Se ha llenado la ría de gaviotas
que descienden o vuelan sin motivo
en bandadas blancas y grises sobre
un paisaje de montes y de mares.
Picotean el arenal que descubre
la marea bajísima que atrapa
a los barcos varados con su mueca
de arena al descubierto, esperando,
que el ciclo de la luna las devuelva
de nuevo al mar, lugar de donde viene
la extraña luz de lo desconocido
que los barcos recorren sin cesar.
Y nada más. Es todo: contemplar
el mágico instante del atardecer.
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