suspender el homenaje a Louis-Ferdinand Céline, escritor cuya conducta e ideología es incompatible con lo que hoy se juzga comportamiento humano, Mario Vargas Llosa medita en voz escrita sobre esa flagrante disyunción que frecuentemente opera entre obra y conducta. Le sigue en su argumentación Juan Goytisolo, de cuya dignidad ideológica –incompatible con cualquier mácula de exclusión– no hay ninguna duda; y en sus argumentaciones sale a relucir, como suele ser frecuente, Quevedo, su vida y su obra.
También hubiera podido argüirse con las pirámides de Egipto, Verlaine, Strauss, la Capilla Sixtina o las pinturas de Berruguete en Santo Tomás de Ávila, sede de los dominicos y de la Inquisición durante nuestros siglos dorados. Tanto Vargas Llosa como Juan Goytisolo son, afortunadamente, dos escritores necesarios en nuestra formación social, que mantienen con honestidad, rigor e inquietud un campo de ideas –distintas, por cierto– que azuza la inercia pensadora de nuestro tiempo y promueve la reflexión.
Se necesita, sin embargo, matizar con algunas precisiones históricas, que quizá ayuden a moverse en ese mismo sentido, el de las ideas, con mayor seguridad, pues afectan a otro debate frecuente: el de la confusión entre criatura y realidad, que dejo de lado ahora, porque ya ha tenido dos viñetas en este cuaderno.
Buena parte de la confusión reinante en este campo proviene de la indefinición asumida de lo que se suele denominar obra de arte, que incluye como tal la Literatura, sobre lo que ya se ha argüido sistemáticamente en este cuaderno de pantalla, hasta conformar una especie de introducción breve.
Se considera que el resultado de la actividad humana ha dejado una estela valiosísima de productos –yo ya no les voy a llamar "artísticos", para ir definiendo– que forman parte de nuestra historia y hacia los que nos volvemos con interés, deleite, etc. cuando queremos prolongar nuestras ideas y nuestro conocimiento más allá de un partido de fútbol. Y así leemos el Viaje al final de la noche, vamos a Egipto, releemos los Sueños de Quevedo, o admiramos el vigor de Berruguete.... aunque detrás de cada obra y, presuntamente, de su autor haya elementos negativos de tal calibre que, al menos hoy día, provoquen la repulsión y el rechazo.
La perspectiva cambia totalmente y nuestra actitud se entiende mejor si pasamos a considerar que no es que nos deleiten las pirámides de Egipto como etérea obra de arte, ni los obscenos poemas finales de un Verlaine que ya no puede salir de su degradación, ni el hieratismo de los inquisidores reflejado por Berruguete (la mayoría de esos cuadros se pueden ver en el Museo del Prado, hoy), ni el esclavismo que se esconde detrás de cada catedral.... Lo que nos satisface es la adquisición de un conocimiento histórico responsable, actualizado y contrastado con nuestras propias ideas, en el que entran en juego todos los elementos que aquella creación nos suscita, y del que podemos hacer una abstracción triple: primero histórica, luego de elementos sueltos, finalmente referida o no a los artífices. La verdad es la verdad la diga el carbonero o el científico, vamos a subrayar para pensar con mente clara de poeta.
Pedro de Berruguete: Milagro de Santo Domingo (procede de Santo Tomás, Toledo) |
Ciertamente el "conocimiento" de la historia no es la "aceptación" irreflexiva de esa historia, saber lo que fuimos, cómo obramos y qué hicimos no es lo mismo que aplaudirlo; y aceptarlo es aceptar la historia, no aprobarla.
En segundo lugar anda lo de la abstracción. Al lector moderno puede repugnarle, habida cuenta de los pasajes que cito, leer a ese digno humanista del siglo XVI; o pude repugnarle escuchar una canción de Verlaine musicada por Moustaky; o puede negarse a entrar en una catedral si se le cuenta detalladamente de dónde procedía el dinero para amontonar aquellas piedras.... En realidad, lo que hacemos en todos esos casos, es abstraer y analizar: la prosa de Cervantes de Salazar anuncia la serenidad de la prosa cervantina, el lenguaje más rico de la historia de nuestra lengua; en las tablas de Berruguete podemos admirar la capacidad de llevar a pinceles las imágenes y de mantener quieta la realidad cambiante; y en muchos versos de Quevedo nos admira la intensidad de su sentimiento amoroso expresado de forma precisa. Si hay algo noble en la recuperación de nuestro patrimonio cultural estriba precisamente en esa capacidad que nos permite desechar el lastre histórico en el que no querríamos volver a incurrir y aceptar como noble todo aquello que fue producto de nuestra capacidad creadora –a eso se le llama "civilización"–. Y ese juego de abstracciones y rechazos afecta tanto al artista como a su obra, de manera que la beatería, mediocridad y conducta turbia de Cervantes deambulando con un escapulario por el Madrid cortesano no debe privarnos de la lectura de su obra. Ese rasgo, por cierto, suele ser el culpable del "no leo a mis contemporáneos" de Valle Inclán, es decir, de una conciliación aun mucho más ardua entre vida y obra cuando el artista está presente, se le conoce, tiene "circunstancias" como las nuestras que dificultan ese proceso de idealización que abstraer produce.
Un último apunte sobre Quevedo, casi siempre en el centro de estas ejemplificaciones. Los pasajes aducidos como reprobables –tal el de Goytisolo sobre su misoginia en La hora de Todos– se podrían contrastar fácilmente con otros de signo contrario, y en este caso en la misma obra. La historia, me parece, nos trasmite ahora un dato más: el de su dispersión y confusión ideológica. Yo suelo explicarme muchos de sus mejores versos "existenciales" por el resquebrajamiento íntimo de su ideario adquirido, que no le dejaba asumir sin desgarrarse el nuevo tiempo, el de Galileo y Descartes, sus contemporáneos.
¡No te imaginás qué actual es tu reflexión de aquí en la Argentina de nuestros días!
ResponderEliminar¿Dónde pueden leerse los artículos de Vargas Llosa y Goytisolo que mencionás?
Lo que pasa es que a Varguitas se le subió el nobel a la cabeza (esa recompensa suprema tras la que corría desde hacía miles de años) y piensa ahora que él debe ser venerado como un dios y sus sermones ultra-neo-liberales acatados como dogmas intocables... ¿que lo que hace (escribir) lo hace bien? Sí, claro, tiene mucho oficio, como lo tienen o lo tuvieron sin ningún lugar a dudas sus admirados maestros la Thatcher o Aznar, maestros en el arte (arte, digo) de marear la perdiz.
ResponderEliminarCéline era otra cosa, era grande hasta en la mala leche que tenía lo cual le daba una "grandeur" de la que carece Varguitas, incapaz de conseguir integrar sus dos mundos en uno solo, cosa que el otro sí hizo.
Quizás cuando se muera y deje de joder y de predicar podamos leer algunas de sus cosas (que no todas por cierto) con cierta serenidad.
Amen
Julia, Los textos de Vargas Llosa y Goytisolo se pueden leer en estas direcciones:
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/opinion/Mal/bicho/genial/elpepiopi/20110412elpepiopi_4/Tes
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Escrito/margen/elpepicul/20110316elpepicul_3/Tes
Sí que tenía intención de añadir una segunda parte, referida a la complejidad, o dicho de otra manera, a la falta de pureza que no permite que nos lleguen sin oprobio actos, personas y conductas.
Brazos a los dos.
Gracias, Pablo, pero creo que el link para el de Vargas Llosa es este otro
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/opinion/reprobos/elpepiopi/20110130elpepiopi_11/Tes
(Lo pude rastrear por el artículo de Goytisolo)
De todas formas el que enlazaste de MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO que habla sobre los escritos al margen también me gustó mucho (aunque en la primera lectura lo leí pensando que era de Vargas Llosa y pensando cómo iba a conectar lo que decía con Celine, siempre son divertidas estas confusiones de lecturas)