Llevaba casi dos semanas –diez días– en los que la apatía de cada mañana no acababa por desaparecer, ni aun con el incentivo del espléndido verano, ni de la racha de buen estado –un catarro durante las última navidades– ni con la regularidad con la que mis pequeños negocios, de los que ya ni apenas me ocupo, generan ingresos cómodos que me mantienen en una especie de limbo laboral. Sin embargo, cómo me cuesta arrancar cada mañana y remar contra la corriente de una melancolía que no tiene modo de curarse porque no sé de dónde procede, quizá no provenga de nada y esa paradoja sea la razón de mi lamentable estado.
La reiteración de esa desgana se ha convertido en rutina; por eso me he dado cuenta de que ya había adelantado sentimentalmente esa situación, al fomentar mis hábitos solipsistas: leer, pasear, no entrar en discusiones, oír música, dejar que los demás hicieran y yo dejarme llevar....
Siempre había opinado que cuando la dulce gangrena de la vida cumplida se fuera apoderando de mí sabría aceptar ese declive, salir a su encuentro, y encontrar el modo sencillo y normal de terminar las cosas. Y recuerdo que aquella pretensión llenó de apuntes algunos de los textos que entonces escribía –que si ensayos modestos, versos rotos, cartas literarias....; que si esbozos confesionales, relatos quebrados....–, que fui conservando en cajones y carpetas.
No es raro, por tanto, que durante los últimos días haya vuelto a retomar un blog viejo que andaba por casa con recetas de cocina, le haya arrancado unas cuantas, y haya conservado el resto para ir objetivando verbalmente mi reflexión primera. El descubrimiento del nuevo estado que había alcanzado, y la clarividente y prometida solución de aceptar y facilitar la resolución. La primera hoja se la ha llevado el título, de manera algo pomposa para tratarse de unos borrones que son derivados de una situación sin horizonte, bueno, en realidad con un horizonte ya cumplido en donde no parece haber absolutamente nada que genere inquietud, interés, emoción, lo que sea. He aceptado ese título, pero con la intención oculta de cambiarlo más adelante, ya que casi de inmediato han ido un par de caras más, expresando indolencia, nuevos borrones que no sirven nada más que para experimentar por escrito la sensación de superficialidad.
De manera que he debido perfilar con mayor cuidado –profundizar en la reflexión antes de entregarla a las palabras– las dos páginas siguientes, para que el conjunto no fuera a resultar una serie de incongruencias difíciles de conjugar; y una vez que lo he hecho he sentido la necesidad de defender la congruencia frente a la acumulación irracional.... La verdad es que me está resultando difícil dar todo por acabado de manera digna, es decir, sin que la gente le dé en pensar que todo ha sido resultado de algún fracaso vivido como despecho. Y esta última consideración ha ido a parar al blanco de otra hoja, desde donde pienso que podría servir de eslabón a las páginas finales del mismo blog.
Hoy por la mañana, al despertarme, he sentido que mi cabeza estaba totalmente ocupada por el problema de cómo organizar las más de 20 páginas que ocupan las anotaciones del blog; y de que hasta en la duermevela de la última madrugada, casi incoscientemente, he borrajeado un nuevo texto, fundamental, que se me vino hace unos días a la pluma al observar una escena de madre-bebé en el super a donde voy cada dos o tres días. Sería importante que supiera captar la exaltación de la madre –muy joven– que compraba de manera desaforada cosas para el bebé en la zona de droguería, mientras quien debía de ser el padre se perdía en los mostradores de los vinos. Había algo desencajado y extraño en aquel triángulo.
La verdad es que hacía tiempo que no sentía esta inquietud creadora, que incluso me despertaba antes del amanecer y me mantenía alerta, dándole vueltas no solo ya a lo que había de escribir, sino a que tendría que volver al super para ver nuevamente el escenario, incluso a lo mejor buscar a la joven pareja y al bebé. Creo que la madre estaba comprando, además, colonias infantiles; y que el bebé jugaba con un muñeco o una masa de peluche. No sé....
Una apatía de las buenas y largas permite contemplar durante un buen rato esta flor que ilustra el texto de D.A. Al cabo de un rato de observarla, uno ya ni se entera y ni se acuerda de si sufría de melancolía, rabia, manía o de cualquier otra afección del alma. Uno se va tan refrescado a esperar la siguiente foto. Felicidades por su maestría con el dúo cámara-flor.
ResponderEliminar... y, según Magris, no hay encanto sin conocimiento ni conocimiento sin melancolía ... creo que lo escribió así en su artículo sobre ella.
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