Para Irene
Qué extraño me resulta, y sorprendente,
que no hayas reparado en mi figura,
hoy que he gastado media madrugada
en pulir mis arrugas con los untos
de loeve –que no puedo permitirme
a diario–, y que uno a uno he perseguido
los pelos desmandados en nariz
y en cejas, ocultando con cuidado
muchas entradas de la inteligencia
con un peine de púas naturales
para que el viento no descubra yermos....
Y lo he podido mantener así
hasta que te he encontrado y, sin decirme
nada del porte, sorprendentemente,
te has ido, mi amor.
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