Hemos ido reduciendo el campo de las llamadas artes y literaturas al de las acciones, lo que es una reducción fácil que nos salva de cualquier equívoco, porque, en efecto, ser, estar, hacer y pensar son tareas primitivas de la condición humana, a partir de las cuales podemos desplegar luego el universo de las acciones y sus resultados.
La llamada literatura se nos aparece en ese abanico de haceres con un sin embargo; se produce siempre que la acción elige el soporte del lenguaje natural y nunca de otra manera. Como el lenguaje natural se activa inicialmente de modo oral, la literatura habrá sido históricamente una variante del lenguaje oral (cantos, cuentos, gritos....), que se encauza también por escrito cuando la civilización alcanza ese grado, probablemente con el desarrollo social (comunicación a distancia y depositada). Y que se puede mezclar con otros muchos tipos de acción o reflejar de mil maneras cuando la riqueza de los haceres civilizados llega a ese momento. Y así es. Ya lo veremos.
La pregunta consecuente que habrá que hacerse, si venimos de negar o relativizar la exentidad del arte frente a la de otros objetos (artesanales, manufacturados, industriales, naturales....) y de otras acciones, es si lo que se ha llamado “literatura” difiere de otras acciones que se canalizan o depositan a través del lenguaje.
Obviamente –y no vamos a repetir razonamientos de I, II y III– eso no ocurre; bien sabemos que lo que se llama “literatura” es una etiqueta que históricamente se adhiere a productos y acciones del lenguaje en los que se cree ver elementos diferenciadores, que resultan imposibles de aislar, por dos razones. Primero, porque son valoraciones históricas y, como tales, sometidas a la inestabilidad de la historia y de las formaciones sociales, esto es: sirven solo para el momento en el que se enuncian. Segundo, porque el juego de elementos que definen esos valores históricos, si se analizan fuera de su espacio generador, de su formación social, son intensificaciones, variaciones, modulaciones, etc. –incluso con más nitidez, pertinencia, etc.– de los rasgos o valores que modulan las expresiones del lenguaje natural en cualquier otra circunstancia.
Particularmente ocurre lo que dice el párrafo anterior –y ello será cuestión de una entradita posterior– en la utilización del lenguaje con función estética; en su utilización como acto del lenguaje secundario o, lo que es casi lo mismo, con función no solo comunicativa; y en el uso del lenguaje como trasmisor de elementos imaginarios. Tres sustancias empleadas para definir la literatura que, sin duda alguna, se pueden encontrar en dosis diferentes en la utilización cotidiana del lenguaje.
No existe, por tanto, la literatura; existe un uso y objetos lingüísticos depositados a los que, históricamente y solo históricamente, se les ha calificado como “literatura”.
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