La casa vieja de los veranos se encuentra en un lugar cuya vegetación se define bien por cómo llaman los lugareños a lo que yo diría “cuidar o arreglar el jardín”: cortar es el nombre más usado, porque se trata siempre de librar a la tierra –o a los cultivos, si se tratara de huerta– de todo lo que crece sin permiso, sean malas hierbas, sean semillas de castaños, laureles, eucaliptos, nogales, higueras, guindos, abruños, etc. que sencillamente han prendido siguiendo el curso natural de la reproducción “no asistida”.
De manera que debajo de los guindos del camino hay siempre retoños de guindos, que se han de arrancar; y debajo de los avellanos, avellantitos; los retoños de los laureles son más viajeros, y suelen aparecer en escondrijos sombreados, como arbolitos diminutos; los de los castaños, si uno se descuida, aparecen un buen día con un metro de altura y ramificaciones, normalmente en cunetas o cruces de terrenos, quizá como los eucaliptos....
el camino del jabalí, entre enebros |
Da pena, a veces, arrancarlos, pero no hay otra solución, si de verdad esta zona es la que tiene uno de los índices de crecimiento mayor de Europa, casi como la selva. Y así debe de ser: la glicinia, año tras año, echa sus brazos al horreo y se propaga por todos lados, con centenares de ramificaciones, con una fuerza inaudita; los varios tipos de boj necesitan podarse casi constantemente, lo mismo que las fucsias –sobre todo la que llamana de “pitiminí”, a la que no arredran las zarzas, con las que convive propagándose casi a ojos vistas.... Y así podría seguir ejemplificando con varias decenas más de especies (ortigas, celidonas, aucubas, lavandas, enebros, deutzias, saúcos, camelias....). De entre todas las especies, señeras las hay, que mantienen su jerarquía solitarias: un tejo dorado, la enorme secuoya, el ciprés del himalaya, un alcornoque, algunos chamecíperos, etc. De ellos se encarga lo que aquí llaman “el temporal”, que a mí al menos me ha derribado los árboles más viejos: un nogal, o más grandes: un chamecípero. Sin embargo, cuando uno desea quitar un árbol porque está mal situado o es peligroso o sabe dios qué, hay que ver como se resiste a desaparecer por las buenas. Por peligroso quise suprimir el estramonio o datura –sabido es que es muy venenoso y de una fragancia, sus flores llamativas, embriagadora–:
invasión de hortensias |
durante dos o tres años, después de cortarle, seguí persiguiendo sus raíces y abortando los brotes nuevos. Pues este año me lo he vuelto a encontrar, hecho y derecho, rozagante, con más de metro y medio de altura; algo semejante a lo que pasa con una de las dos grandes higueras que había: la que derribó el viento hacia un barranquillo –una serventía– rebrota todos los años, y el año pasado dio buena cosecha de higos, que yo no vi madurar. Y esa es la manera de comportarse de los saúcos, que bien se ve que son de la tierra –se le consideraba árbol sagrado–, y que rebrotan una y otra vez, como si la poda no fuera con ellos.
saúco |
Seguir hablando de árboles, arbustos, plantas y demás sería nunca acabar, habida cuenta de lo que he señalado del crecimiento exagerado que humedad y temperatura suave causan en esta comarca. De manera que ya me he habituado también a llegar y “cortar”, sobre todo para despejar los caminos necesarios para moverse alrededor de la casa. Lo más inmediato siempre es cortar la parra virgen, que ya ha llegado a las tejas; la glicinia que devora el hórreo; hacer camino para moverse entre las hileras de bojs; rebajar la altura de todos los hebes, aligustres y demás, para que dejen pasar el sol a otras partes; contener la masa de hortensias, celindas y laureles, sobre todo para que no se conviertan –los últimos– en árboles imposibles de podar; atajar los caminos de las mil enredaderas y trepadoras que ya han ascendido por los muros; o de las vivaces –como las fresas– que están invadiendo todo....
Curiosamente, es una tarea condenada al fracaso: si cualquier año yo no “cortara”, por la razón que sea, el saúco dejaría sin luz a los limoneros; el castaño ahogaría a los manzanos; las ortigas terminarían con las azaleas; los acebos serían atacados por enormes aucubas y el membrillo del Japón, aliado con los agracejos, terminaría con una especie muy valiosa de pino que allí al lado medra.
Y me río cuando paso la tarde, tijera en mano, “cortando” y amontonando lo cortado –que ahora no se puede quemar– en montañas enormes, porque es una tarea, casi, ya se habrá adivinado, como la de la existencia misma: salir al paso siempre de lo que ocurrirá, inevitablemente, cuando ya nos queden fuerzas para seguir.
fucsia de pitiminí |
Y mientras tanto, aprovechando estas moralejas existencialistas, he comprobado que el jabalí ha cambiado su ruta, en vista de que se lo puse difícil en la anterior, cuando bajaba desde el monte cruzando la carretera, al lado de uno de los castaños; ahora se ha abierto dos caminos, uno de ellos descarado y mucho más cercano a la casa, entre tres enebros jóvenes (se ve muy bien la foto); el otro, un poco más allá, aprovechando un hueco en la cerca de bojs, a modo de desafío. Tú me cierras uno, yo te abro dos. Me dijeron que le gustaba dormir (¿con la familia?) debajo de un gran castaño que está en la esquina de un ferrado, algo alejado de la casa, posiblemente esperando a que haya cosecha de castañas, que yo no puedo recoger, porque para octubre yo estaré ya hablando con mis alumnos de los versos de Garcilaso y de cómo Lope se ganaba la vida escribiendo comedias, y se distraía en un pequeño huerto que tenía en casa.
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