Creo que es una sensación compartida con todos aquellos que alguna vez, o frecuentemente, o casi siempre, piensan que "han ganado los malos", que, como los sarracenos, son más que los buenos. Últimamente me lo han preguntado, entre risas, varias veces. Y hoy, ordenando papeles, me ha surgido uno de los últimos ejemplos palmarios –entre infinitos, claro, no hay más que visitar cualquier país subdesarrollado, conocer el mundo de los emigrantes o analizar la letra pequeña de las hipotecas–.
Durante mi larga vida universitaria, de unos cuarenta años, cada vez que he escrito o denunciado una situación incorrecta, injusta, podrida, etc. en ese curioso e inmenso tugurio, he corroborado, pasmosamente, que no pasa nada. La costra de este lugar es el caparazón de las tortugas: no se puede penetrar fácilmente. Las cosas suceden como si no sucedieran y ya está.
El ejemplo que pongo es el último de todos, pero es muy sencillo y asequible. Se va a una reunión y a la hora de aprobar las actas se levanta la mano y se intenta una enmienda, incluso se lleva por escrito, hasta se pide explícitamente que conste, etc. El colectivo en donde sucede la feria vota entonces si se da paso a que ese voto/enmienda particular pase a actas. Y vota que no. El escrito resultante para defenderse de esa situación –pasado por registro– dice (omito la causa concreta, pues se trata de contar la historia y no la historieta):
De sobra sé que la exposición de este tipo de cosas molesta, incomoda: sería mejor ver las carreras de coches, hablar solo de lo que merece aplauso, perdonar, que las fotos de las rosas llenaran todo, aceptar que el mundo es de los malos, etc. Sería contribuir –otra vez– al engaño y la injusticia.
Cómo será lo que sucede en la UAM que ahora viajo a Nápoles y no me da miedo la camorra. Y eso que voy a vivir en el barrio de los españoles.
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