Que el ritmo de los políticos se acomode al ritmo de los ciudadanos y no la viceversa. Podríamos empezar con una petición así de sencilla para pedir –ojalá lo pudiéramos exigir– unas cuantas cosas ahora que suenan campanas de cambios y transformaciones. La llamada "clase política", grupo de personas de actividades nebulosas y de vida fácil, tendría que ir poco a poco corrigiendo su conciencia de pequeños dioses de un olimpo falso y diluyéndose en la masa de gente, particularmente en la más numerosa y que más padece. Y así, el nuevo concejal, director de algo, delegado de no sé qué, etc. cuando llegara al lugar que le van a dar desde su partido político –aunque maldita la idea que pueda tener de ese campo– haría bien en empaparse de lo que allí sucede y entrar como en santuario preguntando a quienes mantienen el ritmo del trabajo cotidiano, la efectividad de su funcionamiento, el conocimiento de cómo se hace, etc. Eso en vez de anunciar que "van a cambiar" esto, lo otro y lo de más allá; y en vez de lo más usual, dañino y arrogante: llamar a subordinados, trabajadores y conocedores para que "le expliquen" cuáles son sus funciones, problemas, apetencias y demases, de manera que él luego como pontífice clarividente, después de haber removido todo lo que apetece, dictamine soluciones, que pasados tres o cuatro años volverán a cambiarse. Cambiarán de esa manera las condiciones laborales, los horarios, los programas de estudios, las normas para abortar, sonarse los mocos, los lápices, los pañuelos y los mismos mocos, el modo de vestirse, el de desnudarse, los saludos, el valor de las sotanas, las oposiciones, los temas....
En el campo de la llamada cultura y, de otro modo, de las humanidades, he conocido personas de clases políticas varias que de la noche a la mañana salían etiquetados y encumbrados para dirigir áreas culturales, porque escucharon una vez una sinfonía de Mahler –se lo dijo Guerra– y les gustó; gerentes de universidades y centros de cultura que no sabían lo que es una clase de universidad, o sus actividades de investigación; encargados de centros de enseñanza que nunca pisaron uno y no saben lo que es ser maestro o profesor; etc. Y así sucesivamente: se puede premiar a una novelista, pongo por caso, para dirigir una Biblioteca Nacional; pero a nadie se le ocurre poner a un poeta al frente de un instituto de Oncología....; aunque todo llegará, si no se corrige a la clase política para que desciendan al nivel del ciudadano, tomen vuelos de bajo coste esperando largas colas de Easy Jet o paguen las maletas de Ryan a precio de oro, llenen el depósito de gasolina solo a comienzos de mes, viajen en trenes regionales y no en el AVE –el tren de los ricos–; y a ninguno de ellos se le ocurra percibir un sueldo mensual por encima de lo que gana –elegiré dos o tres casos– un maestro nacional, un ayudante sanitario, un becario con tres carreras y cinco idiomas...., al fin y al cabo ya ganan tres veces más que un catedrático de universidad, diez veces más que una secretaria, cinco veces más que....
La política es una cosa muy seria, cuando lo es, no ahora, el vacío de la política o su conversión en estercolero aboca a una situación muy peligrosa que da pie a intervenciones salvadoras que nadie parecía querer, y que ahora se escuchan por ahí. Se vuelven a escuchar por ahí.
La gente necesita que dejen de insultarse Camps, Blanco, Arenas, Chaves, Esperancita, el andaluz, el vasco.... Ya sabemos lo que van a decir antes de que abran la boca. Que no la abran todos los días delante de nuestras narices para enseñarnos las toneladas de mierda que han acumulado. Sabemos de sobra que tienen un tanto por ciento de inutilidad y corrupción que supera los de cualquier persona sencilla; pero que no lo exhiban, que intenten pudrirse ellos solitos. Que cumplan discretamente su función.
Y queremos que la vida pública les vuelva a situar en la sombra de la que nunca debieron salir, y en consonancia preferimos que la circulación se pare cuando va a pasar un maestro, un bedel o un ama de casa; que la policia proteja las intervenciones de un jardinero del Retiro, de un conductor de autobús o del empleado de banca que está en ventanilla; y que los telediarios de todas las cadenas se abran con las noticias de mayor interés, entre las que no deberían estar nunca los polvos de un ministro, los hurtos de un concejal valenciano o los insultos refinadísimos de la portavoz del PP.
Por favor.
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