Me produce una especial satisfacción dar a conocer en este ventanuco –que es de Google en parte, vaya por dios– algunos hallazgos de la investigación, que a veces saboreo y mantengo en suspenso para esos buenos amigos –la cifra se ha estabilizado en torno a 6000 al mes– que, bastante silenciosamente, y descansando mucho los fines de semana, leen estas páginas. Y eso es lo que voy a hacer ahora, porque encontrar cuatro textos, cuatro cartas, de Quevedo debería de ser buena noticia crítica o histórica. La verdad es que en el lugar donde me han aparecido ya había andado hurgando antes, pero no todos los días puedo venir a Nápoles, ni encontrar tiempo y dinero para completar estas tareas. Pero bueno, las cosas de Quevedo nuevas, que ya van siendo muchas, conviene airearlas. Algún día también publicaré el comentario de Zurita sobre el librito que había tenido la ocurrencia de imprimir don Diego y sobre los quebraderos de cabeza que le producía ese Lazarillo que estaban expurgando entre todos (esto último es suposición mía).Vamos a esperar a ver qué dice Paco Rico.
Las cartas de Quevedo se recogen en las actas del parlamento napolitano, que se encuentran manuscritas en la Biblioteca Nacional de Nápoles, con noticias muy puntuales y curiosas a veces. Ya comenté antes que se reunían en la sala capitular de San Lorenzo, el convento franciscano, que ahora ya está abierto al público y he podido visitar. Su texto completo va a aparecer –si los editores lo juzgan oportuno– en el número 4 de la revista Manuscrt.cao. Reproduzco –vía MAC– una página de las ocho que ocupan. El quevedista reconocerá que dice "Francisco de Quevedo y Villegas", pero que no es su letra; evidentemente, es la letra del secretario del parlamento: así aparecen también las restantes intervenciones o documentos: del duque de Osuna, las cartas del propio Felipe III, etc. Eso sí: es la mejor garantía de su autenticidad, pues los volúmenes van refrendados por baronía, síndicos y demás integrantes del parlamento.
La verdad es que he estado a punto dejarlo para otro viaje, pues he pedido el volumen séptimo de las actas, cuando en realidad el año 1616, que es el que quería, es el anterior; pero ya que lo tenía encima de la mesa –gracias a la eficacia de Florencia, que supo interpretar mis viejas notas, de la primera vez que lo había consultado–, pues me puse a repasarlo, y en 1617 y 1618 se copian las cuatro cartas de Quevedo con motivo de la entrega del donativo del parlamento napolitano, añadiendo además otra carta –también con letra del secretario– con el agradecimiento del duque de Lerma por los cincuenta mil ducados que le correspondieron a él de todo aquel trajín. Tengo que casar fechas, datos y circunstancias con mis archivos, que están en Madrid, claro.
Las cartas llevan las siguientes fechas (el dato es importante para seguir cuadrando las aventuras italianas de Quevedo):
En Madrid a de 2 de setiembre 1617
(en setiembre de 1617 contesta a la anterior el duque de Lerma, agradeciendo los 50000 ducados).
(Sigue texto del parlamento de setiembre de 1618, fechado en Nápoles, naturalmente)
Sigue la más larga de Quevedo, del 12 de diciembre de 1617, en Madrid.
Otra más de primero de enero de 1618, en Madrid.
Otras más y final de 14 de enero de 1618.
Mi buena alumna, ya –mejor– colega, Mercedes Sánchez, que es quien mejor conoce el epistolario de Quevedo, sigue estando de enhorabuena: creo que con las dos descubiertas por María Hernández (y publicadas en la REC) y con las otras dos descubiertas por la propia Mercedes, y alguna más del Palacio Real, son casi una docena las novedades epistolares de don Francisco.
Tengo muchas más noticias y documentos golosos de esta BN, que, con el tiempo, iré difundiendo poco a poco. Quevedo merecía ir solo en esta ocasión.
A media jornada, y ya sabiendo el hallazgo, salí a tomar fuerzas y recuperar algo: fue un "risoto a la marinera", terminado con las fresillas que aquí no han desaparecido, y naturalmente un café que apenas cubría el culo de la taza, en un precioso restaurante local, cerca de Gambrinus, Trattoria San Ferdinando.
Volví, terminé la tarea y consulté el autógrafo de las silvas de Quevedo, maravilla que en la BN de Nápoles se conserva, tan deteriorado que ya no es posible su consulta más que en microfilme o digitalizado. Eso me llevó la tarde. Y salí cuando ya iban a cerrar, hacia las siete.
A media jornada, y ya sabiendo el hallazgo, salí a tomar fuerzas y recuperar algo: fue un "risoto a la marinera", terminado con las fresillas que aquí no han desaparecido, y naturalmente un café que apenas cubría el culo de la taza, en un precioso restaurante local, cerca de Gambrinus, Trattoria San Ferdinando.
Volví, terminé la tarea y consulté el autógrafo de las silvas de Quevedo, maravilla que en la BN de Nápoles se conserva, tan deteriorado que ya no es posible su consulta más que en microfilme o digitalizado. Eso me llevó la tarde. Y salí cuando ya iban a cerrar, hacia las siete.
El atardecer era espectacular, olía a retama (hay muchas en la ciudad), jazmín y magnolia (están en flor ahora), una especie de perfume empalagoso que se mezclaba con la brisa del mar. Como mañana me vuelvo a Madrid, me premié en la pizzería del barrio con una piza margarita; porque vivo en el barrio más tumultuoso, ajetreado y peculiar de Nápoles, en Monteoliveti, metro de Montesando, al ladito de la calle Pignasecca. Casi nada. Y cuando compro la fruta y me sacan que soy español, me gritan: "Il barchilona, nadal...." Y yo en bajito, que no me oigan, respondo: "Quevedo, Ribera...."
Enhorabuena y muchas gracias: es un notición.
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