He tenido la suerte, durante estos últimos días, de ir leyendo el último libro de Luis García Montero. Hace tiempo que aprendí de mis alumnos que su voz llega a los lectores de poesía, que no se trataba solo de lecturas técnicas de profe, en las que se incluían análisis de pertrechos de taller y resultado de avenidas literarias. Porque ambas cosas siguen estando detrás, cada vez más ocultas, en sus libros, y casi casi logran la pureza de objetivos en este Invierno propio. Luis García Montero no necesita apoyos críticos, es bien sabido –y a veces reprochado–, de manera que solo voy a señalar, y ese es el sentido de esta viñeta, esos renglones cada vez mejor trazados que confieren voz propia a sus versos. Cualidad primera de todo escritor, es verdad, que al leerlo se reconozca su voz, su manera, su decir.
La cólera del tiempo se aplaca con las manos |
Se le reconoce por un proceso –esta vez muy, muy trabajado– de despojamiento hacia la voz lisa que intenta la esencialidad a partir de circunstancias de la vida cotidiana –la normal o la digna, no la frívola–, de lo mostrenco, de manera que el despojo incluye alharacas léxicas, torturas sintácticas, engastes culturales, escorzos retóricos.... ¿Qué queda? Supongo que para que un verso suene como Es necesario trabajar la vida hay que enunciar a muchas exhibiciones y hay que considerar que ese endecasílabo sáfico perfecto, bien rodeado de versos semejantes, alcanza a decir lo que el poeta, que se siente maduro, quiere decir. Maduro para decir no quiere decir seguro de sus convicciones: se llega muchas veces a puertos en donde lo único que se sabe es lo que dice el verbo "estar". A través del verbo "estar" puede uno llegar a ese invierno propio y aceptar los infinitos horizontes de la ignorancia. Lo que sí alcanza la madurez es, sin embargo, la contemplación de los mares interiores y sus conexiones con las circunstancias vitales. Yo creo que ese es el punto de encuento de García Montero con sus lectores actuales. Y también creo que, en ese momento, su voz es única, con la sencillez de la densidad lograda y expresada cabalmente.
Mis deformaciones profesorales no me permiten terminar esa nota sin apuntar que en el primer poema copiado –no lo he elegido por "mejor", sino por representativo y breve–, cuando uno va a talleres, corrobora la construcción laboriosa de esta silva moderna (hay algunos alejandrinos perfectos; téngase en cuenta que en el segundo de ellos, v. 8, LGM aspira la h-; en el v. 6 no se aspira la de "hora", narturalmente, es el acento rítimico el que puede ayudar a que suene 4.6.8), en donde el lenguaje artístico ha difuminado su aparición para encauzarse solo por procedimientos del lenguaje común que pasan desapercibidos (los procedimientos de impersonalidad los arranques estróficos; dos o tres juegos anafóricos que compensen la pérdida moderna de sonoridades tradicionales del verso; el uso desenfadado de modismos muy conocidos, jugando a salir y entrar de ellos....).
Los viejos cascarrabias son tan peligrosos como los jóvenes sin historia |
Resulta el libro bastante más directo y asequible que algunos de los últimos suyos, a pesar de que se mantiene esa peculiar sintaxis semántica, que es el distintivo de la poesía actual de carácter, digamos, reflexivo, es decir, en enlace artístico de los conceptos y significados, asentados en una sintaxis correcta, ocurre en casi todo el lenguaje imaginario ("el porvenir.... más anillo"; el enlace es con uno de los elementos –la perfección circular y cerrada– del segundo de los términos).
Unas notas nada más, para recomendar la lectura de libro tan aparentemente sencillo y tan logrado.
[Y aparte: no está mal que Visor haya acabado por editar alguna colección algo más regalada para los ojos del lector; por envolver mejor los versos].
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