Duda setiembre muchas veces sobre si seguir perezoso con el verano o si abrir las primeras luces al otoño, en Madrid. Y de esa duda se ocasionan de vez en cuando espléndidos días de verano, que no atosigan demasiado con los calores. El Retiro se llena entonces –mañana y tarde– de todo tipo de gente, que va aprendiendo por necesidad, pero afortunadamente, que es un excelente entretenimiento el de los patines, la bici, los árboles, el simple paseo.... No parece mal que se recupere la actividad más simple de todas –pasear– y de su mano la charla, la contemplación, el grupo de amigos o familiares.... y la música.
Una veintena de músicos en un paseo no muy largo por el circuito normal que rodea el lago entre otras cosas. La avenida del lago, vigilada por policia municipal a pie, ha perdido todo el mercadeo habitual, pero conserva los tenderetes de los pintores y retratistas, las mesas de las pitonisas, las marionetas y asimilados, los puestos de chuches –incluyendo barquillos– y los músicos de todo tipo, presididos por la banda municipal de Madrid, en su sitio habitual, interpretando un programa variado en el que, como siempre, abre un pasodoble y no falta números de zarzuela, que el público –y yo– tararea; esta vez eran números de La alegria de la huerta y de Agua azucarillos y aguardiente.
Al son de la zarzuela de Ramos Carrión me fui detrás de cinco japonesas, vestidas para recibir al sol peninsular, maravillosas, y después de admirarlas, sin atreverme a decirlas nada, hice pequeñas estaciones en varias actuaciones musicales del paseo. He de reconocer que domina la música clásica, con alguna concesión a la canción folclórica, también a la guitarra flamenca y a algunos instrumentos exóticos –de lo que doy ilustración. Supongo que el conservatorio manda al paro a muchos jóvenes, pues lo eran en su mayoría.
Un poco caros los barquillos y, aunque vigilé de cerca, no sé bien si funcionaba la ruleta tradicional.
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