Hoy he charlado en la Biblioteca Nacional de España, por gentil invitación de los responsables de su museo, del busto de terracota de Quevedo, que forma parte de su colección artística desde los orígenes. En muchas entradas anteriores de este cuaderno he ido adelantando detalles y caminos de una tarea investigadora que me ha llevado muy lejos, en temas, espacios, documentación..... y que he culminado, en la medida que estas cosas se culminan, con la afirmación de que el busto fue obra de Alonso Cano, el artista granadino.
Las razones, largas y ajustadas, habrán de exponerse de modo erudito en algún tipo de artículo, que me gustaría publicar en nuestra revista Manuscritcao; pero bien merece que adelante ahora lo esencial y traiga a pantalla unas cuantas ilustraciones.
Esencialmente, la cabeza, modelada del natural, representa a un Quevedo adulto, pero fuerte –no un anciano desmayado o enfermo, como cuando sale de la cárcel de San Marcos de León, en 1643–; los documentos viejos hablan de la autoría de Sebastián Herrera Barnuevo, prácticamente imposible si se piensa que sus primeras obras, como aprendiz de Alonso Cano, son de hacia 1640, con poco más de veinte años.
A Quevedo se le ordena ir a Madrid a finales de 1638, el mismo año que se le dice a Alonso Cano que vaya a la corte, en este caso como maestro de dibujo del príncipe, entre otras cosas. Ambos coinciden entre enero de 1639 (cuando Quevedo llega) y diciembre de 1639 (cuando se le encarcela) en el círculo palatino de Madrid (con Juan Isasi, González, Velázquez....) y allí en palacio –o en su estudio de la calle Hileras– Alonso Cano comienza a modelar el busto, que se queda sin terminar cuando el escritor –para sorpresa de todos– es detenido.
Cuando Alonso Cano vuelve a Madrid (1645), después del episodio del asesinato de segunda esposa, Quevedo ya ha muerto. Su editor, González de Salas, le pide que colabore en la edición de las poesías, que aparecerán con el título de El Parnaso Español (1648). Alonso Cano le muestra un dibujo del poeta laureado e idealizado, que se conserva hoy en el Museo del Prado; y González de Salas le pide más detalles, más dibujos y, quizá, menos idealización. Así lo hace el granadino.
Juan Noort –que acaba de grabar los dibujos en el libro de las exequias de la reina Isabel (+1644) y que ya había grabado a Quevedo en 1635 se encargará de llevar a las páginas los dibujos. Probablemente hubo algún tipo de problemas, pues se acude a otro para completar la serie y, finalmente, el propio Alonso Cano dibuja y graba él mismo el último.
El busto reaparece en las almonedas de 1745, con otros objetos abandonados o mal controlados del viejo Palacio Real (que se había quemado en 1734). Probablemente se lo había llevado a su "gabinete" de antigüedades Leopoldo Jerónimo Puig, toda una personalidad del nuevo siglo, además de capellán y bibliotecario del Palacio Real.
Es, de modo muy sucinto, la historia de la mejor representación del Quevedo maduro.
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