Siempre que puedo me asomo a libros, recitales, revistas.... en donde aparece la poesía que se escribe o se difunde ahora. La marea poética es inmensa y no se puede trazar un mapa coherente de lo que está ocurriendo, las limitaciones del lector, su geografía, el acceso a los medios o lugares donde se difunde, las carencias culturales que padecemos, etc. no permiten que el mapa mental de una sola persona haga justicia al mapa real de la poesía ni, supongo, de ninguna otra manifestación artística o cultural.
Aunque se ha puesto de moda el adjetivo "global" para definir algo de lo que ocurre en situaciones semejantes, la verdad es que el adjetivo no se ajusta cumplidamente a la realidad. Siempre fue así: el prurito de la creación prende con entusiasmo en todo aquel que lo prueba, y es un signo de la nobleza de la condición humana; por eso yo suelo defenderlo y aplaudirlo; lo que varía sobremanera son las condiciones de esa creación y su modo de difundirse; pero esa es una discusión de altura, que no cabe por ahora en estas notas, dedicadas a reseñar brevísimamente uno de esos "tonos" de la poesía actual.
Porque eso sí que se puede decir cuando se ha detectado y saboreado; se puede llevar al magín donde almacenamos lecturas lo que uno va conociendo. Hace poco lo hice al difundir una especie de antología (Cartoemas, se llamaba, y tenía muchas joyitas dentro), que son lugares privilegiados para engavillar posibilidades, desde luego. Hoy lo hago con un libro (La mezcla confusa, de Ben Clark, ibicenco a pesar del nombre; me lo ha dejado Laura, ¡gracias, Laura!), en donde reconozco un determinado modo de escribir poesía hoy, pero con receta distinta, aderezada personalmente, es decir, que la lectura me recuerda manchas, avenidas, textos poéticos de otras lecturas, pero no anula a su creador. Como el breve libro –muy premiado, por lo que veo– mantiene el interés del lector y goza de maneras poéticas, me ha parecido señalarlo así. He aquí uno de sus poemillas; luego comentaré algunas de las "maneras":
El tono es directo, el léxico sencillo, se va buscando incluso el coloquialismo de las frases hechas, que a veces se deshacen; los temas asoman sin ocupar de modo dramático el poema; pero el trasfondo es casi siempre crítico, amargo. En realidad lo que hacen los poemas de este tipo es que dejan aparecer, repentinamente, algún elemento sorprendente que desequilibra la normalidad sintáctica, coloquial, del poema. Algo que estaba ahí, comprometiendo todo, y que no ha podido quedar oculto por el discurrir sen cillo de los versos. Ben Clark logra hacernos llegar ese efecto, al que contribuyen dos motivos más, la reflexión continua –que también rompe la normalidad del poema– sobre la palabra y los versos; y los cortes –muchas veces al final– una vez que ha quedado dicho lo que entraña versión crítica o desengaño.
Por supuesto que ese tono, con las gradaciones que sean en cada caso, es el que asoma en poetas urbanos cultos (Luis Alberto de Cuenca), en vanguardistas (Peru Saizpérez), en la veta mucho más desaforada de Pablo García Casado.... Siempre nos interesarán las que logran ser voz.
Por cierto, convendría que Ben Clark diversificara su melodía: eso de llevar siempre un ritmo en sexta resulta demasiado empobrecedor.
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