Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 10 de agosto de 2010

Botánica gallega (II)




Experimenta poco el agricultor gallego, muy apegado al cultivo mayoritario de maíz y patatas, lo primero me dicen que por servir para alimentar al ganado; entre las hortalizas, cultivan mucho el tomate –grandes y jugosos, pero con menos sabor que los de tierras del sur–, las lechugas y las judías. Entre las frutas, además de las muchas variedades de “peladillos” y “blanquillas” (las nectarinas de otros lugares), tienen una gama extensa de peras y de manzanas, que lamentablemente se va empobreciendo a favor de las dos o tres variedades globalizadas (la golden, verde doncella, starking, gran smith...) De los cítricos, Galicia es tierra de limoneros; raro es la finca o la casa donde no los hay, con fruto durante todo el año, aunque éste el temporal dañó muchísimo al limón, lo que se nota en su precio desorbitado. Se ha aclimatado muy bien el kiwi.

Sería interesante –quizá se esté haciendo en otras zonas de Galicia– intentar aclimatar productos de huerta y tropicales, todavía exóticos y caros en el mercado español, pienso en frutos como el de la papaya, la frambuesa, la lima, la guayaba, los helquenques (¿...?)... Pero hay muchos más que, a veces, por curiosidad, hemos plantado y que se han dado muy bien. En otro momento me referido asimismo a productos florales (citaba el caso del heliotropo, con dos ilustraciones en esta página), en una comarca en donde reinan camelios y hortensias.
Yo no tengo nada de huerta, pues no puedo cuidarla, no podo mis manzanos, recojo en agosto las avellanas y estoy esperando que se renueven mis limoneros, que ya tienen mucha flor y algún fruto pequeño empezando a medrar (ilustración).
Los ingenieros agrónomos del gobierno gallego de Santiago sabrán de ello.

El último y dramático temporal al que he aludido en alguna ocasión, que tuvo su lugar de mayor virulencia en esta zona, se llevó los árboles mayores, en mi caso: un nogal, un chamecípero, una hilera de laureles romanos...; y los que habían alcanzado la frondosidad, a pesar de sus raíces poco profundas, como un madroño o un espino blanco (“albar”, en el romancero). Resistieron a duras penas los más esbeltos y que ofrecían menos cuerpo a los embites del viento, como los espigados enhebros –que se han quedado escorados hacia el oeste, como se ve en la ilustración–, el tejo dorado (foto), el cedro del Líbano –apenas se inclinó–, el árbol de Júpiter, con su juego de ramificaciones huesudas; y resistieron castaños –de la tierra–, avellanos –de una dureza peculiar–, arces, el cornejo, los acebos... Vivió su aventura un alcornoque, que me había traído pequeñito hace unos años del sur, y que medraba despreocupadamente en medio del prado. El temporal lo tumbó y casi lo desgajó; pero tumbado el tronco principal, ha torcido una de sus ramas que se ha erigido buscando azules –como hace la secuoya cada vez que pierde la guía cuando el cuervo la utiliza como atalaya– y anda ya con aires de árbol volviendo a ocupar su lugar.
Mucho más discretos y humildes, los limoneros se quedaron en el esqueleto, y se han empezado a recuperar lentamente ahora; dicen los lugareños que al limonero le gusta que le castiguen y que más limones da cuanto más se le quiebra, derriba, dobla, corta... Si así fuera, estarían en el límite de su felicidad; pero esta vez el castigo casi acaba con la población de limoneros que confiere a toda esta tierra un sabor peculiar con rincones llenos de árboles como iluminados por viejas bombillas. 


Le pasa al limonero lo contrario que al saúco, uno de los árboles más frecuentes en este rincón, árbol que de verdad nunca termina por morir y al que ya se le puede cortar una y mil veces, que siempre rebrota (como el de la foto), primero como arbusto de caña fofa y hoja de un verde vivo, y luego, poco a poco, cobrando el porte de árbol generoso, que según dice Font Quer, se consideraba árbol sagrado. De todos estos árboles existe una tradición culinaria y farmacéutica, que se está perdiendo a favor de la botica, en donde uno encuentra todo hecho pastilla. Tengo, empero, varias plantas que todavía utilizo directamente, como contaré en la última viñeta, y no solo las típicas de las infusiones (mentas, hierba buena, hierba luisa, romero, salvia, toronjil o melisa...), sino las propias de ungüentos y cremas.

Precisamente, y para terminar con bien, quisiera aludir a una última planta que se me ha aparecido como de uso directo en un restaurante del lugar (“A Revolta”): las ortigas. Ya me habían avisado que se empleaban, debidamente rehogadas, en ensaladas y revueltos; pero no me he atrevido nunca a cocinarlas, porque las recetas siempre eran algo vagas. Tapeando hace unos días en ese restaurante vi que en la carta se ofrecía “revuelto de ortigas” (tapa a doce euros, por cierto), pregunté al camarero, me dijo que sí y que exquisitas, y aun no las pedí. En algunos lugares me han narrado anécdotas de personajes que las guisaban y tomaban, pero yo no he visto nunca a los lugareños que las recojan o las empleen, ni siquiera para el uso erótico que de ella hacían los romanos. ¿Sabe alguien, de verdad, cómo se cocinan?







4 comentarios:

  1. Me encanta que el reportaje venga ilustrado con fotos de Javi con aire de "yo no me entero de todas estas cosas que dice papá; Cedeira mola". Una sóla puntualización como gallego: ¡me encanta que saques lo de las carreteras! En mi pueblo, bueno, en mi ayuntamiento más bien, Cervo, al norte Lugo, hay una carretara que lleva a diez o once casas situadas en una zona llamada Gondrás. Vaya frase tan mal construida me ha quedado. El caso es que desde que tengo memoria, indefectiblemente, empiezan a asfaltar la carretera un mes o dos antes de las elecciones y en cuanto éstas pasan abandonan el trabajo. Pablo, créeme, tardaron tres legislaturas en asfaltar un kilómetro y medio. Fue durante años una de las comidillas del pueblo. El binomio elecciones-asfalto es fundamental para entender Gallaecia. En un territorio donde las casa están tan desperdigadas, asfaltar el camino que lleva a tu casa vale un voto. Y es, además, lo que más le importa al elector gallego, tal vez porque se gastan una fortuna en comprarse un audi para sacarlo los domingos o tal vez porque es su peculiar manera de entender la entrada de la región en Europa. Ni idea.

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  2. Quién cuida ese hermoso jardín? Quizá Elvira te pueda decir lo de las ortigas, a doce euros la tapa podrías montar un negocio.

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  3. No para que la siga al pie de la letra sino por si le sirviera de inspiración para sus propias recetas -las ortigas van muy bien para coger fuerzas y para combatir anemias-:
    Raviolis con ortigas
    Pasta rellena de ortigas, requesón, cebolla, ajo y queso parmesano, una forma de comer una deliciosas y nutritivas verdura.
    Ingredientes:
    800 gramos de ortigas
    250 gramos de requesón
    50 gramos queso parmesano rallado
    3 cucharadas de aceite de oliva extra virgen
    1 cebolla pequeña
    2 dientes de ajo
    sal
    Para la pasta:
    500 gramos de harina
    4 huevos
    Sal

    Para el relleno, lavaremos las hojas de ortiga con agua corriente, protegiéndonos las manos con guantes de goma. Una vez lavadas y escurridas, hervirlas en una olla con agua caliente salada durante 10 minutos. Una vez cocidas escurrirlas y estrujarlas para eliminar todo el agua y triturarlas. Luego pelar la cebolla y el ajo, trituralos y ponerlos a sofreír en una cazuela con aceite de oliva un par de minutos, luego añadir las ortigas y dejarlas unos minutos. Verter el requesón en un cuenco, trabajarlo con una cuchara de madera, agregar las ortigas y el queso parmesano, mezclar bien.
    En segundo lugar, para la pasta, amontonar la harina y verter en el centro los huevos y la sal. Trabajar la masa durante 15 minutos, hasta que se consiga una consistencia elástica. Aplastarla y extenderla con el rodillo en una lámina delagada.
    Distribuir sobre media lámina unos montoncintos del relleno, a unos 8 centímetros de distancia entre ellos. Cubir con la otra mitad de la lámina, presionando en torno a los montoncitos y con un cuchillo, recortar los cuadrados. Hacer hervir las empanadillas en agua hirviendo durante 8-10 minutos, escurrilas, echarlas en una fuente y servirlas calientes, pudiéndole añadir alguna salsa, como tomate u otra salsa vegetal.

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  4. Parece excelente la receta, anónimo; pero un poco larga y complicada, de entrada quería hacer algo más simple, un revuelto o así; luego, cuando ya sea más experto en ortigas iré a esa receta

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