Uno de los resultados de la breve estancia de Quevedo en Nápoles (1613-1618) fue el de su enriquecimiento. No creo que se llegue a saber el detalle de lo que allí recibió o gestionó ni en qué términos exactamente ocurrió, porque los secretarios, funcionarios o –con mayor propiedad– “servidores” del Rey, se apañaban como podían para compensar sus servicios, no fuera que luego su majestad no les hiciera merced. Dicho de otro modo: adquirir bienes y acopiar ganancias era normal, algo así como el sueldo que se presumía de los “servidores”, sobre todo si no eran nobles, pues los nobles servían respaldados por su patrimonio, que mermaba o crecía según otras circunstancias. Así pues, nada tiene de extraño que cuando Quevedo vuelve a la corte madrileña durante los años finales del reinado de Felipe III, con la privanza del duque de Uceda y todavía con el padre Aliaga –el confesor del rey, dominico– moviendo hilos, le veamos aparecer frecuentemente en notarías, adquiriendo bienes –muebles e inmuebles– saldando o abriendo cuentas, negociando censos y juros.... ahora, desde 1617, llevando por delante el lagarto rojo, es decir, como caballero del hábito de Santiago. Los negocios que mayor peso hubieron de tener en asentar su patrimonio fueron el de la adquisición del señorío de La Torre de Juan Abad, la compra de casas en la calle Cantarranas y la adquisición de la famosa venera se Santiago, sobre la que fundamentará en su testamento el mayorazgo. Como he dicho en otro momento en ese mismo cuaderno, este mismo año hemos mantenido conversación –José Luis, el presidente de la fundación Quevedo en La Torre, que me hizo generosidad de llamarme–, en el café Gijón, con persona que tiene acceso a la venera o a sus actuales poseedores, y que nos ha mostrado las fotos pertinentes.
Es verdad que durante su última estancia en Madrid, Quevedo ha comprado y encargado a multitud de artesanos todo el ajuar del marqués de Peñafiel, el hijo del Duque de Osuna, que se iba a casar. Crosby y yo dimos a conocer toda esa rica documentación, que al repasar ahora en su detalle me lleva a considerar otras muchas circunstancias. Así por ejemplo, Quevedo aparece durante esos años gestionando negocios ajenos –del duque de Osuna, de la familia real, de familiares y amigos.... En el documento que reproduzco, Quevedo tiene que firmar ante notario que ha vendido en precio adecuado los bienes que le entregó un tal Juan de Zardierna para que los vendiera en Sicilia. Y se presentan los dos para señalar que han fenescido cuentas de todo. El caso es que Quevedo se llevó alhajas, muebles, libros, joyas.... y que del resultado de las cuentas solo le queda pagar a don Juan 1363 reales, que debe pagar antes del último día del próximo mes de agosto, en “resguardo” de lo cual le deja “un crucifijo de oro y plata y ebano y marfil y figuras de historia de reliebe y plata y brazos (¿cruces?) y columnas estriadas de bronce....”
Uno de los descendientes actuales de Quevedo, cuando entré en contacto con la familia y pregunté por un crucifijo de ébano y marfil –que aparece en el testamento del escritor– me dijo que quizá en alguna ocasión me lo enseñaría. Podría ser que don Juan no pudiera pagar la hipoteca, ¿no?
Muchos negocios, don Francisco, a partir de su vuelta a Italia. Entre sus contemporáneos se decía que era “rico”.
En la primera redacción de esta entrada me faltó añadir un dato, tan curioso como interesante, Juan de Zaldierna –como he comprobado recientemente– era el administrador de los bienes del Conde de Villamediana.
En la primera redacción de esta entrada me faltó añadir un dato, tan curioso como interesante, Juan de Zaldierna –como he comprobado recientemente– era el administrador de los bienes del Conde de Villamediana.
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