Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 14 de diciembre de 2010

La decisión

Inmensa sensación de alivio porque al fin, al fin, después de una mañana tan complicada y de no haber podido ni siquiera descansar un ratito después de comer, como solía, tras mover papeles, llamar por teléfono, torturarse cada vez que desechaba una solución y entonces, lógicamente, se iba hacia las restantes, por fin por fin por fin.... lo tenía todo claro. Su teoría sobre las decisiones y los problemas había sabido encontrar una fórmula, además, que le venía dando excelentes resultados. Y era esta: ante la complejidad de una situación que está reclamando un acto, una resolución, una toma de postura, una vez elegida, se ejecutaba, se cometía, se resolvía, pero siempre sabiendo que en cualquier momento –cuando ya se había resuelto y se había dejado atrás trance e indecisión– podría aparecer intempestivamente, por cualquier causa, algo que determinara que hubiera sido mejor cualquiera de las soluciones desechadas en el arduo camino de actuar. Era como un seguro especial para poder seguir viviendo, para que el tira y afloja no se prolongara más allá del acto resolutivo, que quedaba como hito irreversible, ni mejor ni peor, el adecuado en el momento mismo que se decide: esto sí, esto no. Conductismo, defensa de la actio, capacidad mental para armonizar dos imposibles en un universo complejo, variado, a veces con ribetes de infinito.
Se sonrió, consciente de que su técnica era adecuada, prácticamente la única que aseguraba, no la equivocación, sino algo mucho más sencillo: la capacidad de obrar, hacer, avanzar, sea cuales fueran las condiciones y su evolución inmediata. Y mientras se sonreía había terminado de vestirse, de coger el paraguas y de asegurarse que llevaba el manojo de llaves –piso, portal, buzón– para el rito diario de salir de casa. En el descansillo de la escalera coincidió con María Antonia, la vecina de la derecha, que cruzó con ella una rápida mirada y movió el mentón ligeramente como signo de interrogación. Luego detuvo el gesto de abrir la puerta y esperó.
Se tomó unos segundos para contestar, interiorizó la respuesta para que la contestación no sonara vacilante y luego levantó la cara como desafiante, antes de verbalizar la decisión:
– Sí, va a ser el gris marengo de cuello de pico y punto fino, el de 35 euros, que con el 20% se quedará en unos treinta.


[Denis Antonio]

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