Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

viernes, 27 de agosto de 2010

Que se va el verano

La hortensia blanca empieza a abrirse
Y las últimas tareas se amontonan. La tarde se ha ido en una larga sesión de jardinería, de la que doy cuenta generosamente ilustrada, antes de recoger aperos, ramos, tiestos, esquejes, semillas y recuerdos nuevos, los de este verano, que ha sido generoso con los visitantes, pues ha prodigado la luz y ha reducido las lluvias. Por aquí, si la lluvia no llega en dos o tres días, fruncen el ceño y “hay sequía”, dicen. Pues ha habido una larga sequía y hasta ha habido un día, ayer, que el viento del sur elevó la temperatura hasta unos insoportables 27 grados. Fueron solo unas horas, eso sí. Lo contaré en “El paso de las borrascas del Atlántico”.


He visto, verbo y gracia, que muchas de las hortensias –rojas, azules, blancas...– están preparando la floración para setiembre. La floración depende de cómo y cuándo se hayan podado. Las blancas del porche, que alcanzan más de dos metros, han empezado a estallar, primero como botoncillos amarillentos y luego en fases paulatinas, que no duran más allá de las 48 horas, hasta alcanzar ese blanco purísimo que tienen en este caso. Luego se ajan lentamente, y entonces pueden cambiar el color, a veces radicalmente, por ejemplo pasando de azul a rojo. Estrella me enseñó en Boston de qué manera componía ramos secos de hortensias, muy decorativos, como si fueran ramos de encajes.



Las ilustraciones muestran las fases de floración de las blancas [la variedad es siempre la macrophylla]; en una de ellas aparece el jardinero –cosa rara– canturreando con el IPod era una canción de Moustaky, la de “le jeune facteur est mort”: es un testimonio de la verdad, pues todas las fotos de este cuaderno –menos las históricas (yo no fotografié a Blas de Otero, por ejemplo; no le conocí) y las más de las erótico verdes, que son fáciles de encontrar– están tomadas por mí, desde luego, sea con el teléfono, sea con una pequeñísima cámara doméstica, que guardo en la funda de gafas que se ve en la foto.



También seguirán fructificando las zarzamoras: los ramos sostienen por igual moras agraces y maduras. Casi siempre en el camino, serán alivio del peregrino goloso. La zarza es muy difícil al comienzo, dura y espinosa, pero si se le deja madurar y meterse entre árboles y plantas, termina por ofrece su fruto. No, no voy a hacer la comparación fácil con uno de los géneros de nuestra raza, porque además creo que no es verdad. Con las moras hubiera debido hacer la clásica mermelada, pero me han dicho que pare de meter azúcar en mi cuerpo, y era literal, no se referían a ternuras, alicientes, viajes y otras dulzuras. Por cierto, se me ha olvidado el nombre que aquí se da a los muros de piedra que sostienen los caminillos, el mío es una falsa “serventía”, y cuando me lo dijeron, por conocido, creí que me acordaría. He buscado en la b- del DRAE y no lo he encontrado. 

No sé cuándo pierden flor y hoja las fucsias –los “pendientes de la reina”, que en lugares más piadosos llaman “pendientes de la virgen”– que están ahora en su mejor momento, precisamente hermanados con las zarzamoras, con las que ya dije que les gusta hacer camarada: en los tallos espinosos se apoyan sin que parezcan asustarlas. Y las zarzamoras mezclan su “morado” de finales de agosto con el reventón de la variedad más frecuente de fucsias, que yo creo que es la de la foto, aunque muy abundante e invasora es la de “pitimini”, es decir, la de flor menuda. Mi amigo y colega Mario tiene una enorme variedad de hortensias y de fucsias en su jardín de Villarrube, pueblecito cercano, de donde también son otros egregios filólogos; pero no hay que preocuparse, cuando nos vemos tratamos poco del campo filológico, que ha sido muy mal cuidado y abonado y está dando una cosecha infame.

La siguiente viñeta exhibe tres plantas que no he controlado: las pequeñas violetas silvestres, que están por todos lados, y son bien simpáticas; las fresas salvajes, que a modo de enredadera van invadiendo el suelo y que ya dieron su fruto a comienzos del verano (en esta tierra), a modo de fresas pequeñas y muy sabrosas. Y la glicinia o glicina, que ya se ha ido tan alto, por el hórreo, que no he podido cortar más que los tallos de dentro y los que habían invadido el tejado: esperaré al invierno, cuando deshoje, que resulta más fácil; pero hay que hacerlo, porque los tallos que echa se endurecen en tronco de un año para otro y son capaces de derribar un campanario. Y aquí sí que se podría extraer moralina para la conducta humana, claro. Lo mismo he tenido que hacer con la parra virgen, que me tapó ventanas, y que ha quedado mal. Lo que hace daño hay que arrancarlo de raíz, para que no rebrote con el mismo mal debajo del brazo.
avellana recién caída
De los avellanos, he visto que uno de ellos, el que ha dado fruto, tiene todavía bastantes avellanas madurando en rama, y como a diario recojo unas cuantas, decir quiere eso que va poco a poco suministrando alimento a los cuervos. Aunque no he visto nunca a los cuervos comiendo avellanas –sí nueces–. Verdad es que el fruto de la avellana se esconde doblemente, debajo de las hojas, por un lado, y con una falda ocre por otro, como se ve en las fotos. Incluso he podido fotografiar una recién caída en tierra. Cuando llegue la próxima primavera, habrá media docena de avellanitos pujando a la sombra del actual; y tendré que arrancarlos. Hoy he quitado algunas varas, “más rectas que las de un avellano”, porque arañaban la pintura del coche.
Los retoños de avellano no medrarán, pero sí lo hacen los tres retoños de enhebros con los que quiero tapar el lugar por donde entra el jabalí –recuerden que duerme bajo el castaño–: parecen pequeños, pero los dos más grandes tienen año y medio, y la mitad es la que tiene el menor. 

