No sé si es de mal gusto o no, pero los conté; los conté, a modo de comprobación fehaciente, para poder tener el documento fiel y para que el dato me sirviera como huella de la evidencia: entre mi casa y la Biblioteca Nacional, veinte minutos andando a buen paso, había diecisiete personas mendigando, pidiendo, vendiendo la farola.... incluí en la relación, después de pensarlo, a los repartidores de hojitas con “Compro oro” y similares.
En esa nómina entraban algunos ya bien conocidos, supongo, por todo el barrio: el africano que se sienta acurrucado y mueve la mano con el gesto de comer, mientras farfulla eso precisamente, algo relacionado con la comida; el señor mayor que se acomoda al lado de la carnicería de Narváez en un taburete plegable y mueve la mano, haciéndola temblar, con un platillo en el que suenan algunas monedas; la jovencita rumana que toca el acordeón al lado de la heladería, ahora cerrada, y que te da los buenos días, sonriente y agradecida, cuando pasas, obligándote a contestar; el caballero anciano, aseado, silencioso, que se apoya en la pared de la calle Goya y enseña un cartelito, discretamente.... Diecisiete. Algunos son muy peculiares, particularmente el hombre que se coloca en el semáforo de Doctor Esquerdo con Sáinz de Baranda, que tiene toda una corte de damas con las que mantiene largas conversaciones y a las que ha debido empezar a hacer encargos (que si el carrito de la compra, que si la vez...); el mendigo con barbas que se sienta en un banco del bulevar, delante de un supermercado, y que vive y duerme en él, sea invierno o verano, que pocas veces se digna pedir, a lo más deja un trapo con monedas en el suelo; el trompetista en la esquina de doctor Esquerdo, cerca de la boca del metro.... Diecisiete.
El oficio del trompetista es admirable. Permanece sentado, apoyado en la verja de atrás, deja a un lado, abierto, el maletín forrado de rojo de la trompeta, con las monedas de reclamo, y toca la trompeta con energía y con gracia, ininterrumpidamente. Toca bien. Las primeras veces me fijé en él, pero con la insensibilidad de lo que ya hemos visto y hemos aprendido a colocar entre paréntesis, no le di mayor importancia, mendigos y más mendigos, uno más, que ha desempolvado o traído la trompeta, el acordeón, la guitarra, la flauta, la voz.... que alguna vez le celebraron o con el que se divertía en su lugar o con su familia; ahora esa habilidad tiene que darle de comer.
En otra ocasión ya me llamó la atención encontrármelo muy temprano, antes de las nueve, en su puesto, tocando la trompeta, siempre tocando la trompeta en el mismo lugar; y cuando hace unos días llegó la ola de frío, con temperaturas bajo cero, desde por la mañana, y luego al mediodía y cuando se hacía noche: me encontraba al trompetista en aquella esquina, tocando la trompeta. El comentario peor que se puede hacer es el de que aquella esquina es muy buena para lograr limosnas –que a lo mejor lo es–; la verdad es que al cabo del tiempo lo que constatamos es que hay una persona adulta, bastante mayor, de color (¿dominicano?), que vive en una esquina de doctor Esquerdo, y cuyo oficio, el que él se ha dado para sobrevivir en nuestra sociedad, es el de tocar la trompeta todo el día, sea cual sea el tiempo, la hora, la gente que pasa....
Hoy llovía, llovía bastante. La gente pasaba muy rápido; confluían en la boca del metro y en las dos o tres marquesinas cercanas de autobuses; nadie miraba, ni se detenía, quizá nadie escuchaba nada de nada....; paraguas, lluvia, el incesante ruido de coches. Al fondo, fuerte, templada y bien acordada, sonaba una trompeta, continuamente, una trompeta.
Pablo, ¿has visto una serie que se titula The wire? Yo solo he visto la primera temporada, pero me parece especialmente buena. Una mirada dirigida de forma sostenida, sin simplificar, sin omitir paréntesis, sin consolación, a la realidad. ¡Cuántos paréntesis, y cómo nada está aislado de lo demás!
ResponderEliminarPablo Auster Pou. La beldad por fuera y la verdad por dentro; la literatura sobre las manzanas caídas en el suelo y la realidad de su podredumbre interior. Es la vida y sus trompetas, y tu dibujo sobre Los Diecisiete deja ese sabor agridulce que es la humanidad, sólo redimida por algún que otro coro de Haydn.
ResponderEliminarUn abrazo