Muchas ciudades italianas son verdaderos museos de palacios, casas de postín que se han conservado y que, con alguna señal que otra de tráfico y algún tubo de neón, siguen en las calles y las plazas, ahora para mostrarnos, al menos, la belleza de sus balcones, patios y fachadas. En Nápoles es tal la cantidad de palacios en su casco antiguo que a menudo hasta pasan desapercibidos, es la edificación casi natural. En la mayoría de los casos eso es así porque son edificios vivos: algunos, quizá los menos, se han rehabilitado como sede oficial de algo o como negocio público (bancos, instituciones, etc.) Los más, sin embargo, son casas de vecinos, cierto aunque solo sea por el testimonio de la ropa que cuelga al sol en terrazas y balcones. Normalmente tienen un enorme portalón, con postigo al que hay que llamar y, si te abren, te encuentras con un umbral que va a dar a un patio –por lo general lleno de motos y bicicletas–; las escaleras conducen a las diversas viviendas. He entrado en algunos. La verdad es que luego, cuando te fijas, todos son distintos en los detalles: escaleras, terrazas. balconadas, decoración interior y exterior, lugar donde se ubican (a veces están en callejuelas tan estrechas que no permiten contemplar bien la fachada).
La diferencia más notable comienza por su edad: alguno, muy pocos en lo que yo he visto, conservan traza medieval; son abundantes los de los siglos XVI; pero la mayoría o se construyeron o se remodelaron a partir de la segunda mitad del s. XVII y sobre todo durante la primera mitad de la centuria siguiente.
La entrada es un paseo por palacios de ciudades del sur italiano: Lecce, Tranto, Taranto.... y desde luego, Nápoles.
Italia es la tierra más bella del mundo. Proclamo.
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