enebros para tapar el hueco del jabalí
No tengo a mano toda mi biblioteca de  jardinería, pero se trata de una variedad que en los manuales señalan como de “crecimiento lentísimo”. Aquí medran a ojos vistas: ahí están los que planté hace dos años en un ferrado, el de abajo –el único que tengo, todo esto es muy reducido–, a partir de esquejes, son ya mayorcitos. Todos son retoños, por esqueje, de los grandes enebros que el temporal dejó escorados. El que me derribó el nogal. Pero ya hay otro nogal abriéndose al aire y al sol; le pueden ustedes ver bien lozano, con solo doce meses de edad desde que lo planté a partir de una nuez enraizada y un año en tiesto. ¿Cuánto tiempo tardará en dar comida a los cuervos? 

nogal joven en el ferrado
Retoño de castaño
Dicen que las manchas que afean de vez en cuando las hojas no son enfermedad, que es el ácido de la central de “As Pontes”, que riega sulfuro en cien kilómetros a la redonda (es de carbón). Todavía guardo una caña para varear nueces que me hice cortando el cañaveral invasor de un frente de la casa y para hacer licor de nueces (que se hace con frutos todavía verdes); pero no lo he plantado “a marco real”, veo ahora, y le acecha cerca un árbol jabonero, creo que es un “serval” o “mostajo”, que Antonio de Ortigueira regaló a Javi, a poco de nacer; y un arce pequeño, que quizá haya que trasplantar. Los retoños de los laureles y de los castaños son los más abundantes; los laureles –romanos, en este caso– ya no proliferan, porque el temporal tumbó todos los que sostenían un talud que baja al río, aquí como en todo el valle. Siempre me suelo llevar uno pequeño a la corte, que tengo en una ventana, para menesteres culinarios. 
Lo de los castaños es más grave, porque medran mucho. El que he fotografiado ha ido a brotar en un lugar imposible, en medio del jardín al lado de unas piedras, y habrá que arrancarlo; no merece la pena trasplantarlos.
enebros, tuyas y ciprés plantados hace dos años
capullos de camelias
No hay que preocuparse por estas pérdidas, ni por la llegada de un tiempo sin flores. Lo camelios ya han empezado a echar capullos, y darán flor a partir de enero: los hay blancos, rosas, rojos... Quizá unas semanas antes haya florecido el jazmín de invierno [Jasminum Nudiflorum], de flores amarillas, y sin olor, como casi todas las de invierno. Y en cuanto se descuiden, enlazarán con las azaleas, que son muy tempranas, y luegos los lilos –que he conseguido que florecieran–, las varitas de san Juan [deutzias], etc. etc. etc. El tiempo dispone sus cosas con cierto orden. Se va el verano ahora. Lo anuncian las últimas hojas del árbol de Júpiter [lagerstroemia indica] que divide los caminos del jardín: han empezado a cambiar el color, en cuanto me vaya ofrecerán sus fuegos artificiales. Perennes quedarán, presidiendo todo, el libocedro [libocedrus decurrens], la secuoya (que me regalaron en Edad de oro, y me traje desde Madrid; hoy sube unos quince metros), la tuya, el cedro del himalaya, los enebros, el pino, los acebos, el olivo, el Tejo dorado [Taxus fastigiata aurea]... sobre un fondo de aligustres, Bojs y laureles.
La parra tiene mala solución

2 comentarios:

  1. ¡Y tanto que se acaba!
    Gracias por haberme dejado entrar en tu jardín. Ha sido maravilloso.
    Un beso grande!

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  2. IDEE SPARSE -- Como el verano entra en el poema...



    Soneto menor à chegada do verão

    Eis como o verão
    chega de súbito,
    com seus potros fulvos,
    seus dentes miúdos,

    seus múltiplos, longos
    corredores de cal,
    as paredes nuas,
    a luz de metal,

    seu dardo mais puro
    cravado na terra,
    cobras que despertam
    no silêncio duro --

    eis como o verão
    entra no poema.

    ---------------------

    As primeiras chuvas

    As primeiras chuvas estavam tão perto
    de ser música
    que esquecemos que o verão acabara:
    uma súbita alegria,
    súbita e bárbara, subia e coroava
    a terra de água,
    e deus, que tanto demorara,
    ardia no coração da palavra.

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    A poesia não vai à missa

    A poesia não vai à missa,
    não obedece ao sino da paróquia,
    prefere atiçar os seus cães
    às pernas de deus e dos cobradores
    de impostos.
    Língua de fogo do não,
    caminho estreito
    e surdo da abdicação, a poesia
    é uma espécie de animal
    no escuro recusando a mão
    que o chama.
    Animal solitário, às vezes
    irónico, às vezes amável,
    quase sempre paciente e sem piedade.
    A poesia adora
    andar descalça nas areias do Verão.


    Eugénio de Andrade(1923-2005)

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