Quizá podríamos rehacer los hábitos
de la tristeza, su amaneramiento,
que no tiene por qué andar con la lluvia
ni andarse tras chopin todos los días;
no permitirle que dejara rastro
en nuestra adolescencia, que el otoño
necesita de nuevos planteamientos
y que lo que se sabe es mas bien poco.
Mejor que continúe la emoción
abriendo surcos corazón adentro,
vayamos a que cierren los pecados
y de nuevo prohíban lo que gusta.
Y tú, anda, clara, quítate la ropa,
que necesito acariciarte el pecho.
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