"En 1800 Marchena falsifica a Patronio; hacia 1804 traduce a Osián, el poeta legendario que inventa Macpherson; en 1806 prueba de nuevo con Catulo. Da la impresión de que, al margen de otras ocupaciones, en los primeros años del siglo XIX, el sevillano está interesado por la falsificación literaria, por una especie de creación metaliteraria, que, en el caso de Petronio, incluye una intencionalidad crítica de la Iglesia y un mensaje de libertad sexual. Sus experiencias como falsario coinciden con momentos en que le filología y la historia están depurando, sobre todo en Alemania, sus métodos de trabajo, datación y autentificación, y refinando los criterios de ecdótica y elaboración de textos y citas."
Abre esta nota uno de los párrafos panorámicos del completo, equilibrado, estudio con que Joaquín Álvarez Barrientos presenta el texto latino de Marchena, su traducción y las seis notas eruditas que lo adornan, conformando un volumen precioso, también por su diseño, como es habitual en ese editor. Y en el párrafo se compendian muchas de las direcciones del libro, que va a provocar que lo traigamos a este cuaderno al menos una vez más, así sea para separar –por así decirlo– la cuestión filológica y la histórica de la religiosa, de la sexual.... Traición haremos a una de las figuras más interesantes de nuestra historia cultural, que así las quiso engavillar al inventarse un fragmento latino que faltaba en el Satiricón de Petronio y publicarlo como resultado de sus investigaciones en un monasterio de Basilea, en donde estaba acompañando a las tropas francesas de Napoleón, pues Marchena (sevillano) era un exiliado, que llevó su fealdad, su extravagancia, su sabiduría y su gracia –otra vez todo junto– por Europa, riéndose de la filología centroeuropea –que empezó dando por buena la falsificación–, y contrarrestando con infinita malicia y sabiduría el triunfo del casticismo conservador en su patria. Lo que hay de más hermoso –quizá noble– en esta figura es el uso vital, ideológico y vicario de lo que se estaba convirtiendo en dogma: sabiduría, investigación, religión, patria.... Todo aquello que él podía dominar perfectamente, aderezado para un juego casi paródico que lo ridiculizaba. Importaba el hombre. No es difícil saber por qué Marchena se exilió y publicó esta edición en francés. Y por qué don Marcelino –tan atraído como asustado– quiso menosvalorarlo.
Dejamos para otro momento la filigrana sexual, porque vamos a tomarlo como pie para el tema de la prostitución, al que él refiere a veces la excelencia de sus notas.
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