Así comienza uno de los primeros capítulos de un libro delicioso, la Agricultura de jardines, de Gregorio de los Ríos (1592), cuya segunda edición es de 1604, que en adelante suele imprimirse junto a la Agricultura General que trata de la labranza del campo y sus particularidades...., de Alonso de Herrera. Gregorio de los Ríos es un absoluto contemporáneo del Quijote, y el lector lo agradece en las maneras de expresarse: el mejor español de la época clásica, como se comprobará si se sigue leyendo el arranque de ese precioso capítulo, que reproduzco (al pinchar en la imagen ha de agrandarse):
Y que por si acaso copio:
.... podranle engañar a cada paso los jardineros, para lo cual ha de leer muchas veces este libro, lo uno para que aprenda y lo otro para no ser engañado, porque le dirán los jardineros y los que entran a ver el jardín muchas trazas, y a todos ha de oír, y mirando lo que aquí se advierte entenderá lo que más convenga, que al fin es lo más cierto, porque sepa que el jardín es como el pobre que estaba a la puerta de la iglesia con dolor de muelas y cada uno que entraba daba su remedio, y asñi le darán todos los que entraren a verlo, remedios para que corte y plante, y lo más seguro es hacer orejas de mercader, perseverando mucho en la obra que comenzare, conforme a lo aquí contenido; porque hay muchos que comienzan a hacer jardines y gastar en ellos, y luego se cansan, y se pierden como los dejan de la mano. Y para ir bien, hand e procurar tener jardinero propio, porque además del buen gobierno del jardín, se evitará un daño notable que los jardineros alquilados suelen hacer, que es echar ojo a las buenas plantas y más seguras, y se las llevan para quien se las pague; y cuando el dueño las echa menos, le hace pago con decir que no prendieron y que las echó a mal. Y así conviene que le tenga propio y muy cuidadoso, porque así como los niños, en dejándolos de limpiar crían sarna y queresas, de la misma manera los jardines si no los limpian cada día crían yerbas malas que ahogan a a las buenas....
He estado manejando todos estos tratados de jardinería y botánica (Monardes, Herrera....) para elaborar una entrada sobre "La rosaleda de Lope", para lo cual ando también enredando en otros lugares, y aun tengo que ir a hablar con los especialistas del Botánico, por si me pueden ayudar, pues los trataditos posteriores (que se están reeditando en una conocida y curiosa colección de facsímiles) no me sirven demasiado y, además, desconfío de aplicarlos a textos de doscientos o trescientos años antes.
Luego, el fragmento de Gregorio de los Ríos sobre los rosales, expone lo que era conocimiento común en la época, que es lo que asoma a versos, aunque siempre Lope escribe matices que nos sorprenden, fuera de lo común:
Rosal hay cuatro maneras: de alexandría, castellano, damasquino y blanco. Prende de raíz a rama. Quieren mucho sol, porque si están en sombrío, dan en vicio y no llevan flor. Donde atrás se dice de lo que quiere el jardín, queda advertido que son muy embarazosos en jardines, y que no conviene plantarlos arrimados a pared, porque como son chicos y ellos echan tantos hijos no se pueden domeñar, y como están arrimados por la mayor parte a las paredes, hanse de cortar o atar, y çátanse mal por ser leña con dientes. Por agosto se seca la hoja y se hinchen de telarañas, y parecen mal. Algunos están bien con ellos porque por mayor parecen bien con la flor, y esto es quince días. Y la cosa que ha de estar arrimada a la pared ha de estar verde casi todo el año. Para granjas son muy buenos, porque allí participan de aire y sol, que es su natural estar en raso. El agua se les dé templada.
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