Un cierto alivio produce, de vez en cuando, poder comentar –con simpatía– iniciativas de la universidad en la que trabajo, desde hace más de treinta años, y cuya demoledora decadencia y putrefacción tantas veces he lamentado. De manera que me fui con este grupo
mirto o arrayán |
al botánico en bicicleta, y allí disfruté de la explicación histórica de Jaime Branchi (¿lo he escrito bien?) y de unos cuantos paseos al caer de la tarde.
Vi algunas cosas nuevas –que todavía no había visitado– como la colección de bonsais que Felipe González regaló; o como ese enorme mirto –arrayanes– que, aun estando a la entrada, no había reparado en él, y que soluciona algunos comentarios del Polifemo de Góngora, por ejemplo.
Y eso sí, me entretuve admirando a esos lirios tan peculiares ("Hemerocallis fulva" o lirio de día), que viven eso, un día, pero que antes de morir, ya ajados, ven crecer a los nuevos, y así sucesivamente.
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