El título intenta recordar que son varias las veces que se ha recogido este motivo literario, que hoy día se enunciaría, de modo un poco pedante, como "metalibro" o quizá "metaversos": poesías o versos que hablan de libros y lecturas, tema infinito que empaña el quehacer de muchos autores, por ejemplo de Borges, y del que, como dije, muestras de la literatura clásica española hemos dado en este blog, de Lope, Carvajal, Rubén Darío.... Quizá se la más famosa la del soneto quevediano ("Retirado en la paz de estos desiertos...."), en donde se ajusta perfectamente la imagen del lector. Es fácil acumular otras, a veces muy bellas; o remontarse incluso a tiempos viejos y lenguas cercanas o lejanas (en este blog traduje hace muy poco un soneto de Huxley, de ese tema; y cite el Discurso del método). Sinécdoques y metonimias, por lo demás, se encargan de ampliar el campo; qué mejor ejemplo de antigüedad y metonimia al mismo tiempo que la composición de Cristóbal de Castillejo a su "péñola", es decir, al instrumento con el que escribe.
Hoy traigo un ejemplo que no está en ninguna antología ni estudio, pues pertenece al último libro de Rafael Juárez (Medio siglo, Madrid: Pretextos, 2011), que escuché presentar hace poco en la librería Alberti de Madrid. No fue la última presentación –es imposible en la capital acudir a todas, ni siquiera a unas pocas–, pues el viernes pasado me escapé un rato de la Puerta del Sol, para bajar por la calle Huertas y allí en el número 40 asistir a la lectura de dos poetas argentinos, E. Dobry y D. Damoilovich, según muestra la ilustración. El telón de fondo de la presentación en esa librería –supongo que todo el mundo lo sabe, ¿o no?– tenía su qué: detrás de aquel austero muro de ladrillo Cervantes nos escuchaba. Las Trinitarias, iglesia y convento todavía en pie y vivos, aunque no se conozca el lugar concreto en la iglesia donde están los restos de Cervantes.
He aquí el soneto de Rafael Juárez:
AL ORDENAR LOS LIBROS
Al ordenar los libros nuevamente
desordeno mis días. Los prestados
o los perdidos y los arrumbados
sin leer, me socavan el presente.
Pero los libro que he leído, ausente
me hacen sentir también. Los subrayados
me inquietan y sus lomos fatigados
con las arrugas de mi propia frente.
Era tan joven cuando los buscaba
y eran tan nuevos cuando los traía
a esta meticulosa biblioteca.
Vuelvo a la inútil condición esclava
de organizar en cada estantería
mi ausencia plena y su presencia hueca.
La sinécdoque en este caso es la de biblioteca, claro.
Dicen los puristas de la crítica que no es poeta pleno quien no medita sobre su tarea y se plantea los orígenes, el alcance, las circunstancias o los fines de su quehacer. Supongo que se puede reflexionar sin verter a poesía la meditación.
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