Hoy por la mañana, al tiempo que mandaba una reseña para El Cultural de El Mundo y terminaba otra para la Revista de Filología Española –las dos quevedianas, por cierto– he comprado gasolina nueva para las playas, entre ellas la reciente monografía sobre Calderón de Cruickshank, que acaba de aparecer traducida del inglés (versión del 2009), los Sonetos y Elegias de Louise Labé, traducidos en verso por Aurora Luque; una nueva novela –de Mendicuti–; y entre los etcéteras un librito precioso que me llamó la atención por el tema que anunciaba (árbol), con la autoría de un conocido naturalista, Joaquín Araújo, y el prólogo de un pensador, y ensayista de prestigio (José Antonio Marina). He jugado con el libro en las manos, por su forma apaisada que conserva la de un cuaderno de notas –para semejarse a la verticalidad de la mayoría de los árboles–, reproduce un cuadro con abedules –mi árbol preferido– e imprime con una elegancia fuera de toda duda sus 92 páginas, a modo de facsímil caligráfico, color anaranjado de la letra sobre papel hueso.
Sí, es verdad, este párrafo abre un pero, y hacia él nos hemos venido encaminando. Lo que esas páginas dicen, en varios momentos (última de cubierta, prólogo, incluso en momentos del textos....) se califica de "poesía". Cierto es que cada uno puede proyectar la cualidad poética sobre lo que le parezca oportuno, y ya hemos argumentado en este cuaderno debidamente el invento histórico de la literatura y de su corazón, la poesía. Pero si uno toma la derrota de argumentar libremente y calificar según su real gana se puede encontrar con que los lectores no le siguen, también tienen o su real gana o la tradición que conviene al término, incluso la tradición con todos los quiebros modernos. Y no, me temo, que no es un libro de poesías, por más que de vez en cuando brille alguna imagen, convengamos con tal o cual pensamiento o se hayan dispuesto cuidadosamente las líneas con su naturaleza gráfica incompleta (¿debido a...?) o el naturalista lo haya intentado, porque en su inspiración, en el tema, en lo que le conmueve cuando escribe sobre la naturaleza del árbol y del bosque intuya que hay algo que solo se podría decir de una manera peculiar (la que llamamos "poesía"). Algunas páginas finales de poemas breves con caracteres orientales y pictogramas son lo que más se podría aproximar a un poemita.
El equívoco subyace en la mayoría de la "poesía" que se escribe hoy, por seguir llamándola así.
A continuación tendría que añadir –una vez más– lo que les comento, por ejemplo, a muchos de mis alumnos cuando me dan a leer sus poesías y parece que mi comentario es negativo, aduciendo algo semejante a lo que arriba va: no dejéis nunca de escribir e intentar decir lo que queréis, incluyendo en ese espacio que habéis calificado como poesía, porque es el espacio de vuestra libertad en donde ejercéis una de las tareas más nobles de la condición humana: la de la creación. Y si os preocupa hasta el punto de que, además, queréis decir de modo distinto y peculiar, entonces seguid haciéndolo, intentándolo hasta que lo empecéis a lograr. En tanto, no publiquéis, o sed muy parcos y moveos entre consejos, con prudencia.
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