
Se trata en este caso de comentar lo que ha ocupado interés, entusiasmo y ocio de los españolitos: el campeonato del mundo; y de asociar deporte y celebración a ribetes peligrosamente fascistoides, cosa sobre la que arguye históricamente, a partir de juegos, fastos y celebraciones en la antigüedad clásica, hasta llegar a la “adoración” de la copa de oro en la Puerta del Sol, por iniciativa de Esperancita Aguirre, como si se tratara de la sagrada custodia, del santísimo sacramento.
La verdad es que hay un aspecto de esa página que no termina por cerrar la argumentación: aquel que se pasea por la actividad deportiva de carácter competitivo –el ganar a toda costa– y la menosvalora por su carácter no funcional, como actividad que no tiene objetivo o función. Viniendo tal supuesto de SF, cuya defensa del indio ocioso, disfrutando del sol y de un tiempo sin otra finalidad que la de estar, recordamos bien, como contraste con las catorce horas de laboreo esclavista en las minas de plata, ese desprecio a la ociosidad o a la actividad sin función aparente nos extraña. Y por ahí podría considerarse el lado noble del deporte, que lo tiene sin ningún género de dudas. Luego, cuando pasa a mayores, la competición deportiva y todo su entorno, aún podemos intentar salvar algún rescoldo de tal actividad, cuando ejerce una función catalizadora de carácter social en la que convergen gentes de muy diverso signo (ideología, clase social, casta, raza...), quienes, por fin, se encuentran y establecen contacto humano.

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