Nos hemos acostumbrado a escuchar lo de “el empeoramiento por el noroeste”, “la borrasca del Atántico”, “se retira el anticiclón de las Azores”, "bajas presiones entran por Galicia" en periódicos y noticias, con sus mapas, esquemas, símbolos de nubes, soles y lluvias, a veces con dibujitos de rayos y estrellas de nieve. Pues bien, en este lugar no hace falta esquematizar nada, la madre naturaleza lo trasmite en directo. Basta asomarse a una ventana y se ve al anticiclón azul, inmenso y poderoso, llenando la comarca de luz, y se detecta si la carrera del viento es austral o no.
Luego, en algún momento, como quien no quiere la cosa, algunas nubes con apariencia inocente y una banda grisácea, que puede ser de cúmulos, pero que también se nimba, ocupando el horizonte: es la borrasca del Atlántico, la que se pinta en las noticias con líneas curvadas y piquitos azules. Y llega. A veces en orvallo o chirimiri, pero luego como dios manda: cortinas de agua que se van corriendo hacia el sur y que pueden durar desde unas horas hasta varios días, remolinos de viento, rumor cercano de eucaliptos cimbreándose, confusión de nieblas, nubes y lluvias. El caudal a veces es tan grande que no deja ver a unos metros. He sacado varias fotos del valle regado sutilmente por la que acaba de llegar; y otra del tejado chorreando tanta agua que el suelo no la puede absorber. Ahora me da la risa cuando recuerdo la cara que me puso Manolo, el constructor, cuando le pedí que me hiciera en el patio un aljibe. –“¿Y para qué sirve eso?, me preguntó inocentemente. –“Para guardar el agua de las lluvias”. –“¡Mi madre!, ¿y para qué quieres guardar el agua de las lluvias? ¡Mi madre!”. No, no, desistí de encargárselo en cuanto vi llegar la primera borrasca del Atlántico.
Lo curioso de estos frentes de borrasca –y para eso sí que nos sirve la información de los mapas– es que a veces rozan tan solo el vértice noroeste de la Península, en donde yo estoy, mientras que en el resto, hacia el sur, y ya a unos treinta kilómetros, no llega: ahí sigue el anticiclón. En estos momentos de 20º grados y lluvia continua en esta población, todo el resto de España se queja de la ola de calor y andan las alertas cambiando de colores, y hasta se atrevieron en las noticias a decir –antes no se decía– que en lugares de Andalucía, Aragón, Levante y Extremadura se han alcanzado los 44º grados.
Todo esto no es un canto a la aldea del norte y a la vida retirada. Yo echo de menos las intensas, aromadas, cálidas noches del sur; menos, las de Levante, por el bochorno, la humedad y el deterioro urbanístico que afea todo. Y prefiero la luz a la oscuridad, que probablemente condiciona mucho el modo se ser de estas gentes.
Estoy pensando en volver a encender esta noche un horno antiguo (dicen que del s. XVII) que la casa conserva, para ver si el fuego me hipnotiza y me dice cosas que no sé.
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