Víctor Sierra me envía esta precisa y preciosa entrada.
Poco antes de que en febrero de 1630 saliese de la madrileña imprenta de Juan González el Laurel de Apolo, lo hacía del taller del pintor Juan Van der Hamen y León (Madrid, 1596-1631) el retrato de Lope de Vega que ahora reaparece. Ambas obras constituyen una muestra del gran afecto que se profesaban los dos artistas: mientras que Lope pone a desfilar al pintor hacia «la difícil cumbre de Helicona» en la novena silva del poema, Van der Hamen dibuja al “Fénix” con un manteo donde luce su recién estrenada cruz, la que le había concedido el papa Urbano VIII en 1627 y que le identificaba ya como caballero de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Lope dedicó otros halagos poéticos a su amigo (como los sonetos «Si cuando coronado de laureles / copias, Vander, la primavera amena…»), donde alaba, sobre todo, la capacidad de Van der Hamen para pintar bodegones, género pictórico que se convirtió en su principal fuente de ingresos. Sabemos que Van der Hamen retrató al poeta en al menos dos ocasiones más: la primera de ellas se documenta en el inventario de los bienes del pintor tras su muerte, donde se menciona la existencia de una serie de veinte retratos de personajes ilustres, cuyas medidas son tres cuartas de alto y media vara de ancho (63 x 41,75 cm.), entre los que figura «un retrato de Lope de Vega de medio cuerpo»; la segunda, en el inventario de la colección del Marqués de Leganés, que poseía «un retrato de media bara en quadro [41,75 x 41,75 cm.], de medio cuerpo, de Lope de Vega, de mano de Vanderhamen».
En cuanto a la obra recuperada, que no podemos identificar con ninguna de las dos anteriores ni por dimensiones ni por procedencia, el hallazgo se lo debemos a Benito Navarrete Prieto, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Alcalá de Henares, quien disecciona el cuadro en su artículo «De poesía y pintura: Lope de Vega retratado por Van der Hamen» (Ars Magazine, año 3, número 6, abril-junio 2010). Se trata de un óleo sobre lienzo, de 119 x 97,5 cm., que se encontraba en una colección particular de Munich con una antigua atribución a Eugenio Cajés. Procede de la colección del Príncipe Joseph-Clement de Bavaria (1902-1990), y pasó, por herencia, a ser propiedad de una familia noble alemana. Benito Navarrete basa la atribución del retrato de Lope en la comparación con otro que parece pertenecer a la misma serie: el de Francisco de la Cueva y Silva (Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid), que es el único que lleva la firma de Van der Hamen. En efecto, existen pruebas de que fueron concebidos por el mismo autor, como el tipo de retrato, la disposición de las figuras, la preparación del lienzo, la factura de la pincelada y la idéntica grafía que aparece sobre los papeles que sujetan respectivamente De la Cueva y Lope. Además, la radiografía de la obra permite observar la riqueza de los plegados y los contrastes de las arrugas, que demuestran que nos encontramos ante un original que puede ser considerado como el modelo del retrato conservado en la Casa-Museo de Lope de Vega, similar al de Van der Hamen, pero que denota la sequedad y la torpeza propias de una copia.
El reciente descubrimiento del cuadro Félix Lope de Vega y Carpio como caballero de Malta tiene, como apuntábamos, el valor añadido de constituir el “eslabón perdido” de algunas de las copias conservadas de la imagen del “Fénix”. Quedan descolgados de la filiación genética el retrato del Museo Lázaro Galdiano de Madrid y el grabado de Juan de Courbes (aquel que servía de pórtico a la primera edición del Laurel de Apolo); la hipótesis de Benito Navarrete es que también estén basados en alguno de los cuadros perdidos del buen amigo de Lope, Juan Van der Hamen.
VÍCTOR SIERRA MATUTE
Bellísimo retrato. Un Lope mas estilizado de lo que debió ser. Gracias por el detalle de la mano.
ResponderEliminarMirándolo detenidamente, tiene su cara ese satín y rubor que sólo el maquillaje moderno puede dar.
Es apasionante seguir descubriendo más y más sobre la estrecha relación que, gracias a los mejores del Barroco, mantenían Pintura y Poesía. Ya lo dijo Simónides de Ceos en el siglo V a.C: "La poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda", origen del horaciano "ut pictura poesis" y varios siglos después Jáuregui, paradigma del poeta-pintor: "Todos conceden ser hermanas la Pintura y la Poesía".
ResponderEliminarA propósito de esto, me gustó especialmente la bellísima silva Al Pincel de Quevedo.
¡Felicidades Víctor, excelente trabajo! ¡Qué buenos investigadores hay en la BNE!