LA FLOR DEL ESTRAMONIO |
Muchos, bastantes son los árboles que no saben morir fácilmente, y que rebrotan una y otra vez y, si al cabo descuidas la tala o no acudes a remedios más sofisticados –químicos– se rehacen poco a poco y terminan por reaparecer cada vez más fuertes y lozanos. Sé que son muchos; a mí me ha ocurrido con el estramonio o datura, cuya es la flor –venenosa– blanca, perfumada, redicha, a modo de trompeta, que gusta de la humedad. Y de ese cariz la higuera, el acebuche, el laurel.... y sobre todo el saúco (hay dos variedades que crecen aquí, de fruto negro y flor blanca la más frecuente), que es incansable en resistir los ataques del jardinero y desde sabe dios qué raíces envía sus ramas leñosas y esponjosas, de un verde muy claro, al aire. Era un árbol sagrado –mágico– en estas tierras y servía para la preparación de ungüentos, pócimas y medicinas, según cuenta prolijamente Font-Quer. No lo veo, sin embargo, en parques, zonas urbanas y jardines; sí en caminos rurales, campos, etc.
LA HIGUERA REBROTA |
Este año he decidido parar las podas sistemáticas, excepto en aquellos casos que su crecimiento fuera a dañar a otros árboles o a cargarse algún elemento vital para el lugar por otras razones (el acebuche, verbo y gracia, tapa un par de ventanas, de una zona que necesita respirar). Como si me hubieran oído, estramonio e higuera se han lanzado al aire y han fructificado rápidamente.
En esta entrada va la segunda flor que ofreció el primero de ellos y una rama de la segunda. La primera flor se pudrió rápidamente con las lluvias; y en cuanto a los higos, no están maduros, pues de lo contrario vendrían todos los pájaros del valle a comerlos, y todavía no los hay picados.
Eso lo he observado hoy mientras recogía una notable cosecha de avellanas, de dos tipos, redondas y alargadas –en forma de bellota– que he secado primero y que voy guardando en frascos y envases para regalar a los amigos madrileños. Volveré a la corte antes de que las castañas maduren; esas son para el jabalí, que anda arruinando maizales estos días, para desesperación de los labradores.
En esta entrada va la segunda flor que ofreció el primero de ellos y una rama de la segunda. La primera flor se pudrió rápidamente con las lluvias; y en cuanto a los higos, no están maduros, pues de lo contrario vendrían todos los pájaros del valle a comerlos, y todavía no los hay picados.
Eso lo he observado hoy mientras recogía una notable cosecha de avellanas, de dos tipos, redondas y alargadas –en forma de bellota– que he secado primero y que voy guardando en frascos y envases para regalar a los amigos madrileños. Volveré a la corte antes de que las castañas maduren; esas son para el jabalí, que anda arruinando maizales estos días, para desesperación de los labradores.
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