Llevo toda la tarde dando vueltas como una tonta, con el teléfono en la mano, con lo fácil que hubiera sido llamar y ya está. “Antonio, estoy sola en casa...” No, no; mejor: “Antonio, puedes venir si quieres...: sin la condicional: “Antonio, ¿vienes?....” ¿O sin la pregunta? Ya está. Como empiece otra vez con este rosario de dudas se me pasarán otras dos horas y no lo decidiré. Pero ¿por qué tiene que ser tan complicado una cosa tan sencilla? Antes, cuando estábamos juntos, él venía o yo le llamaba y sanseacabó. Quizá lo complicado sea recuperar aquella situación que, de puro simple, ni siquiera la pensábamos; ahora están de por medio este par de meses malditos y lo que haya ocurrido durante todo ese tiempo sin vernos. A mí no me ha ocurrido nada inconfesable, de eso estoy segura; bueno y lo que me ha ocurrido, pues ha ocurrido y ya no se puede remediar, lo del guaperas; bah, menudo gilipollas el guaperas, al final un precioso pedazo de carne incapaz de sugerirme nada de nada; lo único que quería es que le mirara cuando se ponía en calzoncillos, como si tuviera la gracia en el ombligo. ¡Qué mierda de tío! ¿Y a Antonio, qué durante este tiempo? No sé, no sé; cuando ayer me dijo con cara de desgana que andaba solo y todo eso, no supe adivinar si era verdad o la técnica del machito que se hace el dolido y abandonado, cosa que Antonio no ha sido nunca; menuda pachorra tenía; salía yo por una puerta y entraba otra por la de atrás, y la otra casi siempre era la Adelita, moviendo culo. Bueno, bueno. Si tanto le gustaba que le movieran el culo, que se vaya de pasarelas y que hable como habla él, como quien sabe de todo, con un buen culo. El caso es que ese no es el tema ahora. Quiero verle, quiero que venga, quiero mucho más; es como una obsesión de repente, como si solo me interesara él, sus narizotas que se me clavan en la cara y me hacen daño cada vez que me besa, los ojos de susto cuando hacemos el amor, las patas de elefante que no se terminan nunca de descalzar... ¡qué tío! Y que me hable y me diga todas esas mentiras que me dice, sabiendo que lo son y que yo no me las creo. Lo que más gracia me hace es que no tiene ni puta idea de qué es lo que más me gusta de él; ni de cómo me gusta; al final, se fue o le eché o lo que sea y ahora me estoy volviendo loca por volverle a ver. Joder, Antonio, si te pillo ahora no me duras ni medio minuto, te devoro. Pero tendría que llamarle. ¿Y cómo coño le llamo para que venga? Esto es desesperante. Llamo y ya está. Pues no, porque si no lo hago bien, el tío me va a sacar el tema del guaperas y de ahí no pasamos. Me lo tengo que pensar pero que muy bien.
Llaman. ¡Joder, es Antonio!
.... Sí, sí, hola tío... claro.... no.... si.... pues....
– Mira, Antonio, te tenía que decir.... ¿Y por qué cojones te tenía yo que llamar...?.... Pero....
– Mira, Antonio, sabes lo que te digo: que no vuelvas a marcar este teléfono en tu puta vida.
[Denís Antonio]
Ya ve, así de complicadas son las mujeres a veces. Aunque Denis Antonio tampoco se queda atrás. Usted, Dr. Jauralde, no le de tantas vueltas a las cosas. A las mujeres (y a las plantas) les gusta que los hombres sean directos y que vayan sin rodeos. La protagonista es indecisa, mala cosa. Al cuerpo hay que darle lo que pide en cada momento. Si se quiere algo, se llama y punto. ¡Basta ya de tonterías!
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