He aquí un ejemplo sencillo de hito en el camino –inglés– de Santiago: la parroquia de su nombre en Lago, que es una población pequeña, en el camino de Cedeira a Ferrol, a poco de dejar Valdoviño, mirando hacia el lago Frouxeira.
El lugar reúne varias cosas interesantes: el lago es una reserva natural y el lago, el más profundo de los varios que hay en esas costas; estos mismos días, en la playa de Pantín, por ejemplo, se ven cruzar bandadas de aves continuamente, al parecer inician la emigración hacia el sur. El mar de Valdoviño y de Lago es un atlántico abierto, algo desmesurado, con playas muy extensas, normalmente vacías –excepto, los días de sol el rinconcito del baño–, que va dejando en el camino castros, menires, cruces, capillas, ermitas.
Cruzar cerca del mar estas tierras, en la antigüedad, debía de ser aventura peligrosa, de manera que el buen camino trascurre un par de quilómetros hacia el interior, y es allí donde se encuentran los hitos del camino de Santiago. Sí hubo desde el siglo VIII ataques de piratas y de moros en la costa, por lo menos hasta que el obispo Gelmirez –siglos más tarde– construyó una pequeña flota, para defender el comercio; pero no fueron tan frecuentes como en el Mediterráneo. En realidad las poblaciones medievales se fueron al interior, en tanto que las autóctocnas más antiguas –no lo sé las de los asentamientos godos, de los suevos y de los vándalos– no solo estaban en la costa, sino que a veces parecían organizar el castro en islotes, peñas marinas, lugares que sin duda trataba el mar como ahora: con temporales y destemplanza.
Pues en ese camino interior se encuentra –hoy se ve desde la carretera secundaria que va a Ferrol– la vieja parroquia de Santiago del Lago, que he visitado. Se conserva muy bien, con culto todavía, desde luego, y un Santiago matamoros en andas, para sacarlo en procesión, encima de una mesa. Menos belicoso es el Santiago peregrino de la fachada. Es una iglesia pequeña, probablemente de finales del siglo XVI o comienzos del siguiente, a juzgar por la construcción y los dos retablos barrocos, uno de ellos lateral. Indudablemente ha sido ligeramente retocada (¿los techos, las crujías?) para preservarla. Véanse las fotos que hice.
De la literatura local extraigo un cantarcillo medieval –una canción paralelística, de las estudiadas por Eugenio Asensio– del trovador Fernán Esquío o Fernán do Lago, que también vio pasar las aves y, como estaba enamorado, se fijó en ellas, que el amor hace mucho para observar estas cosas:
Vaiamos, irmana, vaiamos durmir
nas ribas lo lago, ú eu andar vi
as aves, meu amigo.
Vaiamos, irmana, vaiamos folgar
nas ribas do lago a eu vi andar
as aves, meu amigo.
Después de cantarla me desvié hacia el mar, buscando el faro nuevo –del que ya he hablado– por las inmensas dunas de la playa de Lago. No había ni un alma –el día era gallego, es decir, nublado, pero sin lluvia por el momento– y la sensación de soledad ante una naturaleza grandiosa se hubiera podido combatir invitando a folgar a la irmana.
Playa de Lago |
Al fondo, el faro frouxeira |
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