La iglesia de Notre Dame La Grande (s. XI-XII) es, como dicen los prospectos para turistas, una joya del románico: se encuentra en el centro mismo de la ciudad y soporta la competencia de otra catedral gótica, la de San Pedro (con uno de los mejores órganos antiguos de Francia), inmediatamente posterior, es decir, de los siglos XIII y en adelante. Pude entrar en ella con cierta paciencia, aprovechando un ensayo de su órgano y una prueba de campanas –creo–, para admirar su luminosa oscuridad y el barullo de policromías, que debían de ser las antiguas, remozadas en otras épocas. El color y la luminosidad provienen no solo de los frescos y pinturas, de su recuerdo más bien, sino también de las vidrieras figuradas, y finalmente, como dicen todas las guías de turismo, del policromado de la fachada, que ocurre cada noche de verano, ante un montón de turistas embobados, entre los que ayer me encontraba. Se trata de un alarde técnico actual –que no entiendo– pero que reproduce la policromía que, al parecer, ostentaba antiguamente su piedra blanca.
Todo ella es de un románico perfecto: arcos, contrafuertes, portada, columnas...., aunque, como es normal, bastante deterioradas las esculturas, los detalles.
Poitou. Aquí Carlomagno detuvo el avance de los árabes, que –como me comenta Aurelio González con acierto– han vuelto muchos siglos después a tomar comercios, negocios, servicios.... porque el colonizado termina por vencer al colonizador. Y aquí se extremó por tanto el arte religioso; no en vano presume la ciudad de conservar uno de los edificios cristianos más viejos de Europa: la Iglesia de San Juan Bautista, cuyos orígenes se remontan al siglo V.
Volveré esta noche a embobarme en la plaza de la Catedral, sin campanas (las últimas son las de las 19,30); lo malo es que después –hacia las 22,45– Poitiers queda cerrado y no hay dónde mirar luna, cielo y noche mientras se toma uno algo fresquito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario