Nos hemos acostumbrado a escuchar lo de “el empeoramiento por el noroeste”, “la borrasca del Atántico”, “se retira el anticiclón de las Azores”, "bajas presiones entran por Galicia" en periódicos y noticias, con sus mapas, esquemas, símbolos de nubes, soles y lluvias, a veces con dibujitos de rayos y estrellas de nieve. Pues bien, en este lugar no hace falta esquematizar nada, la madre naturaleza lo trasmite en directo. Basta asomarse a una ventana y se ve al anticiclón azul, inmenso y poderoso, llenando la comarca de luz, y se detecta si la carrera del viento es austral o no.
Lo curioso de estos frentes de borrasca –y para eso sí que nos sirve la información de los mapas– es que a veces rozan tan solo el vértice noroeste de la Península, en donde yo estoy, mientras que en el resto, hacia el sur, y ya a unos treinta kilómetros, no llega: ahí sigue el anticiclón. En estos momentos de 20º grados y lluvia continua en esta población, todo el resto de España se queja de la ola de calor y andan las alertas cambiando de colores, y hasta se atrevieron en las noticias a decir –antes no se decía– que en lugares de Andalucía, Aragón, Levante y Extremadura se han alcanzado los 44º grados.
Todo esto no es un canto a la aldea del norte y a la vida retirada. Yo echo de menos las intensas, aromadas, cálidas noches del sur; menos, las de Levante, por el bochorno, la humedad y el deterioro urbanístico que afea todo. Y prefiero la luz a la oscuridad, que probablemente condiciona mucho el modo se ser de estas gentes.
Estoy pensando en volver a encender esta noche un horno antiguo (dicen que del s. XVII) que la casa conserva, para ver si el fuego me hipnotiza y me dice cosas que no sé.
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