Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 19 de abril de 2011

Alberto Blecua

Me dicen que se gesta uno de esos típicos homenajes en los alrededores de Alberto Blecua –a mí no me ha llegado nada "oficial"–, colega de prestigio y valía, persona entrañable que ha ido repartiendo sabiduría, aragonesismos cariñosos y simpatía literaria allí por donde pasaba: terminó en Barcelona, en la Autónoma, en donde ojalá hayan sabido tratarle con el reconocimiento que su magisterio merece, que no es mucho pedir cuando se ha entregado medio siglo a esas modalidades docentes. Ya sabes, querido Alberto, que ahora, cuando nos jubilemos, ya no tendremos derecho a investigar oficialmengte y que hasta las modalidades simples –por ejemplo la entrada gratuita a museos y tal– es solo para los que están en activo. Yo estoy pensando seriamente en irme todos los días al Prado –me quedan pocos años ya– y sentarme delante de Isabel de Portugal, la de Tiziano, para almacenar querencia, que luego ya me costará muchos dineros verla.


Un modo de participar en el homenaje sería enviarle contrafactas garcilasianos ("Oh dulce Alberto por mi bien hallado....", "Cuando me paro a contemplar tu estado....", "Alberto, ingrato amor, como testigo...."; "Gracias a Alberto doy que ya del cuello...."; "Pasando el mar Alberto el animoso...." etc. ); pero a lo mejor eran ya demasiados los versos y asomaba una punta de süave (escribo "süave" con diéresis, en prosa, naturalmente, porque este fragmento va elevado por el afecto) ironía, que él iba a entender, pero los exegetas no; de manera que he recuperado, de una de las veces que nos hemos cruzado –tribunales, seminarios, tesis, etc-–,  un dibujo a carbón de don Francisco de Quevedo que me obsequió (¡inédito, Alberto, como muchos poemas del códice Daza), que es una preocupación compartida. Porque no hace falta amar, en puridad, a los individuos que nos atraen y nos hacen pensar, basta con ese desasosiego espiritual que nos lleva a leerlos. 

Don Francisco pertenece a esa raza promotora de inquietudes; Alberto a la raza de los compañeros bien amados, a los que apetece de vez en cuando abrazar y abrazar, con algún beso de varón públicamente bien plantado.
Y el dibujo no está nada mal.
Te voy a buscar unos latines, Alberto, para que haya mensaje subliminar que necesite alguna nota de latinista –o de las afamadas de Aurora– de los que ya se han perdido con Bolonia y los ordenadores.
Sea  Non magna relinquam, magna sequar (Ovidio, Met., VI, 55-6).



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