Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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martes, 30 de agosto de 2011

Métrica (12): Combinaciones de los tetrasílabos


En la serie de entradas métricas ya hemos hablado de los bisílabos, trisílabos y tetrasílabos; pero nos falta completar en este último caso sus combinaciones con otros versos, que es lo que va a seguir aquí.

Es, en realidad, el primer verso corto que frecuenta la lírica tradicional, aunque siempre por debajo de pentasílabos y hexasílabos, y normalmente en combinaciones: una tirada de tetrasílabos puros, un romancillo de tetrasílabos, suele ser signo de refinamiento artístico.  
Acepta prácticamente todo tipo de combinaciones en aquellos casos de la lírica tradicional, preferentemente con versos de arte menor, entre los cuales se encuentran el octosílabo y el heptasílabo.

4-5 aludiremos varias veces a esta extraña combinación, típica de Gabriela Mistral, que reaparece en verso libre y poesía de raíz popular. Por la misma razón se da la mezcla 9-10, por ejemplo “El agua”, “Fruta”, etc. de Gabriela Mistral. En los libros neopopulares de hacia 1920-1930 se encuentra uno frecuentemente con ejemplos en los que entra a formar parte el tetrasílabo, así en “Y marcharé hacia la estepa”, de Concha Méndez, o en este otro, de la misma poetisa: Cuando te sueño /eres joven. / ¿Qué le sucede / ¿a mis ensueños? / Es que mi vida / no quiere / saber que ha pasado /el tiempo…?

4-8  como parte de la copla quebrada o manriqueña, que es combinación perdurable, tal y como vemos reaparecer, por ejemplo, en la Rima XIX, de Bécquer:

8   Cuando sobre el pecho inclinas    5.7
8   la melancólica frente,                  4.7
8   una azucena tronchada               1.4.7
4   me pareces.                               3

O en “Batzan”, de Jon Juaristi: Cazador entre los pinos, / al acecho de torcaces. / Otoñada. / Tus recuerdos son caminos / que regresan pertinaces / a la nada.


La estrofa manriqueña es algo más compleja, evidentemente, pues consta de doce versos (hablaremos de ella a propósito de estrofas), pero juega con los versos de 8-4.

3-4-8  en combinación peculiar es la forma tradicional del ovillejo (también, al tratar de las estrofas).
4-9 en Gabriela Mistral (“Serenidad”) para quebrar  finales de sextetos. Es un tipo de cierre frecuente, quebrando a cualquier verso de entre dos y seis sílabas.
4-10 es combinación que aparece ya en Gertrudis Gómez de Avellaneda. Otras poetisas románticas extremaron esa combinación, como Rosario Acuña, que la emplea en estrofas de catorce versos, que abren dos decasílabos (Raro capricho la mente sueña, / será inmodesta, vana aprensión…), a los que siguen doce tetrasílabos (agudos el séptimo y el final).
4-6-10 Unamuno en “Atardecer de estío en Salamanca” (1922), en donde los decasílabos son siempre del tipo himno de iglesia, es decir, 3.6.9; este tipo de combinaciones reaparece en otros casos, variando el metro corto a 3/4/5/6/7-10, como “En el tren”, “Cántico de Navidad”, etc.
4-7-11 en las silvas impares de todo tipo. Es la forma abrumadoramente dominante en toda la poesía moderna, al menos desde Antonio Machado. En épocas anteriores (por ejemplo el romanticismo: Bécquer) dominaba la mezcla 7-11, ocasionalmente aparecían los pentasílabos (como en la Rima IV) y rara vez los tetrasílabos. Se trata, por tanto, de tiradas versales, en las que domina el verso impar largo (9, 11), que puede combinarse con el de 7 (o el alejandrino, 7 + 7) y que modernamente –como también se explicará en su lugar– no tiene empacho en asociar ritmos menores (2, 3, 4....) que no rompen ningún arranque rítmico del endecasílabo, verso y ritmo sobre el que pivotan las silvas modernas.


4+14  Jorge Guillén, “Junto a un balcón”, en secuencias pareadas: 

Por la tarde,                                 3
el rayo de sol agudo y preciso, ya amante, 2.5.7.10.12
Se detiene                                   3
sobre el lomo de algún volumen visiblemente... 3.6.8.(11).13=3.6+1.(4).6

Con el ejemplo de Guillén nos abrimos al mar de la poesía del siglo XX y actual, en donde el tetrasílabo –en realidad como cualquier metro– puede aparecer ocasionalmente; lo más frecuente es que el poeta o versificador no tenga conciencia de que los está escribiendo o combinando, es decir, que aparece como uno más de los versos libres que va hilvanando:

8     Pero no callo por miedo
5     a esos zumbaos
7     que se beben la sangre
7     de todos los caídos.
6    Callo (si es que callo)
7     porque no hay que decir,
9     nada que ocultar tras tanto tiempo
8    dando tumbos, tumbos, tumbos,
4    tantos tumbos.

(Violeta C. Rangel)

Motivos más generales y vagos parecen regir, en estos casos, su aparición combinada; por ejemplo Julieta Valero (en Los heridos graves,  2005), los emplea para cerrar o abrir poemas: en un fragmento de la "Canción del empleado" (el III), que cierra también con otro ("libertad"); abre "La sentencia", cierra "La falla oral", etc. Se emplea en ese libro ocho o nueve veces, conservando siempre precisamente ese valor de cierre o quiebro.

Se trata de modos retóricos nuevos, más despectivos con las rígidas formas tradicionales, pero que conservan sutilmente parte de esa retórica, quizá sin ser conscientes de ello o, de otra manera, sin darse cuenta de que versos y ritmos traen debajo del brazo funciones. Nótese como en este caso de Antonio Martínez Sarrión (Poeta en diwán, 2004) el tetrasílabo ejerce esa función retórica de quiebro en el transcurso de un poemilla que conserva la forma de silva moderna:

7     Escasos los momentos
11   (y cortos) en que la felicidad
7    del amor es posible
11   en su más alto grado de fulgor.
7    Nunca, no dejes nunca,
4    sin embargo,
11  la ribera del claro corazón,
7    cuando la de la vida
7    pinta fría y extraviada.

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