Así es, en efecto. Debajo van los tercetos de la Epístola satírica y censoria dirigida (hacia 1625-6) al Conde Duque de Olivares en los que se refiere a las fiestas que empleaban toros entonces. La Epístola se suele citar como ejemplo de valentía crítica casi siempre; y es cita equivocada, empecinadamente equivocada, pues Quevedo la escribió para reforzar las medidas reformistas, los cambios, del privado al comienzo del reinado de Felipe IV, y probablemente para reconciliarse con el nuevo gobierno; pero ese es uno de los lugares críticos de difícil enderezamiento. El pasaje sobre los toros dice así (versos 130 y ss.):
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Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fue el trabajo ejecutoria
y el vicio graduó la gente baja.
Pretende el alentado joven gloria
por dejar la vacada sin marido
y de Ceres ofende la memoria.
Un animal a la labor nacido
y simbolo celoso a los mortales,
que a Jove fue disfraz y fue vestido,
que un tiempo endureció manos reales
y detrás de él los cónsules gimieron
y rumia luz en campos celestiales,
¿por cuál enemistad se persuadieron
a que su apocamiento fuese hazaña
ya las mieses tan grande ofensa hicieron?
¡Qué cosa es ver un infanzón de España
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!
Que la niñez al gallo le acometa
con semejante munición apruebo;
mas no la edad madura y la perfeta.
Ejercite sus fuerzas el mancebo
en frentes de escuadrones; no en la frente
del útil bruto l'asta del acebo.
El trompeta le llame diligente,
dando fuerza de ley el viento vano
y al son esté el ejército obediente.
¡Con cuánta majestad llena la mano
la pica y el mosquete carga el hombro
del que se atreve a ser buen castellano!
Con asco, entre las otras gentes, nombro
al que de su persona, sin decoro,
más quiere nota dar que dar asombro,
Jineta y cañas son contagio moro;
restitúyanse justas y torneos
y hagan paces las capas con el toro.
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Un comentario histórico y sencillo pondría de manifiesto el rechazo de Quevedo –estamos a cuatrocientos años– y sus razones; pero debidamente actualizado, todo daría pie a nueva argumentación sobre debate tan encendido hoy. No voy a comentarlo, pues, porque creo que es sencillo: los toros de la época –costumbre de nobles hasta el siglo xviii– se "toreaban" con picas o lanzas (las "cañas" del poema), y eran parte de una fiesta más que, en tiempos de rigor, alejaba a quienes se divertían y a quienes la contemplaban de actividades más importantes.
¡Qué alegría me dio hoy leer su página!. Quevedo, hombre sensato, defendiendo al pobre toro y, en general, yo diría, sentiría piedad hacia los animales en el momento de la violencia gratuita (en la Biblia se escribe que los animales van directos al cielo, no como las gentes que por aquí andamos y que estamos muy en duda).
ResponderEliminarMe alegra aún más el saber que Quevedo viera ridículos a los señoritos lanceadores, opinando que mejor que se dedicaran a otra cosa más productiva y constructiva. La verdad, sí que hubiera cambiado el país y se hubiera prosperado más sin tanto señorito.
El debate no es nada encendido: es decir, en la televisión y periódicos de una y otra parte y de una y otra España (las de la guerra que perduran aún), sí.
En Gerona, de donde volví hace dos días a mi ciudad, a la gente común le trae al fresco el asunto (por aquí también), está en la playa, en mercados, hoteles, negocios varios, atendiendo a turistas de todas partes y no hay ningún debate, ni encendido ni de los otros ... y como en esa tierra la gente no ha sido nunca de bares, pues tal vez las discusiones de barra con cañas acompañando no tienen el terreno abonado.
Además, años llevan los críticos taurinos de El País poniendo verde a los encargados de la "fiesta" por lo que ésta se ha degradado en todos los aspectos y lo mal que se hace todo. Así, la gente va dejando de ir y cierran plazas en toda España. Como cualquier negocio: si se hace mal, la clientela falla y hay que cerrar.
El debate lo armaría yo si fuera política porque desde siempre ¡he tenido unas ganas de prohibir los sanfermines!. Qué bochornoso me resultan las carreras y resbalones de esos toros bravos ... sufro vergüenza ajena, tan extraña como para ponerme en el lugar del toro y todo ese personal allí mirando el espectáculo ridículo. Un horror.
Escribí mucho aquí, así que no hace falta que ocupe sitio en su página el comentario.
Gracias por la noticia, de nuevo.
Ya ve, poesía inteligente actual, por uno que lleva muerto unos cuantos años.