malvas reales en Fouras |
Camino de Poitiers, bordeando la costa, me desvié, con poca fortuna buscando el mar, y anduve perdido por una costa que se adivinaba lejana –los llanos del interior, sin embargo eran bellísimos, con la cosecha recién cogida– hasta alcanzar Fouras, la playa mejor, al decir de las gentes, en las cercanías de Rochefort y Rochelle. Las playas eran grandes y el día espléndido, pero el mar estaba sucio e intratable. Una pena. Lo mejor que tenía Fouras era la colección de malvas reales, que parece que cultivan o consienten.
LLegué muy tarde a Poitiers, una de esas ciudades francesas del interior que se mueren cada tarde, y más si son de domingo y en verano (de cada cuatro habitantes uno es estudiante, en periodo de vacaciones).
Poitiers estaba solitario, silencioso, una vieja dama abandonada entre callejuelas, iglesias y plazoletas. El sol caía muy, muy despacio; a las siete tocaron las campanas de Nuestra Señora la Grande (Notre Dame), un juego de tres o cuatro tonos distintos que se iba a pagando lentamente. Tiene la ciudad monumentos cristianos antiquísimos (del siglo V) y en consonancia con ellos, una de sus dos catedrales comenzó a construirse en el siglo IX, dicen: es de un románico casi puro; la otra sucede como románico tardío.
El rapsoda, confuso, se puso metafísico:
No tienen espetuncos en las puntas
como creen las gentes sino libos
libos y ludros rentrisados todos
enreprascados los netoldos viscos.
No las pravas tornizan cuando solan
aunque presuren lo contrario licos
tanto los unos y los otros nuances
que es vanicoria tacar delipo
Y así nos va con la telura jana
que ya de nada resará flerido
es subterno el ovario descinsado
como cuando rebite de estrominio.
No, que no tienen espetuncos, aunque
juntos carguen con todos los merilos.
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