Así es. Aparece en las p. 187-188 de ese diario poético y riquísimo libro de versos que se acaba de publicar, Hojas de Madrid con La Galerna, y del que ya he dado cuenta varias veces en ese cuaderno. Por las fechas y las alusiones que asoman por aquí y por allá habrá de ser de hacia 1970.
Que Blas de Otero lea, asuma y profundice con variantes poesía de otros autores de todas las épocas y lenguas es uno de los rasgos, precisamente, de su quehacer; y Quevedo asoma con relativa frecuencia a sus versos. Lo que en este caso me ha llamado la atención es la consistencia del recuerdo, que construye seis sextetos, es decir 36 versos en un poema que titula con el nombre del polígrafo madrileño, “Francisco de Quevedo”. Por un lado el mantenimiento del recuerdo poético, por tanto; y por otro y además la factura del poema: dije sextetos, y lo son, pero igualmente hubiera podido decir “sextetos-lira” o “sextetos-mixtos”, raros o exquisitos siempre como forma métrica, por más que alguna ocurrencia de Gil de Biedma los haya propagado en la poesía actual, en donde aparecen esporádicamente. Blas de Otero coloca siempre el heptasílabo quebrando en cuarta posición y mantiene rimas consonantes en distribución ABAbCC, es decir, construye la difícil red de una lira, que no he tenido tiempo de buscar si tiene antecedentes clásicos o no. Ya lo consultaré.
He aquí el poema:
Francisco de Quevedo
Madrid está buscándote en la noche
encabritada de bélicas estrellas,
una capa furtiva, un negro coche,
unas sombras grosellas,
y una espada sutil y puntiaguda
entre la llama de tu lengua aguda.
La mala leche corre por la vida,
el humo se destrenza en esqueletos,
nada se sabe de la luna herida,
nada de sus secretos.
Un tambor va rodando por el cielo,
o es esa luna huyendo a contrapelo.
El portal se arrebuja en los postigos
de una ventana macilenta y muda,
la habitación helada, sin testigos,
la sábana desnuda,
el papel blanco, helado, el fiel papel
hecho pavesas en la pluma de él.
Cómo de entre mis manos se desliza
el tiempo carcomido en tinta roja;
la vida puesta en el tablero, briza
la muerte y la despoja.
El reló da las cuatro, mas no suena
reloj que es desconsuelo y es arena.
Allí en el cielo inicia el día el ruido
de la luz, los pregones encarnados
de un astro inmensa y lisamente herido
por los cuatro costados;
Francisco se restriega y destumece
en la dudosa claridad que crece.
En Palacio hace frío y luto y miedo.
Sombras que se deslizan, dagas dicen
No he de callar por más que con el dedo
amenazan, bendicen.
Lejos, San Marcos de León reposa
en silencio y palor de luna y fosa.
codicilo del testamento de Quevedo, recientemente encontrado por Mercedes Sánchez |
No es momento de comentar las liras, en las que he introducido cursivas para citas literales, que se amontonan hacia el final, pues podrían serlo también las referidas al reloj de arena, la gongorina “dudosa claridad”, y un léxico muy quevediano (“despoja”, “sombras que se deslizan...”, etc.) Es de notar, sin embargo, que el poema es extremadamente artificioso, acostumbrados como estamos a soluciones más fluidas en el caso de Otero; es posible, incluso, que le faltara un repaso final (¡esa rima en “él”!, el “palor” de la luna al final...) Parece como si hubiera dominado el Quevedo de las anécdotas, el espadachín de la corte, sobre el Quevedo real de los versos. No sé si, en estos casos, “los versos forzaron la materia”, como decían los clásicos.
Para detalles sobre el codicilo, puede verse el artículo de M. Sánchez en la revista manuscrt.cao, digital.
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