El final de una estancia en Nápoles es Capodimonte, el palacio señorial, clásico, elegante, majestuoso que ahora conserva una excelente colección, reducida, es verdad, en algunos casos, realzada en otros muchos por la extremada elegancia de sus enormes salones, amueblados y decorados con la finura de la que eran capaces en el siglo de las luces.
La primera de sus salas nos deslumbra con una colección de Tizianos: varios de Paulo III, Felipe II joven, el Emperador, otra copia de Danae y Júpiter (el Prado exhibe una más).... Quizá sea lo más llamativo la colección de bustos –mármol, bronce....– que salpican escaleras, salas, etc. y que suelen pasar desapercibidos. En esta primera sala, por ejemplo, resulta soberbio el de propio Paulo III.
El jardín que rodea el palacio se significa por sus conjuntos de palmeras, las praderas inclinadas y una notable cantidad de espléndidos ejemplares –magnolios, encinas, olmos....–. Le pedí a una bellísima damita de aire italiano que se colocara junto a uno de ellos para que se viera la proporción.
Nápoles tiene probablemente su mayor riqueza –que es ingente y recorre culturas, siglos, etapas– en todo lo que se realizó a finales del siglo xvii y durante el siglo siguiente. Alguno de estos árboles puede tener también esa edad.
El jardín conserva el aire de un lugar cuidadosamente abandonado. Y a esa misma sensación de abandono contribuye la relativa soledad de sus salas, pasillos, estancias....
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